Columnistas
14/10/2016

España del precipicio a la cornisa

España del precipicio a la cornisa  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El parlamentarismo español y la conjunción política que alumbra desde hace unos meses, no solo no ha resuelto aún la enorme dificultad para elegir un presidente de gobierno sino que pronto a “lograrlo” va a contradecir el voto general de la sociedad española.

Francisco Camino Vela *

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 Una vez más la realidad política española nos convoca y lamentablemente por la línea que desde hace varias columnas venimos avizorando. Para aquellos que no siguen este caso, hablamos de la imposibilidad de formar gobierno en la modélica democracia ibérica desde fines del año pasado. Nos referimos a la enorme dificultad para elegir un presidente de gobierno y sortear la crisis en un sistema parlamentario, justo el formato que para muchos intelectuales, inspirados en Juan Linz, mejor resuelve las crisis profundas sosteniendo la democracia. El mismo parlamentarismo que a cada tanto emerge en las discusiones políticas argentinas como la forma de gobierno que debiera sustituir a nuestro siempre criticado presidencialismo latino.

No obstante, el parlamentarismo español y la conjunción política que alumbra desde hace unos meses, no solo no ha resuelto aún el problema sino que pronto a “lograrlo” va a contradecir el voto general de la sociedad española, atravesada ésta por una crisis profunda desde hace varios años y endurecida con la política de ajuste estructural que han sobrellevado lastimosamente los ciudadanos de ese país.

Los años previos a las dos elecciones generales llevadas a cabo han supuesto precisamente la construcción de alternativas a las políticas gubernamentales del Partido Popular (PP) liderado por Mariano Rajoy. Es así que de los “indignados” surgió el Podemos de Pablo Iglesias, que de ciudadanos centristas profundamente molestos por la corrupción nació Ciudadanos de Albert Rivera, y así también creció, frente a la intransigencia españolista del PP y también a otras necesidades internas catalanas, la pretensión firme de independencia en Cataluña. Todo ello ponía en evidencia el malestar por el sentido del Estado, o mejor dicho por la ausencia de lo que supo ser un estado social, además del resquebrajamiento de ciertos acuerdos tácitos e históricos, sobre la unidad española.

Estas tensiones no eran nuevas, bien por el contrario fueron el eje de larga duración de las “dos Españas” pero que durante décadas condujeron las disputas entre dos grandes partidos, el PP y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con otras fuerzas menores y los siempre presentes nacionalismos. Lo que sí había sido nuevo era la representación de estos disensos en nuevas fuerzas políticas y por tanto la conversión multipartidista del sistema con las consecuentes alianzas y negociaciones que esto debía traer aparejado.

Si uno analiza las elecciones de diciembre de 2015 y las de junio de este año, y las compara con las de 2011, el panorama no puede ser más claro. La sociedad española dijo basta a la mayoría absoluta de la derecha española representada por Rajoy y desparramó sus alternativas entre Podemos, Ciudadanos y lo que pudo conservar el PSOE, además de los nacionalismos. Por más que insistan los populares en que son justos merecedores del gobierno por haber “ganado” las dos últimas elecciones, incluso subiendo en la última, la realidad es que la sociedad rechazó su proyecto y los dejó solo como primera minoría.

Pero no siempre la oposición está a la altura, algo de lo que los neuquinos podemos dar cátedra, y España no ha sido la excepción. No hace falta abundar en los detalles, pero los políticos de la oposición, por diferentes argumentos y motivos, más o menos válidos, pero igualmente infructuosos, están a punto de presenciar la unción de Mariano Rajoy como nuevo presidente del gobierno antes de que termine octubre.

En esto ha sido fundamental la crisis del socialismo y la fuerte división interna de sus dirigentes, preocupados por el descenso progresivo de votos de la otrora principal fuerza política del país, y la necesidad de escoger un camino de salvaguarda. Pedro Sánchez, el hasta hace pocos días líder del partido, más allá de sus titubeos y su política pragmática, intentó conducir esa aspiración ciudadana de cambio, incluso pretendiendo apoyarse en las bases del partido, con un sentido profundamente democrático. Su fracaso está repartido en su falta o no de muñeca, en las acciones más o menos intransigente de las otras fuerzas opositoras, pero también y en gran parte en los conservadores que el PSOE alberga y que no quieren ver caer más a su partido, a su instrumento para permanecer en el poder regional y nacional.

En los próximos días el socialismo puede concretar la tan reclamada abstención para que el “ganador” de los dos últimos comicios forme gobierno, el PP con el apoyo ahora de Ciudadanos. El mismo partido de gobierno del cual numerosos dirigentes acuden diariamente en la actualidad a los tribunales para defenderse de acusaciones de corrupción.

En este marco y se concreta lo dicho, España seguramente se aleje del precipicio de la falta de gobierno y de todo el miedo que han sembrado al respecto, pero empezará a caminar por la cornisa de una legislatura en minoría y una sociedad cansada y harta de que nada cambie. La crisis entonces no habrá terminado sino entrado en otra fase nueva y tan desconocida como lo era la actual hace diez meses.                  



(*) Dr. en Historia. Profesor e investigador de FAHU-UNC. Profesor UNRN. Codirector de la Red de Estudios Socio-Históricos sobre la Democracia (Reshide).
29/07/2016

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