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22/10/2023

Decime si exagero

Muchas gracias por NADA

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Finalmente se ha estrenado la miniserie de Gastón Duprat y Mariano Cohn que protagonizan Luis Brandoni, Majo Cabrera y Robert De Niro. El resultado final de esta suerte de largometraje fragmentado en cinco episodios cortos es realmente encantador.

Fernando Barraza

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A la dupla Cohn Duprat le gusta contar siempre la misma historia: la de la sencillez que destruye el artificio. Lo vienen haciendo desde que eran jóvenes. Ya en los áridos 90's del siglo pasado, cuando se terminaba el horario “normal” de la televisión de aire, irrumpía el dúo con ese programón completamente adelantado que se llamaba “Televisión Abierta” y -sacando a circular un micrófono de capuchón cónico por cada casa que lo solicitara- dejábamos que la gente “común” contara lo que quisiera, mucho antes de las redes sociales, mucho antes de la saturación de voces naufragando en el mar de la fibra óptica. Puede que allí, en ese hito hoy histórico para la comunicación argentina, hayan empezado a tejer el primer telar de esta idea tesis que han sostenido durante treinta años:

La sencillez, que es natural, destruye al artificio, que se disfraza de sofisticado, pero en realidad es banal, casi pelotudo.

Esta apreciación que indica repetición constante de un paradigma intelectual no es despectiva, más bien todo lo contrario: es una referencia positiva sobre la poética de esta dupla, que en la mayoría de sus producciones ha contado en pantalla y de manera potente esta misma “historia”, desde diferentes ópticas, con personajes súper sólidos, heterogéneos a más no poder y con distintos grados de conflictividad.

En algunas oportunidades la cosa ha sido tranquila, pero no siempre es así: hasta ha habido muertes trágicas, como en “El hombre de al lado”; en otras todo transcurre en carriles de pintoresquismo suave y sin sobresaltos violentos ni trágicos, como en “Mi obra maestra”; en otras la metáfora se esconde detrás de trazas fantásticas que pueden llegar hasta el mejor de los grotescos, como en “Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo”; y en otras el mensaje puede circular por carriles existenciales secos, pero profundos, como en “El Artista”.

La cosa es que siempre sobrevuela en su obra esta suerte de mensaje directo, pequeño ABC de la vida: simple mata artificio. Por más que su estética audiovisual sea precisamente la opuesta (sus films son cuidadísimos desde su factura), el mensaje se mantiene. Y es lógico y fructuoso que estos hermanos en el arte no suelten ese mensaje, porque la verdad es una revelación casi imbatible y no se lo puede discutir demasiado, por no decir: no se la puede discutir... NADA.

Este año -en tiempos de vigencia para las aventuras seriadas en servicios de streaming- la dupla fue contratada para escribir, dirigir y producir la serie titulada “Nada” que ya estrenó uno de los imperios audiovisuales del ratón Mickey. Con un muy buen presupuesto, que incluye -por ejemplo- el dinero suficiente como para pagarle a Luis Brandoni, Robert De Niro y Guillermo Francella (y completar con un casting realmente impecable), con un despliegue de arte y fotografía en un standard que al dúo le gusta mantener, y con una muy buena campaña de promoción.

“Nada” -como muchos y muchas ya sabrán- cuenta la historia de... no, no, que mejor te lo diga el wiki que la mismísima producción de la serie autorizó:

 

(...) Cuenta la historia de Manuel (Luis Brandoni), un crítico gastronómico que dependió toda su vida de su ama de llaves, sin embargo, esta mujer fallece y él queda a la deriva porque no tiene idea de cómo manejarse por su cuenta en la cotidianidad, por lo cual, contrata una nueva ama de llaves para que lo ayude en esta nueva etapa de su vida.”

 

Eso es lo que cuenta. Ni más ni menos.

