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Columnistas
10/09/2023

Tambores de guerra en el Sahel: El fin de la Francafrique

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La Francafrique es un régimen neo-colonial, donde la ex metrópoli continúa controlando la economía, las finanzas y los gobiernos.

Gustavo Crisafulli *

El Sahel es una franja eco-climática que atraviesa de oeste a este el norte de África, desde el Atlántico al Mar Rojo. Es la zona de transición entre el gran desierto del Sahara y la sabana sudanesa, entre el Norte arabizado y el “África Negra”, atravesando una decena de países. Los más pobres del continente más pobre.

La región ha llegado al radar de los medios internacionales como uno de los escenarios más graves de la crisis climática, que agudiza la pobreza, los conflictos étnicos y obviamente las tensiones políticas.

Además, se cruza ahora la geopolítica de las grandes potencias y su lucha por los recursos naturales. La región es rica en oro, uranio y las llamadas “tierras raras”.

El 26 de julio de 2023 el Ejército dio un golpe en Níger, uno de los mayores países del Sahel, contra el gobierno electo en abril de 2021, en unas disputadas elecciones, denunciadas por fraudulentas por la oposición y observadores internacionales.

En marzo había visitado el país Antony Blinken, el Secretario estadounidense, quien con su ya proverbial ignorancia afirmó que Níger era un “modelo de democracia”, el país que sufrió seis golpes militares desde su independencia en 1960.

El 30 de agosto último, el día que la junta nigerina expulsaba al embajador francés, el comandante de la Guardia Republicana tomó el poder en Gabón, pequeña nación sobre el Atlántico, luego de otras cuestionadas elecciones, con el triunfo de Alí Bongo, en su cuarto mandato presidencial.

Es el sexto golpe militar en la región en los últimos tres años: en Guinea (2021), Mali (2020 y 2021) Burkina Faso (Enero y Septiembre de 2022) y el citado en Níger.

Más allá de sus particularidades, todos tienen un elemento en común: son antiguas colonias francesas, independizadas en la década de 1960 e integradas en la Francafrique, un régimen neo-colonial, donde la ex metrópoli continuó controlando la economía, las finanzas y los gobiernos.

Mediante el franco CFA, moneda emitida en París e impuesta a sus 14 ex colonias de África Occidental, Francia compra los bienes africanos con esa moneda, en la que ella fija la tasa de cambio y los precios, poseyendo un dominio casi completo de las exportaciones e importaciones y el control de las reservas monetarias.

Las empresas francesas explotan la mayoría de los recursos naturales y monopolizan las comunicaciones y el transporte, en alianza con las élites locales, herederas de la antigua burocracia colonial.

Este sistema se está derrumbando ahora. Las condiciones sociales y geopolíticas vienen cambiando desde hace una década y el sentimiento popular anti-francés está en la base del accionar de los golpistas.

Las grandes sequías hacen llover penurias sobre una población en buen número semi nómade, que vive del pastoreo y la agricultura de subsistencia, generando un ambiente de desesperación y crispación social.

Tras la invasión de la OTAN a Libia y la destrucción del gobierno de Gadafi, la región se inundó de armas y grupos jihadistas locales. Jóvenes armados, a medio camino entre la guerrilla y el bandidismo, controlan vastas porciones de Mali, Níger y los bordes del lago Chad.

Ello atrajo la creciente presencia militar del Comando de África (AFRICOM) estadounidense. En Agadez, Níger, se encuentra la mayor base de drones estadounidenses fuera de su territorio y muchos de los militares golpistas de Guinea, Mali y Níger fueron entrenados por EE.UU.

Las otras nuevas presencias son Rusia y China. Ambas cuentan con la ventaja de no tener vínculo alguno con el pasado colonialista en el continente. China fue también víctima del imperialismo europeo y Rusia, su antecesora Unión Soviética en realidad, es recordada por su apoyo a los movimientos de liberación nacional durante la guerra fría.

Rusia ha llegado a Libia, Mali, Burkina Faso y República Centroafricana a través de la ahora famosa organización paramilitar Wagner. Los “músicos” han resultado una fuerza contrainsurgente más eficaz y confiable que franceses y estadounidenses.

Montada sobre esta base, Rusia multiplicó su diplomacia en el continente: en los últimos nueve meses, el ministro de Exteriores, Sergei Lavrov visitó once países africanos.

Pero mucho más importante, sobre todo en términos de expectativas, es la presencia china. Sus inversiones en África superaron los diez mil millones de dólares en 2022, la mayor parte de ellos son inversión directa no financiera, en obras de infraestructura y transporte.

Lleva ya una década como el mayor socio comercial de 53 países africanos. El modelo de infraestructura por recursos, empleado desde principios del siglo, ha cambiado en los últimos años y la estrategia china es ahora financiar y apoyar el desarrollo industrial local, la creación de empleo y la modernización de la agricultura mediante tecnologías digitales.

Aunque su presencia en el Sahel es pequeña, el ejemplo de sus acciones en otras naciones cercanas es poderoso. Las juntas militares no creen la hipócrita propaganda occidental que pinta a China como “neo-colonial”. Han vivido en carne propia el neo-colonialismo francés por más de sesenta años.

Los EE.UU. han mirado con cautela la situación en Mali, Burkina Faso y Níger. Y entre bambalinas desalientan la intervención militar francesa. Que ésta ocurra es aún posible, aunque poco probable.

Los jóvenes oficiales tienen el desafío de cambiar la realidad de sociedades hundidas en la peor pobreza sobre un subsuelo pleno de riquezas.

También enfrentan la tentación de convertirse en una nueva oligarquía bajo la mirada complaciente del AFRICOM.

El tiempo lo dirá, pero la Francafriquese apaga sin retorno.



(*) Historiador, ex rector de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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