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El tiempo y el peso de una muerte totalmente trágica han colocado a la figura de Ringo Bonavena en un lugar que pareciera incorregible: el amor social total. Pasan las generaciones y el mito de Ringo no decae. Bonavena es todo: una suerte de ángel caradura; un púgil con agallas; un pibe de barrio que se pasa de canchero, pero no te va a dejar a gamba jamás de los jamases; un dandy con estilo; un familiero total; un filósofo intuitivo; un tipo capaz de bajar hasta el barro solo para demandar que se lo respete. De muchas y variadas formas se ha santificado el nombre de Oscar Natalio Bonavena durante los últimos 47 años y la factoría Disney tomó nota de ese fenómeno a la hora de hacer una biografía ficcionalizada. Como no, si son los dueños absolutos de la pelota del entretenimiento. Nadie les va a explicar como fabricar un éxito internacional ¿no?
Así es como se debe entrar a “Ringo, gloria y muerte”, la superproducción de la empresa del ratón Mickey que ya está disponible en su servicio de streaming Star+ (dígale plás) y en decenas de sitios de visionado y descarga gratuita a la que usted no debería acceder porque es algo ilegal...
Lo primero que deberíamos destacar de esta apuesta es que, si lo que se buscaba era alto impacto en streaming, se la encargaron al equipo adecuado: el de Nicolás Pérez Veiga, director de “Ahí afuera” (2016) la primera producción importante de series creadas para celulares y tabletas de la historia de Argentina. Si en aquel entonces, un muchacho joven, con siete años menos, ya había demostrado tener pulso para el thriller, para mezclar la estética cinematográfica clásica con los lenguajes audiovisuales más modernos y para secuenciar una historia con todos los condimentos necesarios para generar la fiebre del “darle play al siguiente episodio”, como no iba a ser el indicado para contarle a Argentina y al mundo de habla hispana esta historia en la que un pibe de la clase media trabajadora surgida en el peronismo llega a gozar de una popularidad masiva, ganar mucho dinero y en cuestión de pocos años termina con un tiro en el pecho en Reno, en el porche de un cabaret, en la capital mundial de los “pueblos/ciudad” con desmedidas aspiraciones cosmopolitas. La vida de Oscar era, mucho antes de ser escrita por el equipo de cinco plumas de Pérez Veiga, una serie exitosa. Claro que no había que dejar que la historia fuera contada por alguien que la echara a perder detrás de los clichés de lo que la industria llama “fan service”, “on demand”, “elevator pitch” o cualquiera de esos anglicisimos que se usa para decir que las ficciones que se producen están realizadas en pequeños laboratorios para el éxito donde se escribe “lo que va a gustar” y solo eso. El algoritmo te permite ser muy pero muy preciso en ese sentido, y muchas veces se camina hacia ese costado de éxito asegurado. De esas experiencias surgen productos audiovisuales exitosos, pero sin espíritu
¿Podía una serie sobre Ringo Bonavena carecer de espíritu? La pregunta se contesta sola, y dice NO, fuerte.
Hubiera sido una pésima idea armar lo que la antropología llama “compound” (una burbuja constituida por una serie de medidas de seguridad propias, barreras físicas, corporales, políticas, raciales, un universo cerrado) para contar la historia de Ringo, sobre todo porque la matra en la que se tejió su historia es heterogénea y porque -más allá de él, que era un aparato súper saliente- estuvo, como cualquiera de las vidas que se mire con una lupa, atravesada por todo tipo de personajes que le fueron poniendo los condimentos necesarios para que sea tan espectacular como dramática. No es el caso: el recorte que hizo el equipo de Pérez Veiga es efectivo y funciona perfectamente, con la astucia y la dulce megalomanía que lo hizo famoso, pero también con la desprolijidad seductora que caracterizó su paso por este plano.
Quizás uno de los mayores aciertos de “Ringo, gloria y muerte” es hacer que todo el desborde biográfico que fue la vida del boxeador, se cuente mayormente a través de lo que los personajes que acompañan al protagonista ven en él. No es que Ringo tenga poco tiempo de pantalla, porque aparece casi en la totalidad del metraje, pero muy pocas veces quedamos a solas con él. Todo el tiempo Ringo es “visto” y “opinado” por los secundarios, los íntimos y los no tanto, los que le dieron vida y los que se la quitaron. Esporádicas son las ocasiones en las que podemos ver en intimidad qué es lo que le pasa a Ringo, a él, al hombre solo, al hombre de adentro.
