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Ganó Luiz Inácio Lula da Silva (o, simplemente, Lula), y de momento eso sigue siendo lo importante. Así lo entendieron buena parte de los mandatarios internacionales que no dudaron en llamarlo ni bien el Tribunal Superior Electoral confirmó el resultado. El candidato del Partido de los Trabajadores (PT), volverá a ser presidente de Brasil por tercera vez en su carrera política.
Las elecciones tuvieron una importancia que trascendió al sur del continente americano. El francés Emmanuel Macron y el estadounidense Joe Biden estuvieron entre los primeros en comunicarse, además de nuestro presidente Alberto Fernández, quien al día siguiente de las elecciones viajó a San Pablo. La derrota de la ultraderecha es importante en el ajedrez internacional, y por eso la inmediatez de Macron y Biden como forma de poner sobre aviso a Bolsonaro ante cualquier posible intento de cuestionar el acto electoral. Por otro lado, la preservación de la región amazónica también está en el radar de los principales líderes occidentales. La reinserción internacional de Brasil y el tema medioambiental tuvieron un lugar relevante en el discurso que proclamara Lula el día del triunfo, ante una multitud en San Pablo.
La participación electoral fue prácticamente igual a la de la primera vuelta. Asistieron a votar poco más de 124 millones de brasileños y brasileñas, lo que representó el 79,5% del padrón electoral. En esa línea, los porcentajes de votos nulos y votos en blanco se mantuvieron iguales: 4,6% entre ambos, lo cual está entre los valores más bajos en la democracia del vecino país. En ese contexto, Bolsonaro obtuvo, en esta segunda vuelta, unos 7 millones de votos más que en la primera, mientras que Lula creció unos 3 millones.
El presidente que aspiraba a su reelección consiguió revertir el resultado en 248 ciudades en las que Lula había triunfado en la primera vuelta, lo que representa el 4,5% de los municipios. El líder petista no consiguió eso en ninguna ciudad. Por otra parte, el actual mandatario creció en número de votos, entre las dos rondas electorales, en los 27 distritos en los que se divide el país (Brasil cuenta con 26 estados y un distrito federal), mientras que su competidor perdió en 6 (Acre, Alagoas, Amazonas, Amapá, Maranhão y Roraima). Así se explica la manera cómo Bolsonaro logró acortar significativamente la distancia, aunque de todas formas fue insuficiente.
En lo que hace a las gobernaciones estaduales, 15 se habían definido en la primera vuelta disputada 2 de octubre. Los partidos bolsonaristas habían logrado 7 victorias, frente a 5 del lulismo y 3 de partidos no alineados con ninguno de los dos bloques.Tras la segunda vuelta, el dinámico panorama político brasileño se reacomodó en el marco de la construcción de alianzas, y así el presidente electo podrá contar con 11 gobernadores aliados (cuatro son del propio PT), tendrá 14 en la oposición (principalmente ubicados en el sur, sudeste y centro-oeste del país), mientras que el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) triunfó en dos estados (Rio Grande do Sul y Pernambuco), donde los mandatarios locales elegidos por ahora se manifiestan “neutrales”. Lula ya anunció que tras su asunción mantendrá reuniones con todos los gobernadores para analizar proyectos de inversión a lo largo de todo el país.
Los desafíos
Ganadas las elecciones, Lula se encuentra, en lo inmediato, con tres cuestiones a enfrentar. Y no la tiene para nada fácil.
En primer lugar, las reacciones violentas del bolsonarismo resentido. El presidente en ningún momento reconoció taxativamente el triunfo opositor. Es más: en su retrasada primera alocución pública tras el triunfo de Lula, aseguró que sus seguidores se manifestaban en las calles ante el hecho de injusticia que habría significado el proceso electoral. Al día siguiente a las elecciones, grupos con camiones salieron a bloquear rutas en unos 20 estados, amenazando con el desabastecimiento de insumos básicos para la población. A ello, el miércoles se sumaron manifestantes frente a edificios militares de San Pablo, Brasilia y Río de Janeiro reclamando que impidan la asunción del nuevo gobierno. Si bien el Supremo Tribunal Federal, en cabeza de su presidente Alexandre de Moraes, ordenó el despeje inmediato de las vías bloqueadas y la aplicación de severas multas para los dueños de esos camiones, el bloqueo en las rutas es una clara muestra de lo que la ultraderecha está dispuesta a hacer.
Si bien Bolsonaro aseguró que cumpliría con todos los “mandatos que establece nuestra Constitución”, fue el general retirado Hamilton Mourão, actual vicepresidente y senador electo, quien se colocó desde un principio a disposición del vice de Lula, Geraldo Alckmin, para encarar el proceso de transición que estipula la ley. Este proceso de transición gubernamental está previsto en la Ley 10.609/2002 y en el Decreto presidencial 7.221/2010, que determinan la conformación de un equipo que tendrá acceso a todos los datos referentes a la estructura organizacional de la administración pública, cuentas públicas del gobierno federal, así como al seguimiento de los programas, proyectos y acciones de los distintos organismos públicos.
En declaraciones a O Globo, Mourão señaló respecto a las manifestaciones de protesta que “nosotros estuvimos de acuerdo en participar de un partido en el que otro jugador, Lula, no debería estar jugando. Pero si acordamos, no podemos quejarnos. Hay que parar de llorar y aceptar que perdimos el partido".
