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El 26 de abril pasado, cuando abandonó Beijing, por primera vez ningún funcionario chino acompañó al Secretario de Estado Antony Blinken en el aeropuerto. Solita su alma partió tras un apretón de manos con su embajador en el país.
En este mundo de sobreinformación y desinformación es saludable mirar por debajo de la espuma de los titulares, usualmente desnortados y no pocas veces falaces, y enfocar en las tenues luces que indican el estado de las cosas. Estas pequeñas cosas dicen más que cientos de documentos, análisis y declaraciones periodísticas.
Difícilmente tengamos una mejor vista de cómo están las relaciones entre China y EE.UU. que esa imagen desolada en el aeropuerto pequinés.
La paciencia china parece haberse agotado. La puerta abierta en la reunión de Biden y Xi Jinping en San Francisco, el 13 de noviembre de 2023, se ha vuelto a cerrar.
La continuidad de las sanciones a empresas chinas, la actual ofensiva contra Tik Tok y la alianza “minilateral” de EE.UU. con Japón y Filipinas para cercar militarmente el Mar del Sur de China, echan más leña al fuego.
Pero la gota que colmó el vaso fue el reclamo de Blinken para que China cese el comercio de bienes de “uso dual” (civil y militar) con Rusia. Una categoría gris y elástica en la que puede entrar cualquier cosa, desde un martillo hasta fertilizantes y desde un cuchillo hasta microchips. Una trampa infantil y desconsiderada.
En su clásica búsqueda de responsables externos para sus propios desaguisados, el gobierno de EE.UU. encuentra ahora en China a un nuevo culpable de su encaminada derrota en la guerra por delegación contra Rusia.
El hasta ahora mutuo interés de Washington y Beijing de mantener la apariencia de una cierta estabilidad en la relación se ha quebrado.
Presionado por una elección cercana y difícil Joe Biden pisó acelerador de una sinofobia que tiene una larga historia en la tan fóbica política estadounidense.
La escalada iniciada desde el (¿primer?) gobierno de Trump es ahora una hostilidad de suma cero, crecientemente institucionalizada en ambas capitales.
La respuesta al reclamo de Blinken fue una invitación a Vladimir Putin para visitar Beinjing los próximos 16 y 17 de mayo, en el primer viaje oficial tras asumir su quinto mandato.
El 14 de mayo el presidente Biden anunció una nueva oleada de aranceles externos, enteramente aplicados a productos chinos: acero, aluminio, semiconductores, vehículos eléctricos, baterías, paneles solares, grúas portuarias e insumos médicos como jeringas y agujas.
Los paneles solares pasaron del 25 al 50% y los autos eléctricos al 100%.
Los costos han recaído hasta ahora en los consumidores estadounidenses, que desde 2018 han pagado unos 260 mil millones de dólares en mayores costos, sin que la industria local logre despegar a pesar de la protección.
La respuesta china puede ser muy costosa. En los últimos años Ford y GM han vendido más autos en el gigante oriental que en su propio país. Y ellos, junto a Tesla, dependen completamente de la tecnología china para la nueva generación de automóviles sin motores de combustión.
El caso de los vehículos eléctricos es llamativo pues aún con el 25% de arancel no había oferta de autos chinos en EE.UU. porque Beijing se ha enfocado en su mercado doméstico y en el Sur Global (México y Brasil en el caso latinoamericano) particularmente en Asia y Medio Oriente.
Y aquí está la clave del actual estado de cosas: las políticas agresivas de EE.UU. y Unión Europea como su colita rutera, primero contra Rusia y ahora contra China están cambiando el carácter del comercio mundial, en detrimento de sus propios autores.
El comercio de China con el Sur Global se ha duplicado en los últimos cinco años y ya excede a las exportaciones a los países del G7.
El exceso de ahorro en China fluye a las economías en desarrollo en forma de créditos e inversiones junto a bienes de capital: estaciones base de 5G, sistemas eléctricos, material ferroviario, energía solar y también…vehículos eléctricos.
Quizás el cada vez más solitario Antony Blinken pueda tomarse unos mates con la canciller Mondino y lamentarse juntos de que los chinos son todos iguales y todas aquellas pequeñas cosas de un mundo que se va.
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