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Que Putin, superando sutilmente por un intervalo de dos segundos su infinita paciencia, mencionara el alcance que poseen los misiles balísticos rusos, que superan cualquier distancia europea y, por lo tanto son potencialmente ingratos visitantes a las más libres y democráticas capitales europeas, no fue, como enfatiza “El País”, una amenaza sino respuesta únicamente a una, esa sí, amenaza del súbitamente preso de gran intoxicación cerebral Emmanuel Macron, a quién nomás se le ocurrió de repente que era deseable meter directamente tropa francesa o, mejor aún, europea en general, a Ucrania, “juntémonos y vayan”. Salvo polacos y “bálticos” -designación geográfica que oculta una competencia para ver cuál de ellos es más nazi-, que se entusiasmaron con la posible agresión militar, todos los grandotes intentaron desmarcarse: la europandilla de Ursula, la OTAN de Stoltenberg y el propio Scholtz, quien con una caradura notable prefirió omitir que hace rato que los alemanes tienen una pata en Ucrania y, es más, que se preparaban para emprender un ataque a Crimea con misiles Taurus. Todo esto fue revelado a raíz de las comunicaciones de la Bundeswëhrinterceptadas por Rusia, en las que departían alegremente de cómo hacerlo con éxito. La dirigencia alemana balbuceó -la canciller Baerbock fue prudentemente silenciada- y Washington repartió directivas claras en todo el club OTAN: de ninguna manera se enviarán (por ahora) tropas de la OTAN a Ucrania. En realidad, ya se han enviado: algunos cuantos mercenarios franceses han muerto en Ucrania; y es difícil que estos buenos muchachos hayan decido inmolarse sin el apoyo y venia de su país que, al menos, no lo impidió. Adentro, en el seno del “Hexágono”, opositores como Mélenchon y Le Pen señalaron rápidamente lo estúpido de las declaraciones de Macron.
Vaya problema, obligan a Putin a mover sus líneas rojas una vez más, probando una vez más que la violencia decisiva sería para Rusia solamente un último recurso. Sin embargo, la chusma europea tapiza de titulares cruzando constantemente las palabras “nuclear” y “Putin” para quitarle el sueño a sus aletargados ciudadanos. Por ahora, a Rusia le basta reconocer y declarar que la guerra es contra la OTAN y no contra Ucrania pero a la vez fingiendo demencia al “aceptar” que la OTAN en sí no les ha declarado la guerra porque, de hacerlo, obligaría “a Putin” a responder de la manera que considere apropiada conforme a sus leyes: en la entrevista a un medio ruso del 12 de marzo, Putin sostuvo que "Las armas existen para ser utilizadas. Tenemos nuestros propios principios, según los cuales estamos listos para utilizar las armas si se trata de la protección de la existencia del Estado ruso o si hay una amenaza para nuestra soberanía e independencia". Los ataques a territorio ruso -incluido el Donbás, desde luego- no sólo se hacen con armas entregadas por Occidente sino que, con gran probabilidad, ya directamente son lanzadas -en caso de drones- desde cualquier país de la OTAN.
Para el Papa (y para cualquier persona sensata), Ucrania debería aceptar una negociación para poner fin al conflicto. Pero, la colección de títeres en Kiev solamente está facultada para recibir órdenes de Washington, cuyas conveniencias se estarán planteando constantemente: ¿que muera hasta el último ucraniano pero que en el proceso se debilite Rusia según nuestros deseos originales? Si, de paso, esta ilusión lleva al beneficio de Lockheed-Martin, qué mejor, aún con el riesgo de escalar a un conflicto directo con Rusia. La resonancia de los deseos imperiales con la estupidez del nacionalismo ucronazi es fabulosa: la amable sugerencia de Francisco fue rechazada de tajo hasta para un organismo que ganó parte del Nobel de la Paz en 2022, el “Centro para las libertades civiles”, cuya directora piensa que rendirse ante Rusia significa un cúmulo de cosas horribles y que es mejor la muerte. Otro Nobel pifiado, rivalizando con el de la UE y el de Obama.
Occidente no ha despertado todavía del sueño de las amapolas. Europa se autofagocita. Emmanuel Todd apunta con justeza que las izquierdas europeas, a diferencia de las latinoamericanas, son colonialistas y, a la vez, colonizadas. En Paris, la dibujante Cocopublicó en el diario parisino Libérationuna caricatura mofándose de los palestinos en Gaza. La ahora estelar en “Libé” fue una sobreviviente al ataque a Charlie Hebdo en el 2015. El estrés postraumático que sufrió fue brutal y ello pueda ser la causa de esta obnubilación, que mezcla a Al Qaeda con el Islam y Palestina.
Las desgracias que producen a la humanidad los vampiros postvalaquios que son las silenciosas corporaciones dueñas del capital, de los recursos naturales y los cerebros no terminarán jamás si no se contraen los estados liberales occidentales que los abrazan, ése G7 que pone las armas de las subsidiarias de Black Rock para garantizar que unos pocos sean infinitamente ricos y que haya centenares de miles de muertos en Ucrania, Siria, Yemen, Palestina. ¿Es esto posible? No parece que acepten las condiciones de Rusia y, la guerra inevitablemente escalará. De paso, con esa pandilla en el poder global, Gaza será totalmente destruida y, pese al combate de los hutíes de Yemen, sus habitantes serán exterminados. El problema es que, con cada escalada, aumenta la probabilidad de un colapso global. Y, a Occidente sólo le queda el empate termonuclear. Hasta hoy sólo van mostrando que prefieren suicidarse a pertenecer a otro mundo en el que ya no serían los amos. Rusia facilita la rendición de la tropa ucraniana en el frente con una línea de rescate. Llamas y te salvas. El “mundo libre” está a tiempo de hacer lo mismo. Vladimir Putin lo ha resumido: "Deben darse cuenta de que el baile de los vampiros se acaba".
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