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El Senado rechazó el DNU 70/23. Ahora deberá ser la Cámara de Diputados la que lo desapruebe o lo avale. Mientras tanto el gobierno no gobierna y espera irritado esos instrumentos para comenzar una gestión ya desgastada en su consenso y en los porcentajes de aprobación de la figura presidencial. En una palabra equilibrio al borde de la caída.
El peligro consiste en conceder al requerimiento presidencial con lo cual el parlamento se queda sin el recurso de actuar con la autonomía que le da la Constitución y ante los arrebatos de Milei. Es inconcebible la coacción del presidente contra uno de los poderes de la República. Quiere doblegarlo para convertirlo en su vasallo ideológico. Ese es el porvenir de los legisladores, ya insultados por el mismo que hoy los aprieta para que le aprueben una ley de más de 200 artículos que reforma o deroga centenares de leyes, entre el DNU y la ley Ómnibus, hermanas gemelas de la reacción libertaria.
Pero ante ese futuro, el público podría pensar que para poner en marcha la maquinaria gubernamental lo saludable sería aprobar el DNU, tomar un poco de aceite de ricino y que sea lo que fuere.
Lo que pasa es que lo que prescriben las normas de Milei tienen costados inaceptables, de los que sólo mencionaremos tres: facultades legislativas delegadas, puerta abierta a las privatizaciones y ley de actualización previsional macrimileista. Todas rigurosamente rechazables porque son una puerta abierta a la discrecionalidad del presidente que no acepta ninguna negociación.
¿Cómo harían aquellos legisladores que ya votaron negativamente la ley ómnibus para aceptarla ahora, a poco más de 60 días de mandarla al archivo y cómo harían para votar el DNU que ya viene rechazado del Senado, cuando es flagrante su inconstitucionalidad? De aprobarlo, que es aún una posibilidad que baila en la cabeza de varios políticos, debería, primero, aparentar con otro ropaje y el presidente ceder su carácter autoritario, que lo aísla de las gestiones y se resta a sí mismo un inevitable rol de negociador. Debería cambiar su chip intolerante por otro que lo disponga a un diálogo propositivo. ¿Acaso no hay nadie que le sugiera el cambio y que le facilite desempeñar su rol de liderazgo político?
La pregunta que puede surgir es ¿cómo hacemos para poner esto en marcha? Porque rechazado el DNU el gobierno debería archivar de una vez la motosierra y la licuadora. Ya no quedan ramas que aserrar ni salarios que licuar. ¿Todo su talento se limita a triturar puestos, salarios, empresas e incrementar el número de pobres? Si es así es muy poco y tarde o temprano caducará el crédito electoral. La vicepresidenta ya afila sus uñas para aferrarse a un nuevo sillón, más grande si cabe, desde donde podamos familiarizarnos con su voz de mando y su negacionismo de doctrina.
Ahora el gobierno, que ve venir lo peor con el probable voto negativo del DNU por los diputados, llama a los distintos “bloques dialoguistas” presionándolos bajo amenazas, para que lo acompañen a cambio de nada, porque ya lo ha dicho Milei, él no negocia. Frente a semejante posición el único recurso que queda es la compra de voluntades, enajenados como están los recursos que pertenecen a las provincias en manos de la discrecionalidad del presidente.
La pregunta por el premio mayor es: ¿servirá todo este esfuerzo para que el país se ponga a andar o habremos incrementado el lodo del camino para hundirnos aún más de lo que ya estamos para llegar a ninguna parte?
No se puede profundizar una crisis que no tiene piso, se dice que se lucha contra la inflación y la han incrementado. No les interesa y no les incomoda promover la desocupación, la gente parece estar a merced de una decadencia interminable. De este modo está claro que quienes gobiernan no merecen otro cheque en blanco de la población a una gestión que ha sido deletérea del tejido social como pocas veces se ha visto.
Basta de jugar a la democracia cuando desde adentro la denostan y la desprecian. Frente a un autoritario con aspiraciones dictatoriales, la orden es no ceder a sus manipulaciones.
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