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Según sostiene el lingüista George Lakoff en su libro “No pienses en un elefante”, hay dos mitos que deberían desterrarse para una política y comunicación progresista. El primero es el siguiente: “La verdad nos hará libres. Si nosotros le contamos a la gente los hechos, como la gente es básicamente racional, todos sacarán las conclusiones acertadas”. Tiene escaso efecto confrontar con la verdad de los hechos porque “la verdad, para ser aceptada, tiene que encajar en los marcos de la gente. Si los hechos no encajan en un determinado marco, el marco se mantiene y los hechos rebotan”. Los marcos son las estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo y llegan a situarse en el inconsciente. Como la derecha y los reaccionarios simplemente hablan el lenguaje del sentido común, sus ideas están normalizadas. En ese sentido, los conservadores lograron imponer las grandes cuestiones políticas en sus términos, desde su lenguaje y sus valores, y obligar a los opositores a estar a la defensiva. Claro que para alcanzar este objetivo han invertido desde hace varias décadas en instituciones e investigaciones como parte de una guerra cultural.
El segundo mito plantea: “Es irracional actuar en contra del propio interés y, por tanto, una persona normal, que es racional, razona sobre la base de su propio interés”.Sin embargo, el sujeto vota más por identificación y valores que por sus propios intereses objetivos.
Luego del explosivo fin de la convertibilidad en 2001 que habilitó una salida política que abandonó el neoliberalismo extremo a tono con un contexto regional, en Argentina hasta hace unos años inclusive, era impensable proponer la dolarización de la economía y la privatización de empresas públicas para tener un exitoso caudal electoral. Sin embargo, en poco tiempo, asistimos a la consolidación de un candidato que plantea justamente ello, en conjunto con una visión en la que la justicia social es una aberración y degrada moralmente al individuo. Cuando comenzó a agotarse el ciclo expansivo de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, con eje en el consumo interno de masas sostenido por los ingresos de divisas de los altos precios internacionales de la soja, aquellos discursos que parecían no tener más lugar empezaron a tomar mayor visibilidad política y capacidad de recepción entre la población.
Apuntalados por los tradicionales medios concentrados de comunicación, que día a día sembraron como mínimo la duda sobre la palabra oficial, y en conjunto con las nuevas mediaciones de la realidad que proponen las redes sociales y los dispositivos tecnológicos inteligentes, en la conciencia de muchas personas puede haberse establecido una asociación entre deterioro y estancamiento económico, individual y familiar, y corrupción política de la mano de la espectacularización mediática de la persecución judicial. Esto significa que la suerte individual no está atada al ciclo económico sino al accionar de los políticos corruptos. La consolidación en el imaginario popular de dicha asociación está en la génesis de este sentimiento individualista y antiestado que el lenguaje contra la casta de los autodenominados libertarios capitalizó dándole una cohesión. Tanto el anterior gobierno de la “revolución de la alegría y la lluvia de inversiones”, como el actual, llegaron en forma de promesas y esperanzas, pero el marcado deterioro del poder adquisitivo de estos últimos 8 años alimentaron el pasaje del desencanto al deseo de revancha personal que los resultados electorales de las PASO expusieron.
Las medidas recesivas que la pandemia impuso fueron vistas por una parte de la población en forma conspirativa, surgieron grupos que cuestionaron el enfoque universal que representa el Estado, y en cierta forma si bien el gobierno intervino activamente con medidas de compensación, el impacto fue muy desigual para quien es cuentapropista, trabaja en la informalidad y no tiene las certidumbres del ingreso asegurado. Asimismo tras el rebote económico de la pospandemia la cosas no cambiaron y la mayoría de los puestos de trabajo que se crearon son informales. El terreno quedó listo para que se acusara a “los políticos socialistas” de promover el favoritismo, los privilegios y cercenar la libertad de la iniciativa individual, del empresario de sí mismo.
Además de las secuelas y heridas que dejó aquella experiencia social en la subjetividad, también se aceleró la transformación tecnoproductiva del capitalismo. Lo paradójico es que en medio de este panorama, este conserva un núcleo utópico con la propuesta del darwinismo social de confiar todo a la “mano invisible del mercado”. En dicho núcleo utópico esta la creencia también de alcanzar la riqueza y salvación personal, que hoy mediante las redes sociales y las tecnologías de comunicación parecen estar al alcance de cualquier persona. Se fomenta la ilusión de posibilidades infinitas con referentes culturales influenciadores a través de las redes que así lo demuestran, y cada individuo se imagina que requiere una atención especial pero cuya frustración acrecienta el malestar social. Siguiendo con la paradoja, la transformación del capitalismo actual hace que la brecha intergeneracional se vaya agrandando y el ascenso social se imposibilita: los jóvenes son más pobres que sus progenitores.
