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Columnistas
26/06/2022

Decime si exagero

El solsticio de invierno y el discurso del odiante serial

El solsticio de invierno y el discurso del odiante serial | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Con el solsticio de invierno comienza un nuevo ciclo natural en nuestro hemisferio. Una excelente oportunidad para pensar qué hacer con los discursos de odio lanzados por agentes notables, todos ellos amplificados desde medios de comunicación empresariales masivos.

Fernando Barraza

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A medida que el tiempo pasa y el pensamiento humano evoluciona, pocos pero cada vez más ruidosos son los actores que quieren detener con discursos de odio estos procesos de mejoramiento del mundo en el que habitamos.

Los odiantes por lo general son personas que -siguiendo intereses que rara vez no son meramente económicos- tienen una llegada importante en los concentrados medios de comunicación empresariales. No es difícil identificarlos y, por el contrario, se los detecta fácilmente: con una periodicidad militante echan a andar donde pueden su chorrera de odios, enemistades y demonización de todo aquello que no sea lo que se alinea con sus pensamientos, o con los intereses directos de sus jefes, claro está.

Muchos de ellos tienen hasta una cucarda y un peso institucional: son legisladores, procuradores, o auditores generales de la Nación, por citar ejemplos como en racimo. Desde sus sitios de privilegio institucionalizado son mucho más visibles socialmente por lo que injurian y difaman que por lo que trabajan para construir una realidad de progreso y mejoría para sus regiones, sus provincias, su país.

Reconocerlos es sencillo: entrás en cualquier red social (preferentemente en Twitter) y allí donde haya una cloaca de frases de odio, están ellos. Eso sí: no es casual la catarata, no se da por una situación aislada, y ellos no son muñequitos inflamables que ha surgido de la nada. El odio para ellos parece ser una estrategia política que se construye y se distribuye desde la punta privilegiada de la pirámide y se desparrama “hacia abajo” (así es como ellos suelen ver el mundo) tratando de que pregne socialmente. Este es un recurso político usado desde la antigüedad, se perfeccionó muchísimo en el feudalismo, con la ayuda providencial de la imprenta, y desde allí se viene implementando cada vez con más especificidad, porque la imprenta se convirtió primero en mass media y ahora en big data circulando en redes, lo que ayuda y favorece la distribución inmediata y masiva no ya de cada idea de odio, sino de cada letra de las palabras que construyen esas ideas.

El mismo Maquiavelo (un héroe permanentemente citado por los odiantes) advertía desde hace cientos de años que el odio, como herramienta política, no es muy perdurable ni conveniente. En su obra más conocida, “El Príncipe”, le dedica un capítulo entero y concluye que como recurso de acción es “poco óptimo para el rendimiento político y poco beneficioso para la gobernanza a plazo sostenido”, pero parece que sus seguidores postmodernos mucha bola no le estarían dando. De todas maneras ha sido un gusto muy grande citar aquí -en el sentido ideológico inverso- un libro que ellos, los odiantes, suelen citar a su favor.

Más acá en el tiempo, Seymour Ripset y Stein Rokkat, dos politólogos de consulta permanente entre quienes trabajan las ciencias políticas, hicieron una lista de cuatro dicotomías frente a las cuales las personas votantes del siglo XX siempre reaccionaron, trazando una estadística casi perfecta que da cuenta de cómo se ganaron elecciones en oriente y occidente, sobre todo después de la primera guerra mundial, trabajando las conciencias colectivas con discursos disruptivos de odio. Tomen nota, porque la lista es clarísima y nadie dudará en legitimarla ni bien termine de leerla.

Los cuatro anclajes detallados por Ripset y Rokkat, aquellos cuatro que se convertirían en las cuatro fracturas sociales que torcieron elecciones durante el Siglo XX son:

a) Los habitantes de la ciudad contra los del ámbito rural.

b) Los fieles del credo religioso dominante contra los laicos o los integrantes de religiones menos profesadas en los territorios.

c) La clase empresaria contra los empleados.

d) La centralización política frente a la defensa de la periferia geográfica del país.

Por supuesto que en los últimos lustros, con la llegada del nuevo siglo y sus movilidades migratorias internas y trasfronterizas, a esta lista se le suman dos puntos álgidos más:

e) El ciudadano xenófobo frente al migrante o al ciudadano pro-migración

f) El ciudadano aporófobo y meritócrata frente a quien entiende y comprende la situación de pobreza y avala políticas de inclusión social.

Con toda esta materia prima, estas ideas de grieta, suele trabajar la clase empresarial y política que apuesta al odio. Basta con mirar a nuestro derredor, hablar dos minutos con tres personas desconocidas en la cola del supermercado, para darnos cuenta de que es así.

