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A tres meses de iniciado, sin siquiera una ley aprobada, con un DNU inconstitucional que de ser aprobado otorgaría facultades extraordinarias propias de un régimen dictatorial; con una fracasada ley Ómnibus que vuelve por la ventana y con un “Pacto de Mayo” que busca institucionalizar el despojo a las provincias y amordazar al Congreso, el futuro del gobierno de Javier Milei es un gran interrogante.
También lo es el futuro de la democracia argentina, que acaba de cumplir 40 años y a la que Milei y la derecha política y el poder económico que lo ayudaron a ganar y lo apoyan para que haga el trabajo sucio, parecen querer aplastar.
Un trabajo que incluye eliminación por decreto de derechos y garantías contenidos en la ley y en la Constitución, violación del equilibrio de poderes, empobrecimiento de los más humildes, los jubilados y la clase media, todo en el marco de una feroz transferencia de ingresos a los sectores concentrados de la economía y a lo que se suma un peligroso abandono de las políticas soberanas de la Nación.
Todas estas calamidades administradas se suceden junto con una lluvia de insultos, descalificaciones y persecuciones a los que se atreven a abrir la boca o insinuar disidencia, y en medio de un ejercicio nunca visto de crueldad hacia aquellos que se atreven a pensar diferente o insinuar una disidencia.
Mesiánico, irascible, violento, despótico, Milei parece encarnar al enemigo de la democracia argentina. Aunque sus sucesivos traspiés, su gestión tapizada de retrocesos, colaboradores tirados por la ventana y gestos siempre apocalípticos, permiten adivinar que el hombre que desgobierna a la Argentina también podría ser el peor enemigo de sí mismo. No en vano ha dicho que antes de ceder prefiere el ostracismo.
Episodios como el ataque de Milei a la cantante Lali Espósito, a una maestra que se atrevió a decir que la jubilación no le alcanza para vivir, o la destemplada decisión de cambiar de nombre al Salón de la Mujer de la Casa Rosada justamente el Día Internacional de la Mujer; hablan de una crueldad manifiesta; de un modelo de relacionamiento con el prójimo que no sólo hace daño sino que se solaza en hacerlo.
Con todo lo dicho, y aunque Milei vive un rápido deterioro de su imagen -sólo comparable a su vertiginosa ofensiva contra el país y su gente-, mantiene todavía una cierta fidelidad, no sólo en el “círculo rojo”, su principal beneficiario, sino entre sus víctimas, muchas de las cuales han juntado tanto odio y están tan ganadas por un individualismo autoritario y cruel, que estarían dispuestas a sufrir un poco más con tal de darse el gusto de lastimar a “los otros”.
¿Hasta cuándo?
Lo hemos planteado desde esta misma tribuna antes y después de las tres elecciones del año pasado. Existe un sector de la población captado por el discurso de la antipolítica, sumidos en la precariedad laboral, que no goza de los mismos beneficios que los trabajadores registrados, y que ha encontrado en Milei la posibilidad de canalizar su bronca.
Estafados por el “cambio” que prometió Macri en el 2015, defraudados en sus expectativas por el Frente de Todos, desquiciados por la pandemia y atormentados por la inflación; con una memoria histórica limitada por su experiencia de vida y por la amnesia selectiva de los medios y las redes sociales, estos sectores se terminaron identificando con un iluminado en apariencia tan indignado como ellos, que prometía romperlo todo.
Eso fue una parte, y constituye en buena medida el núcleo duro de los “libertarios” que todavía confían en su “león” de cotillón, el resto lo hizo la derecha de Juntos por el Cambio, que prefirió empujar la democracia al abismo con tal de que no siguiera gobernando el peronismo.
La otra razón que hizo posible este desmadre supera los límites de la Argentina, es un cambio a nivel mundial, el desencanto de los jóvenes en la “era posmoderna”; un colapso de la fe en la política y los políticos, en las posibilidades de progreso que brindaba el Estado de bienestar y que fueron progresivamente captados por el auge del discurso mesiánico de las nuevas derechas.
Con la salvedad de que en los países centrales esas derechas son muy reaccionarias pero ultranacionalistas y en cambio a Milei la soberanía nacional le importa un bledo, sólo quiere servir a los ricos y quedar bien con EE.UU, el FMI e Israel.
Pero frente al empobrecimiento brutal y el desmoronamiento de la economía, que empieza a dar paso a una fuerte desocupación, los fan del standupero desbocado que se siente un enviado del cielo, comienzan a sentir que la medicina es para ellos, y ya se preguntan ¿cuál es la verdadera “casta”?
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