En este contexto uno podría preguntarse por qué un sujeto precarizado que supone más del 30% de la fuerza de trabajo debería alinearse con el oficialismo siendo que sus condiciones materiales de existencia no le auguran un futuro esperanzador. Es decir por qué debería ser más atractiva una propuesta electoral de mantener el actual estado económico crítico y de inseguridad material que lleva varios años, frente a algo totalmente disruptivo que propone barrer con todo. Distinto es el caso de los trabajadores formales con convenio y derechos que sí podrían identificarse más con las propuestas del Estado de bienestar del peronismo clásico. La fragmentación y atomización de la clase trabajadora es un obstáculo estructural a su conversión en un sujeto político independiente. No obstante, un estudio realizado acerca del perfil de votantes de Milei muestra que abarcan todas las edades, estratos económicos y antecedentes de voto lo que desafía las prenociones acerca de un votante preferentemente varón, joven y precarizado1.
Volviendo al punto de partida de este texto, hay que tener en cuenta que para confrontar el neofascismo no alcanza con demostrar la trampa a la que están llevando a gran parte de la población y al país a una tragedia histórica, porque el sujeto ve los hechos y se identifica a través de marcos mentales incorporados como ideas y valores y simplemente la verdad puede rechazarse. De la misma manera que no hay una ligazón automática entre la posición en la estructura social y el voto.
Como Trump y Bolsonaro, Milei invita a proyectar los odios sociales de todos los que se sienten agredidos y perjudicados por la situación ya sea contra el de al lado, el que está inmediatamente más abajo, los políticos, los sindicalistas, las mujeres, o los inmigrantes. Hay una rabia por un esfuerzo no recompensado económicamente que va a parar, según esa visión, al que recibe una política asistencial o a la corrupción política, y también por la inseguridad creciente de la propiedad y la propia vida. Así el discurso libertario empalma esa acumulación de descontentos ocupando el lugar de rebeldía al orden, reagrupando a los que se hartaron y logra desplazar el miedo generalizado de la época hacia otros. No se puede subestimar el sentimiento que siente gran parte de la población de que las cosas no van a mejorar y que por más que se esfuerce no va a lograr otras cosas.
Son tiempos históricos de transición y las categorías con las que se analizó e intervino políticamente las dos primeras décadas del siglo XXI tal vez dejen de ser efectivas. Se visualiza un terreno desconocido en el que la dicotomía kirchnerismo/antikirchnerismo que organizaba la política argentina fue reemplazada por una inestabilidad y aceleración de los ciclos. Pero esta inestabilidad no es propia de la sociedad Argentina, ni tiene que ver con el solo juego de la política, sino más bien con la expresión de las profundas transformaciones sociales y económicas que le exigen al sujeto una capacidad de adaptación. Romper todo lo que queda del Estado de bienestar construido por el peronismo seguramente será una tarea más sencilla que cumplir las promesas del éxito individual para todos con esas reglas de juego hobbesianas.
Mas allá de las trampas y de los engaños que proponen, de que se trata de un “voto antisistema” que en realidad considera al sistema inmutable, hay que reconocerle a los libertarios que formularon un lenguaje para decir que las cosas están mal y de ahí su rédito electoral. En ese sentido como afirma Rodrigo Nunes al referirse al bolsonarismo, son la expresión política electoral de la anomia social2. Si todo va a seguir así o peor, y el peronismo sigue a la defensiva sin creatividad y determinación para ofrecer una imagen de futuro prometedor para el descontento, y sin despertar un involucramiento participativo, será difícil revertir la fantasía que propone eliminar todo obstáculo al interés personal canalizada contra el Estado, las políticas públicas y las categorías sociales convertidas en enemigos.
1“Lo que dejaron las PASO: 3 mitos sobre el votante de Javier Milei”. Disponible en este enlace
2Nunes, Rodrigo “Mi villano favorito” En Revista Jacobin NO. 6, 2022.
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