Y -como si todas las fracturas mencionadas hasta aquí no fueran una locura irritante suficiente- en nuestro continente se suma una razón más, que también se da en África y en cada región del planeta que desde el Siglo XV hasta ahora ha sido colonizada: el desprecio por las culturas originarias.

No importa que el mundo evolucione, que la tecnología permita igualarnos si la distribuimos justamente, que los conocimientos ya puedan circular con fluidez y que las culturas evolucionen tratando de encontrar en la diversidad los puntos positivos en común que nos hagan crecer como seres humanos en sociedades; los capataces del odio se fregarán en todo esto, e igual saldrán a demonizar todo lo que no encuadre en sus horizontes y ambiciones, porque de eso trabajan.

En nuestra región vemos esta xenofobia colonialista, cada vez con más claridad, en la insultante valorización negativa que los odiantes hacen de la cultura mapuche.

Así como es notable que habitamos en un territorio bi nacional plagado de toponimia originaria, que no solo las regiones llevan nombre en mapuzugun, sino también lo llevan los ríos, los montes, los valles y las mesetas, que hay un idioma vigente, que hay un creciente refortalecimiento de la filosofía y las creencias espirituales mapuche en la sociedad que reconoce sus raíces originarias, que se vive y se discute identidad cada vez más y más... pues... nada pareciera evidencia suficiente para evitar que los voceros del odio inventen consignas de desprecio y negación, inciten a la violencia directa y reaccionaria y difamen a lo que cultural, política y socialmente se distancie de su acotada visión anticuada, racista y colonial.

Pero aquí conviene detenerse por un instante y reflexionar algo clave, porque sirve y construye: el problema mayor no son ellos, los odiantes de por sí, como sujetos odiadores en funciones. El problema es que ellos son agentes reproductores directos de ese modelo de odio a través de la plataforma perfecta que les brindan las empresas mediáticas a las que les sirve que las sociedades reciban ese discurso de odio, y no otras voces.

Por ejemplo: un auditor general cacareando sobre quién es mapuche “legal” o “falso”, o cuál es “subversivo” o “buen (mapuche)”, es algo notable y ciertamente perjudicial. Pero que ese mismo auditor se pasee por todos los medios de comunicación privados y entregue su propio material de odio en consignas cortas y “cortables” para la viralización en redes, ya pasa a ser -por usar un término que a ellos les encanta aventar- un verdadero acto terrorista para la difusión masiva de las ideas de odio.

Lo triste y cierto es que la distribución de ese material odiante y su ramificación efectiva en la sociedad es muy rápida y eficaz, porque está lanzada con una altisonancia total, por más que no esté respaldada por razón alguna. Construye ignorancia, y la ignorancia es viral y trepidante. Como dijo el comunicador, escritor y pensador Alejandro Dolina hace muy poco en su propio programa de radio:

 

La ignorancia es mucho más rápida que la inteligencia. La inteligencia se detiene a cada rato a examinar; la ignorancia pasa sobre los accidentes del terreno que son las nociones a gran velocidad, y jamás hay nada que le llame la atención. Así llega rápidamente a cualquier parte, especialmente a las conclusiones”

 

Así circulan las ideas de odio, de manera vertiginosa, con frases cortas y altisonantes, con denuncias mentirosas y vacías, con acusaciones morales casi mesiánicas dichas por sujetos que ni siquiera respetan y actúan en consecuencia con lo que hacen o con lo que son y representan.

¿De qué manera y con qué autoridad moral pueden un diputado nacional o un auditor que vive de la función pública desde hace cuarenta años lanzar discursos de odio contra la clase política para que la sociedad se irrite y castigue con votos de ira? Pues así, claro, de manera insensata: azuzando el fuego de la ignorancia y la insensatez; desentendiéndose de lo que ellos mismos son. No importan los argumentos (o la clara falta de ellos), más bien importa el impulso reactivo que sus consignas odiantes, armadas en slogans de manera publicitaria, terminan consiguiendo ¿O no es notable que hoy por hoy hay una importante parte de nuestra sociedad actual que utiliza el término “casta” para negar a la clase política y pegarse un tiro en el pie desdiciendo de manera irracional el hecho político de la democracia? ¿no está pasando? Y la concatenación de hechos no es tan difícil para llevarnos a la revelación directa de quién fue el que inventó esa estupidez (bueno, vaya a saber si no se la robó de algún folletito escrito por Steve Bannon para Trump, Salvini, Bolsonaro u Orbán...): un tipo que es diputado, el mismo que, de las primeras cosas que hizo ni bien asumió en funciones, fue utilizar recursos del estado para viajar por todo el país y el exterior desparramando el odio y faltando a las sesiones de trabajo en el Congreso. Increíble, pero real.

