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Me pregunto si este adiós de Macri a las próximas elecciones a presidente será un adiós definitivo. No creo que lo sea. Macri encontró en la política el campo fértil para todas sus agachadas. El ámbito perfecto donde podría ostentar el poder de su impunidad. Jugar siempre con el juez a favor. De otro modo no hubiese podido estar en el gobierno ni un solo día. Eso, todos sus adherentes lo saben pero lo callan.
De cualquier modo ya es sabido que su deserción no es para dar un ejemplo de prescindencia hacia las loas del poder. Es más vale precaverse de un fracaso casi seguro que de producirse arrastrará inevitablemente a su partido, pero sobre todo a su futuro.
Macri no se presenta porque la imagen negativa de su figura alcanza una cifra que orilla el 80% de rechazo. ¿Quién se anima a desafiar en las urnas a tan lapidario guarismo? ¿Para qué llegar a ese nivel de comprobación si es seguro que la mayoría del electorado potencialmente lo repudia?
No obstante, como a los malos perdedores le ha hecho creer a algunos de sus adherentes que lo hace por el bien del partido, como si lo que realizara no fuese más que un acto de generosidad, para que las disputas internas cesen en su frecuencia y en su violencia.
Falso, hasta último momento esperó que la sociedad olvidara, lo que algunos benévolamente, llaman “sus errores”. Esperó y auspició lo que por la herencia recibida de su gestión, el Frente de Todos no pudo resolver a tiempo en estos casi cuatro años de su mandato, para ver si el deterioro en el que entrara fuese suficientemente significativo como para que ese fracaso relevara al suyo y la gente le volviera a creer.
Arbitró hasta que pudo, simulando gestos de adhesión a uno y a otro en la interna de su partido, hasta que lo aburrió esa actitud que no se correspondía con nada de lo que sentía y se volvió desequilibrando su imparcialidad hacia el sector más duro de su partido y fue quien alentó hasta hoy a Bullrich por sobre Rodríguez Larreta, advirtiéndoles a todos que se reservaba el rol del árbitro que fallaría en contra de aquellos que no llevaran adelante el estandarte de las medidas de derecha con la firmeza necesaria. Y al decir esto lo miraba con recelo a Rodríguez Larreta, a quien considera un blando, dada su propensión al diálogo, incapaz de plantarse contra lo que él llama despectivamente el populismo del Frente de Todos.
Cualquiera de su partido, si es que la suerte le da las de ganar, le tendrá reservado un cargo honorífico bien lejos del ámbito central y estricto del gobierno. No creo que lo quieran tener cerca, así que una embajada en un organismo internacional o en el país de primera línea que admira como EE.UU., lo tendrán agendado para ofrecerlo en señal de reconocimiento y coherencia ideológica.
Singular final este de Macri: el que introdujo con desparpajo el término “curro” en el lenguaje público de la política, se le puede aplicar hoy a su autoexclusión de quien ha hecho de la política un lamentable “curro” personal.
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