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Columnistas
24/03/2024

Tocando fondo: la debacle moral de las élites occidentales

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Las apocalípticas escenas en la Franja de Gaza constituyen la tumba de la reclamada universalidad de los valores políticos y éticos de Occidente. El deslizamiento desde la hipocresía a la negación fáctica de esos valores, ha tocado fondo.

Gustavo Crisafulli *

Pasados ya los 160 días de la invasión israelí a Gaza, han sido masacrados más de 31.000 civiles, tres cuartas partes de ellos mujeres, niñas y niños, junto a más de 73.400 heridos, producto de los ataques aéreos y terrestres del ejército hebreo.

Desde el 7 de octubre las fuerzas israelíes han ampliado sus bombardeos a objetivos no militares, que denominan “matarot otzem” (objetivos de poder) incluyendo casas privadas, bloques de edificios, oficinas públicas, hospitales, escuelas y mezquitas. Crímenes de guerra en el marco de las normas internacionales.

A ello se suma ahora el hambre como táctica de limpieza étnica.

Como hicieron los nazis en los guetos judíos de la Europa oriental en la II Guerra Mundial, Israel somete a la hambruna a la población de Gaza manteniendo cerrados los accesos a la Franja y atacando los convoyes de ayuda humanitaria y a los miles de desesperados en busca de comida.

Paralelamente, las fuerzas de ocupación han multiplicado los ataques y detenciones masivas en la Ribera Occidental y Jerusalén Oriental, en una escala no vista desde la Segunda Intifada, en 2002.

A la par, colonos judíos de la extrema derecha religiosa asaltan barrios y aldeas expulsando a los habitantes palestinos de sus casas y tierras.

Frente a la campaña de negación del número de víctimas, que constituye la evidencia de un genocidio en toda regla, la revista Time publicó el 15 de marzo pasado los resultados de las investigaciones de la Universidad John Hopkins y la London School of Hygiene que no sólo lo confirman sino que lo estiman “bastante conservador”.

A comienzos de febrero de 2024 el presidente Biden fue advertido por sus diplomáticos sobre la cercanía de la hambruna, con el hacinamiento de un millón de desplazados en el paso de Rafah. Pero nadie movió un dedo.

El inminente ataque israelí a Rafah desencadenaría la tragedia final largamente anunciada.

Mientras tanto, derramando lágrimas de cocodrilo, EE.UU. y la UE siguen entregando armamento y municiones al gobierno de Netanyahu y dando cobertura política y diplomática al genocidio palestino.

EE.UU. proveyó hasta ahora 25.000 toneladas de suministros militares al gobierno israelí: aviones de combate, helicópteros, misiles Hellfire, bombas guiadas y centenares de miles de municiones de artillería de 155 mm; la presencia de sus drones de reconocimiento sobre Gaza denuncia, además, su participación en la identificación de objetivos.

En menor proporción hacen lo mismo Alemania, Francia y varios otros miembros de la UE.

Los líderes políticos europeos, uno tras otro viajaron a Israel desde el fatídico 7 de octubre pasado, ofreciendo “un cheque en blanco” al gobierno ultraderechista cuyo ministro de Defensa, Yoav Gallant había anunciado “estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. La conocida deshumanización necesaria para la masacre.

También pusieron en acto el complemento necesario del genocidio: la censura y la desinformación. Gran Bretaña, Francia y Alemania prohibieron las manifestaciones en favor de un cese el fuego -que de todos modos no cesan de aumentar- y consideran un acto de “antisemitismo” cualquier expresión de condena a la violencia criminal del Estado de Israel o mención del “genocidio en Gaza”.

En EE.UU. y Alemania, numerosos profesores y estudiantes universitarios han sido suspendidos por llamar al cese el fuego o reclamar el fin de la Ocupación en Cisjordania. En Gran Bretaña, Canadá y Australia se han censurado los informes periodísticos y reducido la emisión de imágenes de la carnicería en Gaza.

Las apocalípticas escenas en la Franja constituyen la tumba de la reclamada universalidad de los valores políticos y éticos de Occidente. El deslizamiento desde la hipocresía a la negación fáctica de esos valores, ha tocado fondo.

La extraordinaria presentación de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia, denunciando el genocidio en Palestina -cuya lectura recomiendo a nuestras lectoras y lectores- y las pobres y evasivas presentaciones de EE.UU. y Alemania quedarán como la certificación de la debacle moral de Occidente.

Por debajo del ornato de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Acuerdos de Ginebra ha vuelto a aparecer el espantoso rostro del racismo y el colonialismo de los últimos 500 años de dominación occidental.

¿Cuánta sangre más debemos esperar para enterrar esos fantasmas?

En definitiva, el Estado de Israel no es más que la expresión tardía del colonialismo europeo. Sólo la caducidad del proyecto sionista abriría una puerta de convivencia pacífica entre israelíes y palestinos.


 



(*) Historiador, ex rector de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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