Columnistas
05/06/2022

Decime si exagero

Crónicas de la mugre y la furia

Crónicas de la mugre y la furia | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Se acaba de estrenar vía streaming y en todo el planeta la última gran apuesta audiovisual británica financiada por la corporación del entretenimiento más enorme del planeta. Desde la casa de Mickey Mouse se nos cuenta la historia de los Sex Pistols.

Fernando Barraza

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La noticia comenzó a generar opiniones hace bastante más de un año, cuando la prensa de la corporación Disney dio a conocer en todo el mundo que estaba financiando una miniserie que contaría la historia de los Sex Pistols, quizás la más radical de las bandas fundadoras del punk, aquel movimiento socio cultural que -en el segundo lustro de los setenta y durante cortos años- sacudió en el hemisferio norte, desde el arte de la música, la modorra social complaciente, poniendo en pie de alerta a una sociedad adulta que estaba lista y dispuesta a morir de vieja sin levantar la voz sobre nada.

Aquellos jóvenes vestidos de manera “horrible” y dispuestos a prenderse fuego a sí mismos habían llegado para poner en tela de juicio la mayoría de los valores morales del occidente boreal. Y por unos largos meses -siempre analizándolo desde el lado de lo artístico- ardió Troya en algunas capitales del planeta: le pasó a Berlín del oeste, le pasó a Nueva York, pero por sobre todas las capitales del mundo le pasó a Londres, una ciudad emblemática del poder a gran escala, sí, pero en ese momento: la capital de un país asediado por una de las olas de hambruna y desempleos más grandes que recuerde su propia historia.

Bueno, pero esperen... ¿no estábamos hablando de la serie de los Sex Pistols? ¡Sí, es cierto!

Sigamos en ese foco. La primera pregunta que se levantó como una faca tumbera apuntando a la yugular de la corporación desde el ciberespacio fue: ¿será Disney capaz de dejar que se cuente la historia de los Sex Pistols -y del punk contracultural revolucionario- sin lavarle los dientes al monstruo? Las redes digitales hablaron (mirá que se iban a perder la oportunidad ¿no?) y desde Twitter y Facebook empezaron a volar los comentarios de desconfianza total mientras la producción seguía avanzando a paso firme.

La siguiente noticia fue una confirmación por partida doble: por un lado se confirmó que Danny Boyle (célebre por haber dirigido la áspera y bella “Trainspotting”, pero también la edulcorada y algo errática “Yesterday”) iba a ser el director de la serie. Por otro lado se notificó oficialmente que se iba a laburar con el guion que escribió el australiano Craig Pearce, basado en el ensayo biográfico “Lonely boy: tales from a Sex Pistol” (Chico solitario: cuentos sobre una pistola sexual), las memorias personales de Steve Jones, el guitarrista de la banda.

Los comentarios seguían in crescendo. Es cierto que es cada día más notable todo lo que se puede opinar sobre cualquier tema en redes digitales. Sucede cada día del año, a cada hora, pero no deja de sorprender si se le presta la debida atención ¿verdad? A la serie de los Pistols se le seguía contando las costillas, cada vez más y más.

Algunas personas, un poco cargadas de ansiedad, no pudieron esperar el proceso de producción de una serie de tal presupuesto y se fueron corriendo a descargar o comprar las memorias de Steve Jones, como para ver cual era la materia prima de aquello que se estaba cocinando con la plata de Mickey Mouse. Enorme fue la sorpresa al poder leer el contexto que Jones le dio a su propia historia junto a los Pistols: las huelgas, el desánimo furioso de su generación, el orgullo de clase (trabajadora empobrecida, claro) el nihilismo que les salvó la cabeza en años de estupidez victoriana, y el peso asfixiante del conservadurismo venciendo al laborismo en su país... todo estaba allí, metido en esas páginas.

Había buena materia prima. Solo restaba ver que pensaba Boyle hacer con ella. O mejor dicho sería: que le dejarían hacer con ella.

