Columnistas
05/02/2017

Un alegato por Milagro Sala y una crítica a la “cultura blanca”

Un alegato por Milagro Sala y una crítica a la “cultura blanca” | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

En la nota que reproducimos, publicada curiosamente por primera vez en la página de la agenda cultural del gobierno porteño, el autor -novelista y periodista- refuta las razones políticas y sociales con que se intenta justificar la prisión de la líder social jujeña. Dice, por ejemplo, que al “ejército de miles de negros que respondían a un estado paralelo”, también “podemos llamarlo comunidad”.

Juan José Becerra *

Amnesty International, Human Rights Watch, la Organización de Estados Americanos, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el Centro de Estudios Legales y Sociales y el derecho a la presunción de inocencia no comprenden las razones jurídicas ni lógicas por las que Milagro Sala está presa desde hace un año. Las razones políticas son visibles porque tienen la dificultad del pajar que se esconde detrás de una aguja. El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, parece haber armado una justicia customizada a la usanza de sus gustos, que son los de la burocracia medievalista y, al modo de lo que hace la señal Telemundo con Ana María Polo (la “jueza” del reality “Caso cerrado”), le está dando a la demanda su doble máscara de espectáculo y escarmiento.

Salvando las distancias de violencia pero no las de injusticia, el principio de esta puesta inquisitorial es el mismo que rige en el teatro de la lapidación: que en la arbitrariedad se vea quién manda, que se haga ver también el desconcierto de la víctima frente al castigo inexplicable que sufre, y que los que miran hacia el centro de la hoguera reciban la enseñanza. Pero esta enseñanza no es universal, porque ¿qué hay en el centro de la hoguera? Una negra, una india, una colla, una guacha que alguien encontró recién nacida en una caja de zapatos, una delincuente juvenil y una autoridad social resentida.

Si la cultura blanca esperaba de Milagro Sala los modales de un foreign office, se equivoca de manera intencionada. Milagro Sala no puede ni podrá nunca ser una “embajadora” de los marginados en el poder. La cadena causal de humillaciones que la llevó a la lucha social se desentiende de la figura de facilitadora porque desconfía de “las leyes de la República”, que Sala y las personas como Sala nunca tuvieron la suerte de orientar en su favor.

La paradoja es que, justamente, es ese pack de interdicciones, al que el sentimiento conservador que lo hizo y lo sostiene le da un rango sacramental (la Argentina tiene hoy en día constitucionalistas dinosaurios que rezan la Carta Magna de 1853 como si estuvieran en 1853: son los constitusaurios), lo que debería impedir que Milagro Sala esté secuestrada por el gobierno de Jujuy, dado que se la acusa de actuar en el lugar al que no fue y de malversar fondos, infracción que los excelentísimos cráneos del tribunal customizado de Morales no han probado durante este largo año.

La aplicación de la ley en su principio más elemental no le interesa al ala etnicista de la justicia jujeña (apañada por el bipartidismo), porque en el uso político de la ley siempre hay lugar para la excepción. Sin emocionarnos demasiado con traer a Kafka a esta mesa -ya vimos que Deleuze tenía razón cuando decía “lo kafkiano es otra cosa”-, pero con la intención reparadora de darle la literatura que se merece al humillante tribunal de Morales, recordemos que en “El proceso” (que es un proceso sin ley) alguien le dice a Josep K., el procesado: “Esta entrada solo está hecha para tí”. Más adelante, en una conversación de Josep K. con el sacerdote, éste le dice que no tiene la obligación de creer todo lo que se dice, “solo es indispensable que no lo olvides”. Josep K. le contesta, como podría hacerlo hoy Milagro S.: “Pobre opinión. Elevaría la mentira a la altura de una regla del mundo”. En efecto -es algo que no ignoran quienes mienten a través de las plataformas del periodismo industrial-, la mentira es un gas formateado como verdad que se eleva y cae, constante y ubicua, como un rocío ácido sobre los desprevenidos que entregan su fe civil a la pobre opinión que reglamenta el mundo.

La pregunta política, jurídica, ética y ontológica que hay que hacerse en la Argentina y en América Latina, por la sencilla razón que a nadie le gusta contestarla desde hace 200 años, es la siguiente: ¿Qué hacemos con los negros? ¿Eh? ¿Qué hacemos? Vamos, avestruces, digan: ¿Qué hacemos? ¿Les damos AUH o calabozo? ¿Les damos una Harvard para negros, así hacen méritos como emprendedores?

Milagro Sala encontró otra cosa. Formó un black power en la Puna inspirado en las ideas y la figura cercana de Evo Morales (en Morales vio una realidad posible), la lucha kamikaze de Guevara y las vindicaciones iracundas de Eva Duarte. El formato es el de la importación de bienes simbólicos que le dieron un perfil de tres cabezas a la arquitectura comunitaria de la agrupación Tupac Amaru: una pileta que no le envidia nada a la de Parque Norte (en la ciudad de Buenos Aires), pública y gratuita (la primera de su especie en San Salvador de Jujuy, donde el agua es oro); una réplica de las ruinas de Tiwanaku, para que no se olviden las referencias incaicas; y miles de viviendas conectadas a espacios de trabajo y educación.

A los belicistas les gusta impresionar contando en clave emo que Sala tenía un ejército de decenas de miles de negros que respondían a un estado paralelo (también podemos llamar a todo eso comunidad, si fuéramos menos asustadizos que los belicistas); y el gobernador Morales repite con resonancias robóticas una frase que es su monografía de tesis gubernamental: “Se robaron todo”, en referencia a la Tupac Amaru y en homenaje a la frase más hitera de la época, que siembra la virtud propia en cualquier jardín, incluyendo los que todavía no fueron desmalezados. Pero, ¿se robaron todo? Todo es una palabra tan poco aconsajable para la descripción como la palabra nada. Tal vez se hayan robado algo durante varios años de hacer mucho, y en ese caso, ¿por qué tanto suspenso para probarlo?

Para que el sesgo del tribunal de Morales mantenga la velocidad suficiente como para centrifugar y perder de vista en una curva la presunción de inocencia de su india cautiva (otro día hablaremos del revanchismo como un tipo de ansiedad), este mes se apuraron unos mails entre el abogado atacante de Morales contra Sala, Federico Wagner, y el fiscal de estado de Jujuy, Mariano Miranda. Cosas hermosas dijéronse para salvar a la provincia del estado paralelo de Milagro Sala. Entre ellas, Wagner le propone a Miranda arreglar la manera de llevar a cabo “la presentación de las víctimas de las arbitrariedades” de Milagro Sala, “tal como hablamos en diciembre” para que se "justifique el mantenimiento de su prisión preventiva” una vez que los organismos internacionales de derechos humanos vengan a ver qué pasa con Milagro Sala. Hello!, señora de la venda en los ojos y la balanza de doble fiel: tenés teléfono.

El intercambio de los mails tiene una lógica propia de las tareas que se realizan en una preproducción televisiva. Como sucede en “Caso cerrado”, lo que le importa a la imagen es el control del drama para que la doctora Polo pueda actuar sin que a sus fallos se le noten las manchas procesales. El drama que intentan revelarnos es el de la negra mala, la india diabólica de cuyas garras viene a rescatarnos la República, sus instituciones y los hombres blancos que hacen el Bien en nombre de ellas.

Esta nota fue publicada en http://laagenda.buenosaires.gob.ar/



(*) Juan José Becerra es escritor, ensayista y crítico cultural. Su última novela es “El espectáculo del tiempo” (Seix Barral).
29/07/2016

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