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Es común hablar del mito de origen de la Nación Argentina y así remontarnos al 25 de Mayo de 1810 como su punto de partida. Los primeros escritos fueron hechos en 1812 por encargo de Rivadavia, entonces secretario del Primer Triunvirato, al Deán Funes. Para Funes la revolución se hizo con un grupo de hombres sin experiencias, sin dinero y sin autoridad que habían probado su fuerza durante las invasiones inglesas en el Río de La Plata. Su objetivo no era declarar la independencia sino retomar la influencia en los negocios públicos en nombre de todas las regiones del antiguo virreinato, generando con ello la lógica resistencia por parte de los sectores desplazados por esa Revolución.
La liturgia cívica comenzó temprano. La pirámide de mayo, erigida en 1811; la entronización de lugares como el cabildo y la plaza y un insistente sol de mayo, anunciaron tiempos de gloria contra el despotismo español. Pero fue Bartolomé Mitre quien logró dar al 25 de mayo el carácter fundante de la Nación Argentina. Su Historia de Belgrano apareció en 1858, tiempo en que Buenos Aires se separaba de la Confederación y Mitre -como gobernador y jefe del ejército porteño- lideraba ese proceso separatista.
Al Mitre historiador, le preocupó armar un relato histórico coherente en su desarrollo, capaz de operar sobre la vida de la sociedad. Así la vuelta al pasado le facilitó actualizar el origen de la Nación y reinterpretarlo a la luz de la rivalidad Buenos Aires-interior: el 25 de mayo “...nadie durmió aquélla noche en Buenos Aires esperando con impaciencia las luces del nuevo día que debió ser el más admirable de la historia Argentina”. Pero también en esa revolución se encontraba el origen de la república, y allí aparecía ese “pueblo que quiere saber de qué se trata”. ¿Quién es el pueblo que irrumpe impetuosamente en nuestra historia? por un lado es el pueblo de la plaza y por otro el populacho que encendió el temor de los cabildantes, pero en ambos casos es el pueblo de Buenos Aires.
De aquí en más la historia genealógica de la Nación Argentina tendrá un carácter autocelebratorio de la gesta porteña. Así la política de sojuzgamiento desplegada por la Junta de Buenos Aires sobre el interior será silenciada por largo tiempo por los historiadores. Esto último hará difícil explicar a las futuras generaciones de escolares porqué el “héroe” de las invasiones inglesas, Santiago de Liniers, será ejecutado cuatro años después acusado de “traidor”. Más sencillo será comprender la ausencia deliberada de las provincias del Litoral en la lucha por la emancipación colonial y la forma en que Artigas será llamado ”el gran desorganizador” y desterrado a la tradición cívica de una Nación aún inexistente.
La historiografía nacional de Mitre y la de Vicente Fidel López fue fundadora de la interpretación histórica de la Argentina. La afirmación posterior del orden político hizo imperativo dotar discursivamente al nuevo Estado de bases menos conflictivas que las surgidas durante las guerras de independencia y en la rivalidad unitario-federal. La historia así contada fue una historia sin conflicto y por eso también, una historia sin alternativas.
Mayo de 1810 puede ser una buena excusa para dimensionar en perspectiva actual el hecho colonial y el camino de la emancipación. Para cuestionar esa lógica autocelebratoria de una identidad nacional sustentada en la exclusión y demonización del oponente, del contrario, del otro. Y Mayo también puede ser una forma de reconocer la dimensión conflictiva que posee la construcción de todo orden político, en tanto implica necesariamente definir quien manda y quien obedece.
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