Y no solo estas contradicciones profesionales e ideológicas se presentan. A veces la cosa se torna más irracional aún y roza con algunos ribetes de contradicción biológica inentendible. En Neuquén, por ejemplo, existe un concejal que es descendiente directo de familia mapuche, y sin embargo es uno de los más grandes difusores del discurso de odio hacia las ideas, acciones y expresiones culturales del Pueblo Mapuche...

Es que el odio como herramienta de construcción política y social es así, un combustible sin razón.

Odios versus Solsticios

Por todo esto, porque algún antídoto debe haber contra el odio, en esta semana, en la que el solsticio de invierno se ha hecho presente en nuestro hemisferio, no está nada mal acercarse sin prejuicios a las manifestaciones filosófico/culturales de los pueblos originarios de la región, en todo el continente, en todo el país, región por región. Entre ellas, el Illiampussin del pueblo Kelme o Diaguita, en el norte y noroeste del país está el Inti Raymi kichwa, en el litoral y centro norte el Ara Pyau guaraní, y en nuestra zona -específica y claramente- el Wiñoy Xipantv mapuche.

Acercarnos a entender y compartir esas ceremonias es clave. Las razones que se desprenden de esas celebraciones, sus rogativas, sus anhelos y sus compromisos signados, pueden llegar a hablarnos claramente sobre quiénes están, que clase de sujetos sociales y culturales hay, detrás de la cortina de humo xenófoba y racista de quienes venden el humo del odio. Quienes practican e impulsan estas celebraciones son culturas vivas, legítimas, presentes y con proyección. Todas ellas se manifiestan desde sus territorios históricos y -más allá de la inseguridad jurídica en la que viven como pueblos- saludan el ciclo de la vida que se renueva. Bueno, salgamos a su encuentro entonces, porque en el conocimiento de esos saberes, de sus ideas y de sus creencias, nos terminaremos fortaleciendo socialmente. Mucho -¡muchísimo!- más que entrampados y cristalizados en la mecánica reactiva de estar reproduciendo los discursos generados por agentes odiantes, claro está.

Una noche de lluvia de noviembre, hace más de tres años, frente a un Estadio Único de La Plata lleno de personas que acudieron a un concierto, dijo Lefxaru Nawel, cantante de Puel Kona y werken (mensajero) de su comunidad, Newen Mapu:

 

Nosotras y nosotros no somos el problema, somos parte de la solución”

 

Fijate vos, una idea resumida en una sola frase y sumamente sencilla ¿no? Con la misma dinámica dialéctica de inmediata asimilación que esos latiguillos de difamación e ira que tiran los odiantes, sí, pero en un claro sentido opuesto.

La diferencia entre esta frase del werken y las otras no solo es el sentido y el fondo, también hay una asimetría de difusión que no se puede ni debe soslayar: Nawel no tiene a todos los medios a su disposición, ni tampoco dispone de las empresas de troll center para redes que manejan la big data y generan contenidos de recorte con mensajes de odio para que se viralicen en todos los celulares del país y la región. Nada de eso está su disposición, como sí está a disposición de los odiantes. Es más: a las personas como Lefxaru les viven diciendo cosas injuriosas en esos medios masivos, y deben luchar inclusive en los estrados judiciales para deshacerse de ese estigma ¡y hasta de causas penales inventadas! Si eso no es asimetría...

Por todo esto, en este nuevo ciclo que comienza, desde esta columna perdida en un emprendimiento digital de comunicación, totalmente independiente y responsable, vaya esta humilde reflexión hecha hasta aquí como aporte. Y también un pedido en lenguaje simple y publicitario:

 

Dejemos de reproducir los discursos de odio como idiotas que no son capaces de pensar nada.

 

Probemos ¿dale? A lo mejor resulta bien y terminamos por descubrir que el mundo del progreso y el buen vivir está en otro lado, no en la mira individualista del odiador ¿no?

Y todo esto que reflexionamos en torno a escuchar y acercarse a la cultura y la filosofía de acción de los pueblos originarios, también aplica para cada uno de los actores desfavorecidos de los seis puntos expuestos más arriba, los de Ripset y Rokkat.

Desandar la lengua del odio y comprender que los sujetos odiantes son agentes al servicio de una idea verticalista del poder no está nada mal ¿Estoy muy errado al pensar así? Por favor... ¡decime si exagero!

29/07/2016

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