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Columnistas
11/11/2016

“Las elecciones en EEUU y el triunfo de las pobrezas”

“Las elecciones en EEUU y el triunfo de las pobrezas”  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El candidato que ostenta su riqueza como garante de su futura gestión, algo que los argentinos conocemos, por desgracia, muy bien desde el año pasado, expone una paradoja. El candidato más rico ganó por la pobreza, o mejor dicho por la sumatoria de varias clases diferentes de pobreza.

Francisco Camino Vela *

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Cuando se inició el largo proceso electoral norteamericano nadie habría apostado al resultado final que hoy el mundo intenta, absorto, explicar. En febrero de este año cuando se pusieron en marcha las internas partidarias, rápidamente Hillary Clinton  sacó ventaja y se convirtió progresivamente en la candidata con posibilidades reales de ser la primera presidenta de los Estados Unidos. Tras dos mandatos del primer presidente afroamericano, el país parecía encaminarse, de la mano de los demócratas, hacia una senda progresista de rupturas históricas, pero lamentablemente la ruptura vendría por otro lado. En el bando republicano hicieron lo imposible, incluyendo manifestaciones públicas de dirigentes y legisladores, para impedir desde el inicio de las internas el ascenso del magnate Donald Trump. Pero poco a poco desbancó a todos los candidatos de raíz republicana y se convirtió en el candidato del rancio partido y ahora en el primer presidente del país que no ha ejercido antes cargo público alguno. O sea que técnicamente viene por fuera de los trayectos de la política formal.

Su discurso misógino, discriminador, irreverente, descalificador y antipolítico, cosechó detractores en su partido, en su país y en el mundo. Pero la realidad es que Trump se alzó con la presidencia, obtenido 306 de los 538 electores, frente a los 232 de Clinton. Una ventaja inesperada pero que se explica, en primer lugar, por el sistema electoral de un país enorme con una cincuentena de estados que entregan cantidades variables de electores pero no en forma proporcional sino en un juego de suma cero en cada distrito. Es así que el republicano le sacó una diferencia de 74 electores, o si se quiere obtuvo casi el 57% de los electores, con el 47,5% de los votos. Mientras que la candidata demócrata obtuvo el 43% de los electores con el 47,7% de los votos. Sí, una vez más y esto ya pasó en la historia estadounidense, el candidato que pierde la presidencia saca más votos que el que gana. Son poco más de doscientos mil votos, por ahora, pero ponen en entredicho al sistema y la conversión de soberanía en poder. Por eso las calles ya se inundaron de protestas y obligaron al nuevo presidente a bajar notablemente su tono en el festejo.

Pese a todo, ganó las elecciones, tiene mayoría en ambas cámaras y posiblemente una influencia inédita la justicia. Una combinación que torna más oscuro el panorama para los detractores del presidente electo, que deberán confiar, como nunca antes, en la histórica esencia de contrapeso de poderes y controles cruzados impresos en el presidencialismo norteamericano. El panorama es cuando menos poco alentador.

En esta victoria también aportaron los demócratas, no pudiendo construir un mejor candidato para las elecciones. De hecho y aún con lo espeluznante que Trump resulta, Hillary era para muchos una candidata del establishment político y financiero, de edad avanzada, con gestiones previas controvertidas y esposa del ex presidente Clinton. Lo que para algunos era experiencia y garantía de gestión, para parte del electorado era más de lo mismo y un demérito precisamente por su larga trayectoria política. Y aquí está una de las claves, la antipolítica, el deseo disperso de cambio que tanto rédito da a empresarios que proponen venir a eliminar todos los vicios de la política. Algo de esto sabemos por nuestras latitudes, pero también de la realidad gubernamental que acontece luego en esos gobiernos y los lamentos colectivos que genera.

Por supuesto que la crisis del capitalismo de los, al menos, últimos ocho años y como se la abordó, es también uno de los elementos que contribuyeron al escenario antipolítico y al triunfo de Trump, pero no es lo único. En realidad, el éxito del magnate encierra una gran paradoja. El candidato que pudo financiar su propia campaña, que ostenta su riqueza personal construida, que expone ese éxito como garante de su futura gestión, algo que los argentinos conocemos, por desgracia, muy bien desde el año pasado, expone una paradoja. El candidato más rico ganó por la pobreza, o mejor dicho por la sumatoria de varias clases diferentes de pobreza.

Aunque suene mal, podemos hablar de la pobreza intelectual de una parte de los casi sesenta millones de norteamericanos que lo votaron, de electores con nivel educativo bajo o no superior al secundario, que se convencieron con el discurso no político y con las promesas sencillas del candidato republicano. Vale aclarar que el nivel educativo es un dato relevado por los analistas de los Estados Unidos y no un prejuicio similar al destilado por Elisa Carrió para explicar su derrota hace unos años.

Por otra parte, la pobreza material o si requiere el descenso o el no crecimiento de parte de la tradicional clase media y media baja norteamericana, sobre todo blanca, que vio en los últimos años cada vez más lejos el sueño americano en clave material y todo lo que ello suponía. Para el triunfo de este tipo de candidato, ahora, en los años treinta del siglo XX, y siempre, este sentimiento de frustración social es fundamental. También la pobreza de la inmigración, la lucha sórdida entre los que se legalizaron y los que no, o el miedo de los primeros a que las prometidas políticas demócratas de legalización de los segundos les restara posibilidades y sobre todo rebajara la legalidad que ostentan y que tanto les costó. Aquí debemos también colocar el resentimiento, de otro orden, de una parte de la comunidad cubana frente a la histórica política de apertura de Obama frente a Cuba.

Por último, y sin agotar las pobrezas que contribuyeron con Trump, como la de género, mencionar la pobreza de su nacionalismo blanco, la recuperación de una extinta Norteamérica blanca de inmigrantes anglosajones que tanto vociferó en sus discursos. Esta es la pobreza de un nacionalismo estrecho, excluyente y marginador, que no tiene en cuenta la riqueza de la diversidad y la real historia de esfuerzo multicultural que ha construido y sigue construyendo el país. Nuevamente el color de piel, el origen, la cultura diferente y la religión, todo pierde valor frente a una concepción homogeneizadora que coloca en el centro y quiere recuperar lo que es solo una parte de la sociedad y no el todo. Estrecheces que siempre se cobran víctimas.  

Pobrezas al fin que permitieron que el rico candidato ganara. Paradojas de una elección en un mundo cambiante que establece otros lazos entre candidatos y gobernantes con la sociedad. Ahora lo imposible se hizo realidad y como ya sabemos, la realidad siempre supera a la ficción.       



(*) Dr. en Historia. Profesor e investigador de FAHU-UNC. Profesor UNRN. Codirector de la Red de Estudios Socio-Históricos sobre la Democracia (Reshide).
29/07/2016

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