Columnistas
24/09/2023

Decime si exagero

La balada del hombre solo

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En épocas en las que la soledad pareciera un virus que viene cargándose a millones de seres humanos/urbanos/padecientes, el documentalista Mathieu Orcel nos trae la historia de un hombre que vive en una caverna en plena selva tucumana. Verla es cotejar la condición humana en un espejo muy especial.

Fernando Barraza

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Con fuerza exuberante, tal y como es la geografía de las yungas tucumanas en las que se filmó, llega a cines de todo el país “Lejos de los hombres”, el último documental del cineasta francés Mathieu Orcel, filmado en la bisagra exacta en la que la pandemia COVID-19 llegaba a la vida de un planeta entero.

Si bien por aquellos meses la maquinaria gigante del cine industrial pudo reponerse de los días de quietud y aislamiento sanitario obligatorio, postproduciendo films ya rodados, reciclando otros y dosificando estrenos por la vía de las grandes franquicias de streaming (incluso abriendo las propias plataformas), el cine independiente sufrió uno de los golpes más notables en toda su historia, quedando relegado a una quietud total, la misma que afectó a miles de economías frágiles y circuitos de producción no corporativos hasta casi hacerlos desaparecer... ¡Imaginen el golpe fuerte que recibió el documental como género, ese guerrero audiovisual del trabajo en campo!

Mathieu Orcel, director francés formado filmográficamente en rodajes sudamericanos y argentinos (si revisan su filmografía, verán que sus primeras cinco películas de medio y largometraje y su primeras dos series documentales para televisión están filmadas en nuestro país) es un tipo que de la vida en Latinoamérica ha aprendido varios conceptos filosóficos y socio culturales, todo ellos incorporados a su cine con muchísima naturalidad, ya que en Francia, durante su primera juventud, fue estudiante avanzado de antropología, y eso -quieras o no- te da una perspectiva humana sensible y pone tu percepción de la humanidad en contextos de los territorios que habitan de una manera basta, atenta e implacable.

De estas tierras Orcel también ha aprendido a repentizar algo muy necesario, que es lo que -como dirían en México- “le valió madres” a la hora de hacer este último largometraje contra viento y marea (pandémica), echándole garra a un aparente clima de producción imposible de sobrellevar, no dándose por vencido, más bien todo lo contrario: poniendo en situación de redefinición su trabajo (este film en sí mismo) hasta que lo más medular de lo que estaba contando encontrara una nueva forma, logrando el acometido de terminar la película. Y hacer que brille como en definitiva brilla.

“Lejos de los hombres” es una película que cuenta la historia de Pedro, un hombre de 84 años que vive hace al menos medio siglo en una caverna, en medio de la yunga (selva) tucumana, arriba, en pleno cerro, a siete horas de cualquier ciudad grande o medianamente grande, y a varias pero varias leguas de cualquier pueblo o paraje habitado por personas.

Pedro es un hombre de la tierra. Toda su existencia -todo lo que él habita y es- sucede en comunión y armonía con la selva, con el territorio que lo alberga. Y todas las fuerzas que componen ese universo le acompañan en su existir cotidiano. Todas: la visibles, las poco visibles y las invisibles.

Teniendo en cuenta esta materia prima a narrar, hay dos maneras de filmar una historia así. Una es poniendo la lente de la civilización sobre ese hombre y tratando de “entender” qué fue lo que lo llevó a “hacer algo tan extremo y tajante”, es decir: la manera National Geographic, unicista, colonialista, súper urbanizada y hegemónicamente indiscutible. La otra es... ¡siendo Pedro!

Mathieu elige la segunda. Y no sorprende, porque Orcel se repite a lo largo de toda su filmografía. ¿Es esto una apreciación despectiva? No, mas bien todo lo contrario: Tarantino se repite siempre, Almodóvar se repite siempre, Scorsese se repite siempre... ¿por qué no iba a poder repetirse Orcel, eh? Si es un tipo que ha encontrado su propia voz poética y visual ya desde sus primeros trabajos en super 8 allá, por los primeros años de este siglo.

En todas sus películas y trabajos audiovisuales este francés/latinizado juega la misma carta: la más fuerte intimidad de los personajes en cámara para mostrarte el territorio completo. Sus herramientas y fetiches son siempre los mismos, pero allí donde los pone te conmueve hasta el hueso: miradas sostenidas, aparentes silencios llenos de sutilezas sonoras e imágenes en abundancia, nítidas, bien nítidas, supuestos paisajes de la soledad que dan cuenta de lo importante que es UN personaje, no muchos, no todos: UNO, de a UNO, de cerca: al alma, así le gusta hacer aparecer en escena a cada personaje a este tipo. Todo esto en cada film de Orcel, se presenta como en un enhebrado cinematográfico heredero de aquel cine francés que siempre tuvo el tupé y el charme para detenerse en el cielo que transcurre sobre azoteas silenciosas, en un albañil colgado de un andamio, en un perro en primer plano esperando un piño de chivas en la inmensidad del territorio del Lof Paineo, o -como en este film- en la pequeña olla ranchera de Pedro, crepitando en el fuego de la caverna.

En este contexto estético, con un lenguaje propio que Mathieu -repitámoslo, no está de más- ya tiene, nos encontramos en el nuevo documental con un paisaje completo y complejo de este hombre de la caverna tucumana, todo filmado desde la más cercana de sus intimidades.