Pero tampoco deben imaginar un relato de contexto, con la pintura fresca de los acontecimientos sociales e históricos que sucedieron en paralelo a la vida de Ringo. Poco y nada de eso está plasmado en el relato de Pérez Veiga, a pesar de que en Argentina y en EEUU (los dos escenarios del film) sucedió de todo. Arranquemos por afuera: lo que se muestra de la realidad sociopolítica de EEUU tiene que ver con el segregacionismo por racismos: aparecen flashes televisivos sobre el asesinato de Martin Luther King, las revueltas surgentes de ese hecho; también se menciona en la voz de Muhammad Alí la situación de racismo clasista en esto de enviar a la guerra a negros y latinos. Viniendo a la Argentina, digamos que aquí en ese periodo hubo dos dictaduras, ganó Cámpora, volvió Perón, murió Perón y hubo una dictadura más, pero muy poco de eso se muestra; solo una discusión en la mesa familiar entre Ringo y su hermano Vicente, el resultado final es: Oscar diciéndole peyorativamente a su hermano que es “un peronista”, su hermano denotándole lo gorila que es un comentario lanzado así y en ese contexto; y Doña Dominga, la mamá de ambos, poniéndole los puntos a Ringo, advirtiéndole que si usa el término peronista como insulto, no entiende nada de la historia de la familia. Fin. Eso es todo, pero sirve perfectamente para delinear el pensamiento político ideológico de un ídolo popular que no abjuró sus orígenes humildes, pero que en alguna que otra ocasión se comportó públicamente como un badulaque (que moderno el calificativo ¿no?) desclasado. Nada sorprendente en ninguna persona que escala socialmente a la velocidad que él lo hizo. ¿Esto lo desdibuja? No, para nada. Ni siquiera en estos años de pensamiento “grietístico”, donde parece que las personas deben ser o así, o asá, y que nada puede haber en el medio. Y el mérito de que lo veamos actuar como un zoquete, pero lo banquemos. Es del realizador y sus guionistas.
La serie se mueve alrededor de esta mezcla de pasiones tiernas y humanas, actitudes medio tilingas y un poco desclasadas, tesón por conseguir lo mejor en la vida a través de lo que él consideraba una carrera única e irrepetible en el ring. Todo esto y esos chispazos de sabiduría popular que la gente le celebró (y aun hoy le celebra) masivamente. El casting es buenísimo, los coprotagónicos destacan y mucho. Delfina Chaves se morfa las escenas en el papel de Dora Raffa, la mujer que trató de entender y acompañar al huracán Bonavena a lo largo del periplo, el gran amor de la vida que vivió en la tensión de ser exclusivamente “la mujer de...” a riesgo de enfermar de tristeza y stress hasta apagarse en fade out. Pablo Rago brilla en el papel de Bautista Rago, el entrenador que lo conoce desde que era un adolescente petiso de pie plano que iba a aprender box en Huracán y -a pesar de lidiar con la tremenda megalomanía ringueana- lo acompaña hasta la pelea con Alí. Así se pueden mencionar al menos cuatro o cinco personajes más que son los encargados de ir mostrándonos capítulo a capítulo cómo es Ringo. Todo lo vemos a través de sus miradas. Todos excelentes actores y actrices. Javier Drolas haciendo de Tito Lectoure, por ejemplo, es uno de los ejemplos salientes de esta característica genial de la serie, esta suerte de “te muestro lo que veo y defino al protagónico”.
Capítulo aparte el trabajo de Jerónimo Bosia en el cuero de Ringo. Hay que llenar esos zapatos, eh. Bosia no solo lo logra: convence de principio a fin.
Pero todo esto es solo la mitad del relato, la otra mitad está yuxtapuesta y es narrada en paralelo, contando los últimos tres meses de vida de Ringo antes de ser asesinado de un carabinazo en el pecho afuera de un cabaret en Nevada. Esa historia, que en el imaginario popular ha quedado como un episodio de dudoso carácter moral, sórdido e inconexo, aquí tiene una razón de ser y es narrado con una profundidad especial que termina mostrando un Ringo hasta aquí pocas veces analizado. La otra mitad del film es entretenida y llevadera, esta parte del film es existencial y movilizante. Podría decirse que la mitad es aventura, la otra es drama, pero drama del bueno-bueno, aquel que produce catarsis, aquel que cuenta la comedia de la humanidad.
Esta mezcla es el fuerte de la serie. Esto es lo bueno, lo que ha hecho que esté en los primeros puestos de visionado de Star+ por estos días bien puede ser el marketing del lanzamiento, pero lo que probablemente hará que esta propuesta de entretenimiento industrial trascienda en el tiempo es su calidad narrativa. Aquí tenemos un personaje fuerte, un bello perdedor, un ídolo popular que no se oxida, eso es cierto; pero también es cierto que hay pulso brillante para contar lo narrable y lo farragoso con mucho espíritu.
Pulgar arriba para “Ringo, gloria y muerte”.
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