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Algo se empieza a vislumbrar cuando a todo el atrabiliario “Occidente” no le alcanzan las manos para tapar sus gordas vergüenzas. El tema de la desnazificación como objetivo de la Operación Especial pasó, de ser ridiculizado por la prensa de la coalición OTAN -es decir, toda ella en esta parte del planeta- a avivar a algunos polacos, memoriosos de algunas cuantas masacres ejecutadas por ucranianos “collabos” de los nazis en el 43 y el 44 y cuyas víctimas fueron sus ciudadanos, inclusive los no judíos. Hay que entender que los brutos ucranianos del voluntariado SS no tenían tan clara las tipologías raciales publicadas en Berlín y se los cargaron a todos por igual. Gracias al ridículo hiperviral de Trudeau y secuaces, los polacos otanistas ya van a solicitar la extradición del nazi homenajeado. Como he insistido en estas notas, no ha de creerse que ejercer el vasallaje es incondicional al infinito en el tiempo.
Pero, volviendo, toda la escena en la cámara de los Commons fue notable. Pero más aún lo fue la voz femenina que lo anunció en la sala (¿quién fue, quién se lo escribió?): “Aplausos para Yaroslav Hunka, que combatió a los rusos”. Parece que esta descerebrada no consideró o ignoraba quienes eran los enemigos de sus “boys” en 1945. Mientras, Zelenski miraba arrobado al no menos emocionado Hunka, el SS de la 14 Galizien. Aplausos del premier, aplausos de alguno que otro camarista despistado de origen judío, ignorante de las actividades pasadas de Hunka pero seguramente sin ningún problema de conciencia al recibir en el recinto a un representante de los nazis contemporáneos exégetas de Stepan Bandera.
El joven Trudeau, quién lo viera, pasó de aplaudir a sus invitados nazis a, una vez descubierta la identidad del SS, endurecer el rostro, a “disculparse” y a dar confusas explicaciones en las que no sabemos cómo logró deslizar, al final, que todo era culpa de la “campaña rusa de desinformación”: “Es perturbador pensar que este error flagrante sea politizado por Rusia y sus partidarios con el objetivo de difundir una propaganda mentirosa”. Envalentonado, en un discurso posterior redobló la apuesta: “Lo único que queda es derrotar a Putin”, etcétera. Ni toda esa exposición de caras largas y la posterior renuncia del señalado como responsable, Anthony Rota, podrá tapar toda esta desagradable situación que sólo pasa a integrar una colección mucho mayor de iniquidades y de las que se comenta muy poco en nuestras regiones de influencia anglo-colonizadas.
El Pierre resultó ser una soldadito tiempo completo del atlantismo, más fiero que Borrell, Ursula o Jens juntos. Ni la Sra. Rodham sería tan violenta, al menos en esta semana pasada. El poco feliz bautismo de fuego de Trudeau en la tropa G7: hechos y palabras, ¡nada de silencios cómplices con los rusos!
El presidente de la filial canadiense de la prestigiosa organización filantrópica judía B'nai B'rith, Michael Mostyn, se atrevió un poco más e hizo pública una carta, en la que exigió " una disculpa por este escándalo que incluya una explicación detallada de cómo pudo haber ocurrido tal cosa en el corazón de nuestra democracia".
Ahí está la cuestión. En ése “cómo”. Scott Ritter ahonda sobre el tema y pone en tela de juicio la versión de que todo fue un “error de Rota”.
Al menos, el comediante Rob Schneider anunció que, en calidad de descendiente de víctima de la Shoah, cancelaba una visita próxima a Canadá: gestos aislados, modestos, pero destacables en este mar de abulia e inconsciencia.
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