Analizar esta serie tiene sus complejidades. Lo siento, me estoy contradiciendo, lo se. Cuatro párrafos más arriba celebraba el credo sobre lo sencillas que eran las cosas en la obra de Cohn y Duprat. Bueno, pero tampoco se enojen conmigo, eh. Permítanme explicar un poco esta situación:

Queda clarísimo por varios monólogos y diálogos en “El ciudadano ilustre”, “mi obra maestra” y “Competencia oficial” (el personaje de Penélope Cruz lo dice concreta y literalmente) que al dúo le rompe soberanamente los quinotos que los análisis de las expresiones artísticas se hagan desde la revisión de los contenidos ideológicos que se puedan encontrar en ella. A los seres humanos políticos (todos lo somos) de la Argentina que profesamos y militamos la izquierda o el peronismo esto no nos molesta en lo más mínimo. Es más: nos apasiona y nos sirve para entender muchas de las facturas de una obra. Pero en este artículo -vamos a contar como se mueven los hilos de la construcción de este articulejo- respetaremos la consigna Cohn/Duprat e intentaremos no hablar sobre los contenidos ideológicos de la serie. Una pena, porque los de “Nada” son ricos. Riquísimos. Pero bueno amigas y amigos: elecciones son elecciones.

Despejada la ecuación ideológica, nos quedaremos con las partes sueltas de este edificio bello que es la serie. Diremos entonces que la ternura que la trasvasa es el cimiento de la obra, la llevan puesta todos los personajes, hasta los más desagradables (el que hace Francella, o el de Gastón Cocchiarale por ejemplo) la poseen. También podríamos señalar con entusiasmo que los detalles de preciosismo en los planos y la típica edición “cohnduprateana”, que mezcla tomas micro y macro, hacen que uno entre en el espíritu de cada personaje, y por el hecho de que a veces las secuencias de imágenes sean tan pero tan pictóricas, se puede tomar una pequeña distancia del relato, es cierto, pero solo para disfrutarlo con goce estético. Es decir: también te acerca emocionalmente a lo que se está contando. El guion posee un equilibrio dramático de engranajes bien aceitados, y los detalles de humor están tan bien puestos espacialmente que es para aplaudir. Hay muchos momentos de sonrisas, pocos menos de risas y al menos uno de carcajadas totales (De Niro leyendo las esquelas que le dejó Brandoni). Las dosis son excelentes, como en una buena comida, claro está.

Por último señalar algo que pondera muchísimo la construcción de la obra toda desde lo conceptual (un logro que aplica para la estructura de ésta, una miniserie para star +, o para una obra de Esquilo, o una del primo de Muscari, no importa) y es que dentro del concierto dramático de la serie todas las palabras valen lo mismo, no hay jerarquías innecesarias. Cada cosa que dice cada uno de los personajes es importante, gravita, hace rodar la rueda de la trama y no están allí para que un personaje sea más grande que el otro. Sea Brandoni en cámara casi toda la serie, o Aráoz, de menos de cinco minutos gloriosos, o un personaje como el que hace Rodrigo Noya (también de poco tiempo en escena) que en una obra mal escrita sería un mero personaje/objeto de burla, pero aquí -pese a sus características peculiares y plausibles al sarcasmo- es un personaje vivo, querible y atendible. En esta obra vale tanto la voz de un cheto porteño tilingo, la sabiduría ancestral de una joven guaraní, las consideraciones filosóficas de un ganador de dos premios Pullitzer, el impulso venal de un nietito en videollamada desde Londres, las consideraciones filosóficas de un mozo o los sentimientos heridos de un marchant millonario. Espectacular.

Ahora sí... lo último de lo último de lo último: vean la serie. Encaren y entren con tranquilidad. Estamos atravesando días jodidos como país, con tensiones que derivan en gritos y diferencias escupidas a los motosierrazos, una serie en la que “nada” sea una metáfora de “todo”, que te haga reír, que te enternezca y que te deje pensando en cosas posibles es casi necesaria te diría. Vos vela, y después... ¡decime si exagero!

 

29/07/2016

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