Pero en épocas donde el acontecimiento global por excelencia es la transmisión online del divorcio de una pareja de millonarios de Hollywood, o el baile de Shakira en un Late Night Show, el escándalo no se hizo esperar en torno a la serie; porque si era una serie sobre los Pistols, tenia que tener algún escándalo ¿no?

El que entregó la comida servida en una palangana fue ni más ni menos que John Lydon, Johny Rotten, el cantante de la banda, quien demandó a sus compañeros por haber cedido los derechos del uso de las canciones del grupo en un producto al que -con solo haber leído un primer resumen de los guiones- no dudó en tildar de farsa. Con su sagaz y ácida lengua no dudó en decir que: “(...) esta es una estúpida fantasía de clase media. Disney ha robado el pasado y creó un cuento de hadas que se parece poco a la verdad. Sería divertido si no fuera trágico” y acto seguido fue a la corte. No le salió muy bien: perdió una demanda millonaria y salió por todos los medios que pudo pidiendo que le ayuden económicamente tras el puñetazo en la cara que acababa de recibir.

Teniendo en cuenta que ya venía derrapando con su apoyo explícito a Donald Trump -y no a sus ideas más laboristas, sino a sus ideas más reaccionarias- justificando y celebrando, por ejemplo, el ataque de los muñequitos proletarios de derecha al capitolio norteamericano; esta aparición en torno a la “validez” de la serie fue decisiva para que Lydon cayera en picada. Una verdadera pena, porque hasta hace dos décadas fue un artista al que se le podía prestar atención, pues siempre tenía algo interesante (muchas veces genial) para aportar desde su peculiar intelecto punk.

Y Disney, claro está, sacó provecho de toda esta secuencia. ¿Se metió a mediar por un acuerdo? No ¿para qué? La maquinaria publicitaria por la difusión de la serie ya había arrancado, a escala global Y GRATIS.

Los meses pasaron y la serie se estrenó. Las preguntas se contestaron solas. Quizás para hacer un breve resumen de esas respuestas habría que anclar el razonamiento crítico en un concepto clave de la ideología punk británica: el concepto de “The filth and the fury” (la mugre y la furia).

Veamos...

 

La mugre y la furia

“The filth and the fury” es un concepto trabajado por Malcolm McLaren, representante de los Sex Pistols, un personaje único en su especie que surgió como el emergente inglés del Movimiento Internacional Situacionista (gugleen este término y lean sobre él, es interesantísimo conocer los fundamentos ideológicos que dieron sustento a estéticas como el punk y otras por el estilo, todas bien pero bien sacudidoras), quien trajo desde las letras de los Pistols estas dos palabras como para sintetizar el alma de lo que estaba naciendo: el punk como movimiento social artístico.

Nunca mejor definido, porque si algo fue el punk cuando irrumpió es precisamente eso: la furia que surgió desde la mugre.

El término aparece entero en algunas versiones de la canción “Submission” y con sus componentes sueltos, aquí y allá, en varias de las letras de los Pistols, pero renace con la fuerza originaria en el excelente documental de Julian Temple que se llama así mismo: “La mugre y la furia”, y que se puede ver gratis y subtitulado en YouTube. Es más, verlo es una excelente manera de hacer un preámbulo de lujo antes de sentarse a ver la miniserie. Por eso te dejo el enlace acá:

 

Pues si la vara filosófica estaba tan claramente puesta en este concepto, que es tan sintético como genial y realista, la pregunta que seguiría en el razonamiento lógico sería:

¿Pudieron Pearce (guionista) y Boyle (director) contar bien la historia de este grupo que nucleó dentro de sí la fuerza de un movimiento entero?

La respuesta es rotunda: SÍ.

Pese a haber recibido críticas demasiado puntillosas sobre detalles que a veces rozan con lo ridículo, nadie ha podido negar -al menos hasta ahora- que la miniserie funciona perfectamente en tanto testimonio ficcional de un momento único en la historia del arte del Siglo XX. Y lo hace con contundencia.

