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Omar Gutiérrez atraviesa su quinto mes de gobierno con un saldo a favor en la relación con el gobierno nacional que le ha permitido afirmarse dentro de su propio partido y frente al resto de la sociedad.
Sin embargo algún nubarrón, como el escandaloso tarifazo en el gas que amenaza por estas horas con una rebelión de los operadores hoteleros y gastronómicos del sur de la provincia, y sobre todo los interrogantes sobre el verdadero costo de la ansiada “gobernabilidad”, plantean una mínima cuota de incertidumbre hacia el futuro en medio de la aparente bonanza actual.
Además de conjurar, por ahora, los arrestos competitivos de su ambicioso vice, el gobernador ha dado muestras en estos primeros 150 días de gobierno de una infatigable capacidad de trabajo.
A riesgo de sufrir sobreexposición aparece en todos lados y su ya famoso dicho “hay que ir y venir”, en relación a los viajes a Buenos Aires -que según dice siempre le “cuestan un poco” pero de los que “siempre” vuelve “con algo para Neuquén”-, sintetiza de algún modo la relación que por imperio de las circunstancias y por voluntad propia, ha logrado crear con el gobierno de Mauricio Macri.
Ocurre que la administración de la alianza Cambiemos tiene muy pocos gobernadores del palo y necesita ganar aliados, aunque más no sea circunstanciales, no sólo para equilibrar el cuadro con los de origen justicialista, que son mayoría, sino también para contrarrestar con su influencia el peso abrumador de los legisladores de ese signo en el Congreso de la Nación.
En ese plano, un gobernador proveniente de un partido provincial que practica históricamente el pragmatismo en materia de relación con los gobiernos federales de turno, resulta bastante ideal.
Después de todo, el partido que gobierna el país y tiene como socio menor al radicalismo, predica la anti política y desprecia a los políticos, pero hace política desde el primer día.
Desde el punto de vista del gobernador local las cosas están bastante claras también. Gutiérrez tiene legitimidad de origen pero le falta adquirir legitimidad de función y también alcanzar ese bien tan ansiado de los gobiernos emepenistas que se ha dado en llamar “gobernabilidad”.
Un ex mandatario provincial decía que “siempre es más difícil llegar a gobernador que gobernar”, pero a Gutiérrez parece ocurrirle lo contrario. Llegó con el apoyo decidido de su mentor y amigo Jorge Sapag y ahora necesita ganar volumen, peso específico, como gobernante. Es inocultable que en estos meses lo está logrando.
Adelantos de coparticipación por 2.000 millones de pesos; aumento del valor del gas en boca de pozo; obras de infraestructura millonarias; rápida autorización para contraer endeudamiento externo… los favores recibidos se acumulan y no es casual que el gobernador neuquino se sienta “respetado” por el gobierno macrista.
Como contraprestación, el mandatario local o los legisladores de su partido estuvieron casi siempre, poniendo una palabra o un gesto a favor, allí donde a la administración central le hacía falta. Derogación de las leyes de pago soberano y cerrojo para arreglar con los fondos Buitre; aprobación de los controvertidos decretos de necesidad y urgencia lanzados a troche y moche por el presidente al asumir; y hasta declaraciones en rechazo a la ley de emergencia ocupacional que ahora Macri acaba de vetar. Cuando había que estar, Omar no falló.
De las cuestiones que planteó públicamente Cambiemos, sólo el engendro conocido como protocolo para manejar las movilizaciones mereció el abierto rechazo de Neuquén.
Justamente en ese caso se dejó entrever, palabra más palabra menos, que la provincia tiene una amarga experiencia en el tema de las manifestaciones y que no la piensa repetir… y sobre lo dicho sobrevoló el fantasma de Carlos Fuentealba.
Pero en su desarrollo, una política tan antipopular como la que lleva adelante el gobierno macrista no puede sino colisionar, en el mediano y largo plazo, con las necesidades políticas de un partido que se reivindica popular y con sensibilidad social como el MPN.
Gutiérrez también puede anotar a su favor la reestructuración de la deuda provincial, que le permitirá patear la pelota para adelante durante cuatro años, y disponer de una situación financiera más holgada que la que heredó. Inclusive podría ver materializado el proyecto de Chihuido I, que ya casi anota en su haber, conocedor como es de la adicción compulsiva a la obra pública que practican los hombres del gobierno macrista.
Pero, qué ocurrirá si se profundiza la crisis petrolera, sumiendo a miles de trabajadores con alto poder de consumo en la desocupación. O si se derrumba la actividad turística, producto de la miopía de un gobierno de empresarios que sólo concibe climas templados como el de Buenos Aires o calientes como el de Miami.
Qué ocurrirá si el gobierno nacional le exige traspasar la deficitaria caja jubilatoria del Instituto de Seguridad Social. O si, embarcado como está en “modernizar” el Estado y bajar el costo laboral a fuerza de desempleo, comienza a presionarlo para que lleve a cabo una reforma del Estado punitiva, que deje a centenares o miles de empleados públicos en la calle.
No es una hipótesis de ciencia ficción, es el Pro estúpidos, se podría parafrasear respecto de todas estas posibilidades y otras más.
En la intimidad, Gutiérrez asegura que va a ser coherente con el legado histórico de federalismo, justicia social y protección de los más humildes que levantó durante 50 años su partido.
Los días que vienen dirán sobre estos y otros desvelos.
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