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Columnistas
28/11/2021

Sin lugar para moderados

Sin lugar para moderados | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La realidad parece mostrar que ya queda muy poco espacio para quienes consideran que, en materia ideológica y política, la verdad o la opción justa se encuentran a un punto equidistante de los extremos.

María Beatriz Gentile *

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La pandemia sin duda afectó al proceso político y social latinoamericano. Además de los 250 millones de contagiados y cerca de los 5 millones de fallecidos, la región se ha visto interpelada por el aumento de la desigualdad, del desempleo y la pobreza. Un combo desesperanzador que el virus expuso descaradamente.

Incertidumbre, tal vez sea la palabra que mejor explique el malestar social. Sea porque las condiciones materiales se agravan o porque la peste global no retrocede y nos obliga a revisar día a día el contador mundial de la tragedia, cualquier esfuerzo emocional por encontrar consuelo en el mañana fracasa. En un contexto de estas características, hay poco espacio para las narrativas de futuro.

La polarización se ha hecho presente en el escenario electoral y tendencias antagónicas disputan ajustadamente los destinos de cada país.

En el año 2020, el plebiscito para reformar la constitución del pinochetismo en Chile; las elecciones presidenciales en Bolivia y las locales de México mostraron una recuperación de las fuerzas políticas identificadas con la expansión de derechos y horizontes redistributivos; algo que fue leído en clave de derrota para el conservadurismo regional. A pesar de ello, ese mismo año en Brasil, las municipales quedaban en manos de una centroderecha que por primera vez expulsaba de la competencia al PT de Lula da Silva y se imponía a los referentes del extremista Jair Bolsonaro.

Al año siguiente, en Perúse dio la campaña electoral con mayor polarización estructural del periodo democrático. Pedro Castillo y Keiko Fujimori expresaron ese país de fronteras internas: un maestro rural, gremialista, expresión de los movimientos sociales postergados y una representante del Perú aristocrático, multiclientelizado y jerárquico que detenta el poder casi desde siempre.

El triunfo definitivo del primero no evitó que la extrema derecha haya pasado a la ofensiva y no le deje hacer efectivo su mandato, antes bajo la idea del fraude, luego no aprobándole el gabinete y ahora bajo la moción de vacancia presidencial.

En Argentina las elecciones legislativas del 14 de noviembre también dejaron en claro un escenario polarizado. Aquí la derecha se hizo extrema y prometió un camino de expiación y sacrificio colectivo como respuesta a la crisis integral. Y aun así, logró sumar nuevos parlamentarios.

El Chile del estallido social del 2019, el de la Convención constituyente presidida por una referente mapuche, dos años después se dirime entre una opción de extrema, defensora de la dictadura, antinmigrante y antiderechos expresada por J.A Kast y la apuesta de la izquierda en la figura de Gabriel Boric. ¿Cómo explicarlo?

El invierno neoliberal que se creía superado, no pasó; pero tampoco el entierro de las experiencias progresistas y movimientistas. Quizás el único fin de ciclo que pueda leerse sea el de las fuerzas políticas del centro.

El discurso de la derecha se ha radicalizado y ha terminado por imponer una narrativa del miedo que la ha vuelto competitiva y exitosa en términos electorales. ¿Por qué?

En parte, porque el miedo ancestral a la muerte, que todos los seres humanos experimentamos, la pandemia lo actualizó de manera brutal. Y en parte, porque está ese otro miedo, ese del que habla T. Hobbes en su Leviatán; el miedo que suscita en cada individuo la existencia de los ‘otros’ cuando el entorno se vuelve crítico para sobrevivir.

Es este miedo al inmigrante, al pobre, al indio, a la mujer, a los subalternos en general que los antiderechos proclaman en nombre de la libertad, el mercado y la propiedad. Y es este, el que se ha activado en tiempos de malestar.

La realidad parece mostrar que ya queda muy poco espacio para quienes consideran que, en materia ideológica y política, la verdad o la opción justa se encuentran a un punto equidistante de los extremos.

Cuando la agenda integral de derechos sociales y civiles se ve amenazada, pretenderse imparcial, es lisa y llanamente negarlos.

Pareciera que en América Latina, ya no queda lugar para moderados.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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