En segundo término, lo que estará en disputa son los espacios de poder dentro de esa amplia -muy amplia- alianza que llevó a Lula a la victoria electoral, y que fue concebida fundamentalmente en defensa de la democracia. Pero con el resultado ya en el bolsillo, habrá que ver cómo juegan cada uno de los actores que se sienten protagonistas del triunfo, en particular la derecha neoliberal que no querrá perder control sobre los resortes de la economía. En esa difícil coordinación de intereses tendrán un lugar central las figuras de Geraldo Alckmin y del histórico dirigente petista Aloizio Mercadante. El desafío para el PT será no perder, en ese juego de toma y daca, el rumbo de la transformación con inclusión social que es su histórica bandera.
Y el tercer reto, de momento, para poder gobernar sin mayores tempestades, será intentar conformar mayorías en el Congreso, en el que las relaciones de fuerza ponen en desventaja al presidente electo. En ese sentido, el académico y hombre cercano a Lula, Emir Sader, se ha mostrado optimista recordando la situación en la que asumió el ex dirigente sindical en 2003. El tema es que, si bien, en ambos períodos existía una situación económica y social compleja, la oposición no se encontraba tan consolidada y menos detrás de una figura de la ultraderecha. "La oposición hecha por Fernando Henrique (Cardoso) no era una oposición consolidada. Al respecto, el líder del Partido Liberal (bolsonarista) en el Senado, Carlos Portinho, remarcó que “el presidente Bolsonaro alcanzó una oposición bien consolidada, bien alineada con él, con los parlamentarios nuevos, jóvenes". De todas formas, dentro y fuera del PT hay optimismo en que Lula pueda conducir esa negociación.
Desde la prensa ya se señala que el futuro gobierno debería aumentar en diez el número de ministerios para que todos los aliados se sientan incluidos y, a la vez, se amplíe la base política del futuro mandatario en el Congreso. En ese contexto, desde el PT ya se reconoce que tendrán que resignar espacios en lo más alto del gobierno.
La ilusión argentina
El triunfo de Lula ha despertado en Argentina una corriente de optimismo. En el entusiasmo, se ha escuchado hablar del financiamiento de inversiones, de la recuperación del proceso de integración sudamericano y hasta de una moneda común. Pero será mejor tomarse las cosas con calma, porque ni este Lula, ni este presente brasileño, atraviesan las mismas realidades que se vivieron poco más de diez años atrás; tampoco la moneda común será la salvación para los problemas económicos argentinos. Ahí está el ejemplo de Grecia para dar testimonio de lo que es perder soberanía monetaria en manos del socio más poderoso.
Sin lugar a dudas, la relación bilateral tanto económica como en lo que atañe a la inserción internacional de nuestro país, tendrá mucho mejor sintonía con Lula que con Bolsonaro en el gobierno. El reposicionamiento en materia de política exterior que promete el líder petista puede ser una oportunidad para que Argentina se acomode de mejor manera en el actual proceso de disputa hegemónica mundial. Si bien ya no existe la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), la Sudamérica de hoy, con mayoría de gobiernos progresistas, es una plataforma sobre la que Brasil reconstruirá, seguramente, su inserción en el mundo. Además, esta vez el vecino país parece mejor dispuesto a acompañar la inclusión de Argentina en el grupo de los BRICS, para conformar el BRICSA (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y Argentina).
Y en lo que hace al Mercado Común del Sur, el próximo mes de diciembre Argentina asumirá la presidencia pro tempore del Mercosur, y desde la Cancillería ya adelantaron que uno de los principales objetivos será el de lograr la integración plena de Bolivia, trámite que se encuentra frenado en el Senado brasileño. Con Lula en el Ejecutivo, hay confianza en su muñeca política para destrabar esta situación.
Brasil es el principal socio comercial de la Argentina, en competencia con China, pero es el principal destino de productos nacionales con valor agregado, lo que está claramente reflejado en el sector automotriz. Nuestro vecino capta el 63% de los automóviles construidos aquí, es el cuarto inversor en territorio nacional, y una fuente importante de turismo. No obstante, Argentina viene manteniendo un déficit en la balanza comercial, que en los primeros diez meses del 2022 alcanzó un saldo negativo de u$s2.328 millones. Las exportaciones crecieron 16,2% en 2022 con respecto a los primeros diez meses de 2021, mientras que las importaciones aumentaron un 36,2% en el mismo período. Las principales exportaciones de Brasil a nuestro país son productos industriales.
El embajador Daniel Scioli se anda moviendo para abordar estos temas y, con la venia de Fernández, ya le presentó al excanciller brasileño Celso Amorim una carpeta para llevar adelante un “gran acuerdo binacional de integración profunda, financiera, energética, agroalimentaria y de infraestructura”. Hay que reconocerle a Scioli su capacidad para sostener la relación bilateral ante un hostil Bolsonaro, que varias veces amenazó con la ruptura.
Con Lula renace la democracia brasileña, y también la esperanza dentro de las fuerzas populares en América del Sur para poder disputarle, con más espalda, la agenda política a una derecha embravecida, que no duda en poner en riesgo la convivencia democrática en defensa de los intereses de unos pocos privilegiados, a los que nada les importa la suerte de la mayor parte de nuestros pueblos. Una derecha que ha logrado cierto predicamento en sectores populares, en parte por las propias defecciones de quienes no debieron descuidarlos.
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