Cada capítulo tiene un eje temático, y en esos ejes bien explícitos y perfectamente delineados, se va viendo qué cosas construyeron el fenómeno de esta banda y el movimiento al que perteneció. Si en uno de los episodios primeros vemos contra qué había que revelarse (las huelgas se muestran, las barricadas, la represión, el paro, el pensamiento conservador), también vemos que la respuesta rebelde es la ruptura total del todo, el incendio de lo socio cultural por parte de una tribu joven, feísta, proletaria empobrecida, plagada de autodenominados “morons” (imbéciles) y “lazys” (flojos), funcionando este autorecomocimiento bestial en la regla dialéctica inversa: como aquel nativo americano que se llama con orgullo indio a sí mismo, quitándole lo despectivo, o el nigger, o el puto, o la trola... y así.

En otro capítulo vemos como funciona el “hazlo tu mismo” que propuso el punk a nivel musical, que va mucho más allá de un simple enunciado, es una actitud que rompe con la tradición de referente culturales que son estrellas, inalcanzables, alejadas en una nube total de pedo, en sus mansiones, apareciendo solo en TV. La escena del televisor cayendo de un segundo piso mientras en la pantalla Rick Wakeman hace un solo es maravillosa. Aquí, en la serie, ese fenómeno del hacerlo por sí mismo, queda patente con el cambio de la voz a la guitarra de Steve Jones (a que muchos no sabían que Jones arrancó cantando en los Pistols...) y con la inclusión de Sid Vicious al grupo.

En otros capítulos vemos muchas otras cosas que funcionan de manera didáctica con una belleza particular, esa “rugosidad bien nítida” que tiene Boyle cuando está inspirado. La serie está plagada de esos logros. Pero además suma elementos que agregan más cosas a las ya conocidas: los personajes bien desarrollados, como el de Viviene Westwood, la compañera de McLaren, diseñadora, creadora de la estética misma del punk; o el de Chrissie Hynde, la música que años más tarde sería una referencia absoluta de la New Wave post punk junto a The Pretenders. Dos personajes que explican sin forceps argumentales (como los suele haber en otras series que se quieren pasar de inclusivas) cual era el rol definitivo que las mujeres tenían en esta explosión cultural que debía superar al grito primate machito del rock. Hay un personaje que es clave en esto: el de Pauline (estupenda la actriz Bianca Stephens, ¡la rompe!), una chica que escapa de un hospicio, diagnosticada como esquizofrénica peligrosa y que oculta un secreto enorme dentro de su cartera de mano. No puedo spoilearte, pero este capítulo, centrado en este personaje, con ese secreto, es el que sintetiza como los Pistols (y en su figura el punk todo) debieron tejer lazos de empatía y comprensión por entre el ruido con causas tan silenciadas por las sociedades como la salud mental, el abuso y otros que no puedo escribirte porque estaría espoileando. Esa síntesis, realizada en un solo capítulo y en derredor a un solo personaje, se consigue cuando un producto audiovisual ES BUENO. Este lo es, sin dudas.

En fin, la serie tiene todos esos condimentos, por eso vale la pena verla, porque transmite aquello que sucedió con el punk, a la velocidad de la luz, como una flecha prendida fuego entrando por los agujeros de la torre de un castillo feudal. Más no se le puede pedir.

Para el final, decirte que las secuencias de los conciertos en vivo son de lo mejor de la serie, la sensación que transmiten, de vértigo y de estar asistiendo a un acto de genialidad brutal, casi que te llevan a estar allí, en medio del pogo y debajo de la furiosa lluvia de esputos. Es simplemente genial, por eso hay que agradecerle a la corte de no se dónde no haberle hecho caso a Rotten: ¡la música de los Pistols debía estar en la serie de los Pistols! Porque sí, claro, porque es lo que en definitiva ha roto la barrera misma de los tiempos y se encuentra latente allí, al alcance de la mano y por siempre, recordándote que la flecha sigue ahí, eh, y ha entrado en el castillo. Parece apagada, pero ya lo sabemos, el fuego se reactiva cuando el señor feudal menos se lo espera...

29/07/2016

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