Columnistas
17/11/2016

La democracia en problemas

La democracia en problemas | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“El sistema democrático, llegó a un punto en que no es democrático”, plantea el autor. Y habla de la necesidad de comprender que “se vive en una aldea global, con una interdependencia cada vez más completa y compleja” que necesita una revisión inmediata.

Agustín Mozzoni *

Nuestros puntos de referencia intelectual, los grandes ideólogos de las teorías que acompañan nuestros desarrollos y las remisiones morales y filosóficas se han desgastado. Las pasiones tradicionales, las solidaridades que en algún momento se creyeron provenientes del espíritu, se han transformado y no encuentran en la actualidad principios ni instituciones sobre las cuales basarse. 

No hay una interpretación adjunta a los nuevos sistemas de pensamiento moderno. Hay una democracia, que todavía fluye, pero que está hecha pedazos. La situación de que un grupo minúsculo de ciudadanos de la Florida pueda interceder e influir sobre los procesos de paz y de guerra a nivel mundial, tiene apenas una relación alejada de lo que es el ideal democrático. Que dos mil ciudadanos de Pensilvania hayan podido decidir sobre el futuro económico, social y político de más de tres continentes, no parece acercarse a la idea de democracia global de los pueblos libres.

No es responsabilidad de los ciudadanos de un Estado y tampoco de los elegidos para representarlos. Hay un sistema caduco, vencido y superado por los constantes cambios globales, que producto de la evolución o  la involución,  ya no responden ni se rigen por el sistema moderno amoldado a una sociedad que funcionaba de otro modo.

Los grandes actores económicos y financieros están fuera de cualquier influencia y control. Y eso ya no se puede disimular.

La propia idea de gobernar ha sido resquebrajada. Las instituciones que surgieron a partir de Bretton Woods, han sentado bases para lo que se pretende sea un “buen gobierno” de los estados pertenecientes a la democracia global de los pueblos libres. Un buen gobierno creado a imagen y semejanza de las ideas neoliberales de los organismos internacionales que tendieron una trampa a largo plazo al sistema democrático internacional. El resultado comienza a desprenderse hoy,  aniquilando al sistema en su conjunto. Estas recetas macroeconómicas  de “buen gobierno” que impactaron, y que por  la terquedad de algunos países seguirán impactando en el seno de las sociedades, comenzaron a generar una creciente crítica a los gobiernos.

Pero la claridad evidente de la falta de maniobra de la clase política ante el resto de los actores, libres de influencia y control, genera ya no solo una crítica a los gobiernos, sino un abrupto descenso de la confianza y un desencanto cada vez mayor hacia las clases políticas. Todo, acompañado de una pérdida de la credibilidad y prestigio, ya no solo de esas elites, sino de la democracia en su conjunto, aumentando el abstencionismo y disminuyendo la participación ciudadana en la política. Esto quedó en evidencia en este último año en el fallido proceso de paz en Colombia, en la cantidad de votantes del Brexit, y en la escasa participación en las últimas elecciones norteamericanas, y también en la forma de votar.

Es necesario incluso, ir más atrás en el tiempo. El marco del Estado moderno con los conceptos establecidos luego de la Paz de Westfalia en el 1648 sigue vigente con algunos matices en la actualidad. Y ese marco ya no se corresponde a la realidad y a la amplitud de la interdependencia compleja a nivel global. La concepción del Estado, que en su momento sirvió como ente soberano, que acompañaba los procesos culturales de las naciones en el marco de Estados delimitados que se fue condecorando con todas las virtudes, hoy se encuentra enfermo y viciado por  todos los males.

Tres siglos y medio ya pasaron. Por supuesto que en el medio hubo revoluciones, modificaciones de formas más que de fondo, que dieron grandes saltos y cambios a las dinámicas establecidas. Pero hoy no hay siquiera eso. Las sociedades actuales se jactan de avanzadas, activas, dinámicas y desarrolladas,  pero dan muestras de ser, en realidad, estructuradas y conservadoras.

El autor francés Pierre Calame señaló en su momento con un impecable detalle, que “el retraso existente en el surgimiento de una comunidad global, y en la creación de instituciones y reglas, que sean legítimas, democráticas y eficaces va a revelarse dramático en el momento en que la comunidad deba decidir sobre las transformaciones de las que dependa su supervivencia”. Ya no se trata más de una forma de ordenamiento social, global o de naciones. Si no de supervivencia.

Las religiones no tienen menor culpa en esto. Han acompañado durante siglos los diferentes procesos de transformación global, y en algunos casos han comprendiendo los roles ajustándose a las dinámicas sociales. En la actualidad, están tan caducas como el resto de las teorías. Persisten ajustadas a sociedades que funcionaban de otro modo. Y tampoco sientan bases y principios sobre los cuales los ciudadanos puedan respaldarse. Apuestan a la idea, que no será producto de análisis y reflexión de la trascendencia, y no aportan elementos sustanciales para las dinámicas actuales.

La democracia es un sistema simbólico decía Michael Gazzaniga, “una aspiración de la historia de la humanidad mediante la cual los hombres y mujeres se hacen cargo de su propio destino”. Partiendo de la base de que las ideas simbólicas o los sistemas ideales, pueden ser perfectos, es necesario apoyar las trasformaciones que en los hechos se le han aplicado a las democracias reales.

Es decir que no se trata de un sistema que nunca haya evolucionado, la transparencia, el acountability horizontal y el vertical que encontró en la idea una perfección absoluta pero que en los hechos no es igualmente efectivo. La idea de empoderamiento también, que corresponde a las nuevas administraciones consultivas y la necesidad de acercar a los ciudadanos a la toma de decisiones de los gobiernos, la prensa libre y la libertad sindical, entre otras grandes modificaciones han sido adornos que han sustancialmente intentado mejorar a las democracias modernas. Pero el problema persiste. Porque es de esencia.

La esencia de las democracias modernas fue exitosa, significó un gran avance para la historia, al menos en la lógica occidental, y ha resuelto y superado en parte muchos de los obstáculos a los cuales se enfrentó. Pero ya no puede más.

Criticar la democracia es tomar conciencia del problema, entender las modificaciones de un mundo que hoy no tiene rumbo, y de una idea que fue perfecta en el pasado, pero que debe o bien remplazarse por una mejor idea, o bien adaptarse a la realidad global.

El criticar el Estado, no es ser un fanático globalizador. No es desconocer la importancia de las soberanías y los limites tradicionales. Es comprender que necesariamente se vive en una aldea global, con una interdependencia cada vez más completa y compleja, que necesita revisar sus bases y puntos en roles, comercio e intercambio, relaciones, diálogo, y suplantarlas por nuevas reglas, nuevas instituciones o adaptar las existentes para beneficio de las comunidades.

El sistema democrático, llegó a un punto en que no es democrático. Un punto en que no representa a los ciudadanos, en que no guía al mejor rumbo y que fundamentalmente no hace que los hombres y mujeres del mundo se hagan cargo y sean responsables de su propio destino.

La idea de la democracia es y será perfecta. La democracia actual aplicada, nos trajo, y nos traerá problemas sustanciales que están relacionados a la supervivencia humana más que a la idea de orden político, económico y social.



(*) Lic. Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales
29/07/2016

Sitios Sugeridos


Va con firma
| 2016 | Todos los derechos reservados

Director: Héctor Mauriño  |  

Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite

[email protected]