Y ojo eh, que no nos interesa en ninguna parte del film saber cuales fueron los motivos que llevaron a Pedro a tomar esta determinación, la de vivir “lejos de los hombres”. Ni nos interesa si hay traumas, o si hubo despechos, o si hubo injusticias o situaciones de violencia que lo llevaron a tomar la decisión de convertirse en quien es. No, no nos interesa si Pedro escapó o trató de evitar algo que no pudo superar de la sociedad. No nos interesa saber quien era, dónde vivía antes o si tuvo o no tuvo familia. Ni siquiera sabemos cual era la sociedad que habitaba Pedro antes de ser parte del monte. Con lo que nos propone Orcel en su narración, no buscamos esa data casi periodística, voyeur de la moral, sino que entramos en la mera plenitud de ser uno junto a Pedro, en ese lugar exuberante y complejo: el que él ha elegido como su mundo... lejos de los hombres.

Claro que a Orcel no le fue fácil contar esta historia así como la contó. No porque no supiera como hacerlo. Ya en “Para los pobres, piedras” y “El último pasajero”, los dos largos anteriores del francés, supo contarnos la complejidad de cada persona/personaje que iban apareciendo en cámara y nos mostraban lo que era y es vivir una vida extraordinaria, lejos de los estándares de existencia que se supone tienen todas las personas en este mundo fuckingmente globalizado.

Osea: pasta para contarnos una historia tal, a Orcel le sobra.

La dificultad y la novedad en este caso es que Orcel nos tuvo que contar su nueva historia en medio de una pandemia, esa que nos aisló como personas en todo el planeta, ciudad por ciudad, barrio por barrio, cuadra por cuadra, casa por casa. En este contexto Orcel, un director de cine aislado, solo, lejos de los hombres, tuvo que edificar esta película, la que cuenta la vida de un hombre que también está “aislado” (las comillas son pertinentes, cuando veas la película lo vas a comprender mejor), solo, lejos de los hombres. En ese paralelismo tuvo que remar hasta terminar el film.

Este verdadero espejo (es curioso, pero lógico a la vez, que así: “espejo”, le llame Pedro a la cámara la primera vez que la ve) en el que Orcel es Pedro y Pedro es Orcel, al director francés le ha venido al pelo para poder contarnos con mayor nitidez de qué madera está hecho este perfecto hombre de la tierra.

Pero para que esto suceda, para que la película sea nítida y contundente, Mathieu tuvo que valerse de verdaderos recursos remotos de pandemia y de un potente espíritu para forzar la máquina del contar cine.

Fácticamente esto se tradujo en la introducción de sopetón de cuatro personajes clave en el film, cuatro que le permitieron delinear al Pedro final. Esos personajes son: Sixto, el hombre que hace 30 años “descubrió” a Pedro en el monte mientras hacía una actividad de turismo aventuro por el medio de la selva, un hombre de la imagen (fotógrafo) que, al igual que Orcel, jamás tuvo una mirada condescendiente ni colonial sobre Pedro y su decisión de vida, más bien todo lo contrario. El segundo es Mauricio, que es el joven que -imposibilitado Orcel de viajar hasta la cueva por el aislamiento social obligatorio en pandemia- hace las veces de “nuevo director remoto” en el territorio de Pedro, poniéndose tan cerca de él como el francés, haciendo las veces de Orcel, que -ya lo dijimos- también es Pedro, y Pedro es Orcel... parece confuso y laberíntico, pero es sencillo, eh. La tercera es Lucy Patané, la música que hace la banda sonora de la película, fiel compañera de aventuras de Mathieu en todos sus proyectos documentales; en este caso Lucy es un personaje que -cuando se abre la circulación tras la pandemia- se suma al pequeño equipo que vuelve a ver a Pedro a su territorio, encontrando ella los verdaderos sonidos del entorno de ese hombre de la selva y tirando ella varias de las reflexiones filosóficas más importantes de la película tras vivir un tiempo en la cueva. El último de los personajes es el mismísimo Mathieu Orcel que decidió hacer todo lo contrario a lo que habitualmente hace en sus filmes: ponerse en cámara. No piensen en un acto de vanidad, ni en la tendencia de poner al narrador en foco para que esto sea algo tipo documental de moda. Aquí Orcel entra en escena para lo que ya espoileamos: ser el espejo de Pedro: humano aislado abraza a humano aislado. El resultado final es, para que menguar la opinión: perfecto.

Por todos estos puntos, y muchos más que cada quien pueda encontrar al mirar el film, recomendamos este documental que en el transcurso de esta semana estarán dando aquí en la región en el espacio INCAA del Cine Español de Neuquén. La semana que viene también estará disponible en la plataforma cine.ar.

Y como corolario de esta reseña, les dejamos un video en el que Mathieu y Mauricio (el director y el “director virtual”) nos cuentan detalles conceptuales de esta aventura, la de poner en el espejo de la cámara a un ser humano extraordinario como Pedro, el hombre que -a diferencia de las millones de personas que se encuentran a sí mismas sólo y sólo si se “civilizan”- es un ser que “es” cuando está de cara y espíritu en la complejidad hermosa del territorio en el que habita.

29/07/2016

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