Columnistas
22/05/2016

España

La resistencia a un triunfo de la izquierda

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Las elecciones pasadas y las que vendrán. Dónde estan parados los partidos claves en este complejo escenario.

Francisco Camino Vela *

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El 20 de diciembre del año pasado, los españoles fueron a las urnas para elegir a los representantes del Congreso y dentro de ellos a su nuevo presidente, como suele ocurrir en un sistema parlamentario. Lo que no esperaban era que de esas elecciones surgiera la legislatura más corta de su reciente historia y no se lograra formar gobierno.

El PP con poco más de siete millones de votos y 123 diputados salió primero, pero con amplia sensación de fracaso. Perdió la mayoría absoluta y 63 diputados en relación a las elecciones de 2011. Lo secundó el Partido Socialista Obrero Español con su peor resultado histórico pero salvando la ropa, como suelen decir. Por el sistema electoral, sus cinco millones y medio de votos se tradujeron en 90 diputados, 20 menos que cuatro años atrás. A continuación la renovación política española, las dos fuerzas que por centro derecha e izquierda lograron las adhesiones de casi nueve millones de españoles. Nos referimos a Podemos, que con poco más de cinco millones, traducidos a 69 escaños, no desbancaba al socialismo pero quedaba muy cerca. Ciudadanos, con tres millones y medios de votos y solo 40 diputados, ocupaba el cuarto lugar y la bisagra respecto a un conjunto diverso de fuerzas que obtenían los restantes 28 escaños, entre ellos las fuerzas nacionalistas.

Con este escenario, se abría el juego de las alianzas para alcanzar los 176 diputados necesarios para formar gobierno, la mitad más uno. Los pactos naturales por derecha –PP y Ciudadanos- y por izquierda –PSOE y Podemos- no alcanzaban ese límite. Así la situación solo restaban dos alternativas, el pacto de las fuerzas tradicionales e históricas enemigas que se alternaron en el poder desde casi el nacimiento mismo de la recuperada democracia, PP y PSOE; o un pacto de tres o más fuerzas.

Ante la negativa del líder socialista, Pedro Sánchez, de convalidar una unión con el líder popular, Mariano Rajoy, comenzaban las duras negociaciones para liderar un gobierno acompañado por Ciudadanos y Podemos. Antes de que ello sucediese, Rajoy había rechazado el encargo de formar gobierno ofrecido por el rey, recalando esta misión en segunda instancia en Sánchez.

La posibilidad de un pacto que incluyera a las dos nuevas fuerzas emergentes fue escasa desde un principio. Ciudadanos representaba el centro del arco político, más cerca en principio del PP, encarnando la demanda ciudadana de una política limpia de la mano del joven Albert Rivera pero sin proponer grandes trasformaciones estructurales. Podemos, en cambio, representaba la impugnación más radical al sistema, defendiendo no solo la transparencia sino un verdadero estado social e incluso las demandas nacionalistas presentes en el país. Recogiendo el espíritu de los indignados, proponía reformas estructurales en las que Ciudadanos no quería acordar. El PSOE se dividió internamente entre aquellos, más de izquierda, que solicitaban pactar con Podemos y una amplia mayoría de dirigentes históricos que rechazaban de plano ese pacto y las exigencias del líder de la nueva fuerza, Pablo Iglesias, que ya había echo casi desaparecer a Izquierda Unida y pretendía superar al PSOE.

El final de esta historia fue un pacto entre el PSOE y Ciudadanos, muy de centro, que no logró formar gobierno y que vencidos los plazos legales ha terminado en la convocatoria a un nuevo proceso electoral que se sustanciará el mes que viene. El desgaste de la sociedad y de los propios partidos es evidente.

El PP, obstinado en la figura de Mariano Rajoy, pretende ampliar sus apoyos mostrando la pureza de su voluntad de no negociar, manteniendo sus núcleos duros, por caso su oposición al independentismo catalán, y criticando a los partidos que pueden restarle apoyo. El PSOE quiere capitalizar el haberse hecho cargo del resultado de las urnas junto con Ciudadanos. O sea haber entendido el fin del bipartidismo y el reclamo de cambio y de aceptación del multipartidismo que emergió como mandato de las urnas en la primera votación. Esta misma voluntad y el rechazo a la corrupción política, que hunde cada vez más al Partido Popular, son las bases que pretende capitalizar Albert Rivera.

Podemos pretende ampliar sus apoyos mostrando que la auténtica izquierda es la que lidera Pablo Iglesias, que su aposición al pacto con PSOE-Ciudadanos fue por la convicción en un pacto de PSOE-Podemos y otras fuerzas de izquierda, y que el cambio real radica en ellos. Superar al PSOE y ser la llave de un futuro gobierno es su objetivo y para ello ha decidido restar lo que quede de voto de izquierda en el socialismo, integrando una coaliación con Izquierda Unida. Es cierto que este último partido ha perdido mucho caudal electoral, pero los votos que le pueda sumar y los que pueda atraer de la izquierda presente en otras fuerzas, es justo lo que la coalición Unidos Podemos requiere para lograr el segundo lugar y dirimir los pactos.

Es pronto para aventurar como se reordenaría el multipartidismo español si en la próxima elección se produce este cambio de lugar, pero lo que ya si se puede advertir es el miedo que un triunfo de esta izquierda genera. Será tema de otra columna pero la prensa española, tradicional y no tanto, y gran parte del arco político conservador y supuestamente progresista, ha entrado en una campaña conjunta para demonizar a la fuerza de Iglesias, imputada como mínimo de ser el eje del mal para la estabilidad española. De estas campañas sabemos mucho de este lado del Atlántico y cuando triunfan el que pierde siempre es el pueblo.   



(*) Dr. en Historia. Profesor e investigador de FAHU-UNC. Profesor UNRN. Codirector de la Red de Estudios Socio-Históricos sobre la Democracia (Reshide).
29/07/2016

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