Columnistas
15/10/2023

Los que están junto al fuego donde se fríen las catástrofes

Los que están junto al fuego donde se fríen las catástrofes | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Dos columnas periodísticas del siglo pasado sobre hechos contemporáneos a sus autores y el reciente fallecimiento de otro destacado cronista de época motivan este tributo a un oficio que se nutre de la realidad y es atravesado por la historia y las expresiones culturales de una sociedad.

Antonio Arias

En la Guerra Civil española

Un coche se desliza por la llanura nevada de Teruel en los primeros días de enero de 1938. Palidece el sol de invierno, mientras el auto corre, levantando a lo largo del camino montículos de tierra alcanforada de nieve. Míster Sheepshanks, míster Neil, míster Phlyby y míster Bradish Johnson conversan de la guerra.

Hablan poco y tienen el orgullo del periodista moderno: estar junto al fuego donde los hombres fríen la catástrofe.

Míster Neil, al volante chupa su cigarro y dice, ‘antes de la guerra éstos eran campos de azafrán’. Un estampido sordo es continuado por un redoble de truenos. ‘Es importante’, murmura míster Phlyby; ‘grueso calibre’ agrega míster Neil. Los cuatro se miran. Silencio. ‘Resisten aún los republicanos’, piensa míster Bradish. Los cuatro hombres callan. Siempre sucede así: se dice media docena de palabras sin importancia, y luego se callan.

Míster Neil señala el arroyo de Cella, cuyas aguas pasan enturbiadas de sangre. ‘Aquí se pescaban buenas truchas’, dice.

Una ambulancia pasa rápidamente. Después otra. Después otra. Algunas gotas de sangre quedan sobre la nieve. Míster Neil es el más experto del grupo, sus compañeros lo admiran. Es tan frío como la nieve y más aventurero que Lawrence. Ha estado en Palestina, en Etiopía, en Bilbao, en el Infierno. Habla italiano, francés, inglés, castellano, árabe.

Los cuatro místers fuman. De pronto míster Phlyby arroja su cigarro y anuncia gravemente: ‘No fumaré más. Es dañoso para la salud’. En el horizonte los truenos retumban más cercanos. ’Convengo con usted que el tabaco es dañoso para la salud’, afirma Bradish. ‘Cuando dejo de fumar aumento en tres meses 7 kilos’.

En medio de la llanura de nieve yace un tanque desfondado y el rostro de míster Neil está cada vez más grave. El cañoneo es más próximo y duro. Neil cavila. El suelo está marcado de rayaduras de proyectiles. Neil va a decir algo…Un volcán se abre ante sus ojos y el estampido le vuela los tímpanos fuera de la cabeza. El coche gira sobre sí mismo y se tumba a un costado. En su interior hay cuatro hombres despanzurrados, desangrándose.

Son cuatro periodistas que iban en busca de noticias, que nosotros leemos plácidamente cuando viajamos en el tranvía o arrimados al mantel, en la mesa, durante la hora del almuerzo.

Fragmentos de la crónica de Roberto Arlt que se publicó el 4 de enero de 1938 en el diario El Mundo. Arlt, desde la redacción, comentaba los cables que leía, le daba contexto, interpretaba y amplificaba los hechos. Claro, con esa pluma la crónica discurre como las aguas del Limay.

Sobre un alzamiento militar en los 90

En diciembre de 1990 el coronel Mohamed Seineldín se sublevó por tercera vez contra un gobierno constitucional, que incluso lo había indultado por condena de anteriores levantamientos militares que rechazaban los juicios por delitos de lesa humanidad. La transición de la dictadura militar al gobierno de Alfonsín elegido en 1983, fue ardua, incierta, con piedras por todos lados y una feroz resistencia de los mandos militares, que pasaron en poco tiempo, de ser dueños y amos del país a la silla de acusados por los crímenes cometidos.

Osvaldo Soriano, desde la contratapa de Página 12 escribió entonces una columna que está en los anaqueles de las mejores crónicas periodísticas del país. En “Una bala para el coronel”, Soriano reflexiona sobre el poder, con la elegancia y claridad que le aportaron dos oficios; el de escritor y periodista. A ello se suma la lectura, inherente a todo escritor y una mirada esponja de distintas expresiones culturales.

En Coronel Redl (1985), película del húngaro Itsvan Szabó, ve Soriano un ‘déjá vu’ de Seineldin. Y más aún, la considera una de las mayores reflexiones sobre la desmesura e inasibilidad del poder. Redl es un joven oficial del imperio austrohúngaro, plebeyo y ambicioso, que hace una carrera silenciosa y fulgurante; primero el mando de tropa, luego en los servicios de inteligencia. Todos lo consideran el más brillante y fanático de los oficiales del ejército; los viejos generales le temen y le odian pero nadie se atreve a interponerse en su camino hacia el poder.

Hay un momento en que tiene todo el ejército en su puño y amenaza en silencio la inabordable cabeza del Estado; tan mentada son su astucia y fuerza que el príncipe lo convoca a una entrevista de agasajo y reprimenda.

De pronto, entre fiestas y desfalcos, una época -la suya y la de sus adversarios- se muere sin avisar y todos los valores cambian de un día para otro; nace otro tiempo que es de fragor e incertidumbre. El coronel lo percibe pero no lo comprende y cuando pasa al ataque ya es demasiado tarde. Curiosamente, los viejos generales entienden mejor esos nuevos tiempos que son un ajedrez de lentos movimientos largamente pensados. Todo ha cambiado para que nada cambie y el coronel queda atrapado en la cúspide del poder, en una telaraña que todos y nadie han tejido en calladas oficinas. Ya está de más. Molesta su ruidosa presencia, el peso de su orgullo patriotero; se avecina una tragedia que disolverá naciones y fortunas.

Una noche el coronel acude a un destino que es, en verdad, una encerrona; en una pieza de hotel decadente comprende que lo han engañado, que su poder era grande, pero ilusorio. Alguien con paso marcial le alcanza una pistola y una bala. El coronel de brillante uniforme y altiva figura, duda, suda y cuando se mira al espejo advierte, por fin, que el poder tiene una lógica ajena a los hombres que lo desean y construyen. Afuera, sus camaradas esperan el disparo que devuelva las cosas a su orden callado.

Nadie le alcanzó una pistola al coronel Seineldin; tuvo una muerte mundana, un infarto, en septiembre de 2009 cuando caminaba en el centro de la ciudad de Buenos Aires.

Introspección positiva

Mario Wainfeld, columnista de Página 12, murió el pasado 21 de septiembre. Como tantos, leía su columna semanal y en una ocasión tuve la oportunidad de asistir a la presentación de un libro en Neuquén. Tipo llano, simple, cálido, que habló de su libro, de política y realidad ante más de un centenar de lectores de la región.

En parte de su última crónica que publicó Página 12 y en el marco electoral, Wainfeld encuentra en el discurso libertario una descripción sombría del presente de Argentina. ‘El peor de la historia, nada que rescatar, nada que valorizar. Años de caída, de despropósitos’. Discurso decadentista de la historiografía liberal que se remonta al pasado, al primer centenario que se presenta como una Argentina potencia mundial. Wainfeld apunta que ese relato no medía la distribución de la riqueza, el poder autoritario de los gobiernos, la miseria de los más humildes. Se ignora un documento histórico revelador de esa época; el “Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas” del catalán Juan Bialet Massé, de 1904, solicitado por el presidente Julio Roca. Entonces, dice, los laburantes sufrían, eran explotados y morían en un país que era presentado como una utopía democrática y de bienestar.

En el reino del revés a la Argentina le falta dosis de introspección positiva que valore a su sociedad, a su gente, a un Estado imperfecto pero no inexistente, a la tolerancia entre colectividades de distintos credos religiosos, a la impronta del ´’ius soli’ y a la incorporación de sucesivas corrientes migratorias. Un inventario prospectivo, comparando con distintas etapas históricas y con distintas realidades de países vecinos y hermanos.

Concluye que dinamitar todo es coherente con un Mesías de derecha, no con el diagnóstico de intérpretes que a veces trasuntan más la desazón propia que la capacidad de análisis ante una coyuntura cruel.

29/07/2016

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