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17/09/2021

La pereza de las elecciones

La pereza de las elecciones | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La oposición no tuvo una excelente elección. Tampoco fue exitosa la elección del oficialismo; sin embargo no es posible hablar de “estrepitoso” o “catastrófico” fracaso del gobierno nacional.

Agustín Mozzoni *

La oposición no tuvo una excelente elección, no creció en su caudal electoral a nivel nacional, y lo único que pudo lograr en dos años de pandemia fue conservar al votante que pretendía la relección de Mauricio Macri en la elección de 2019. No hay nada de exitoso en eso. Por el contrario, habla de una incapacidad de captar el descontento.

Tampoco fue exitosa la elección del oficialismo; sin embargo no es posible hablar de “estrepitoso” o “catastrófico” fracaso del gobierno nacional. Resulta lógico que los poderosos medios de comunicación realicen esa lectura, es comprensible que determinados críticos hagan lo propio, y hasta resulta aceptable que los medios y analistas cercanos al oficialismo también coincidan con esa visión. Lo que no puede permitirse la militancia, ni la dirigencia, es la pereza intelectual de comprar ese discurso único de derrota y derrotismo permanente y agachar la cabeza como si todo hubiera estallado por los aires.

Sin ánimo de generar un estiramiento de las metáforas, si un equipo antes de jugar una partida cree que perderá, lo más probable es que nadie apueste por ese equipo, y que efectivamente termine derrotado.

Para completar un panorama podemos abarcar los proceso electorales de 2015, 2017, 2019 y 2021. Resulta necesario hacer antes la salvedad de que tanto en 2015 como en 2019, lo que efectivamente se eligieron fueron presidentes y cargos ejecutivos. Mientras que en 2017 y en las primarias de 2021 los electores optaron en cada uno de sus territorios por dirigentes cercanos, que los representarían en el Congreso de la nación, en la mayoría de los casos como uno o una más del montón.

Aunque el oficialismo haya intentado sin éxito poner en discusión para estas elecciones primarias e intermedias la idea de “dos modelos de país”, lo cierto resultó ser que el votante percibió (bien o mal), que lo que vota no le impactará de forma directa en el día de mañana.

El votante es consciente de que no está eligiendo ni un intendente, ni un gobernador ni un presidente. Vota dirigentes que se sumarán al pelotón de un conjunto de políticos en la ciudad de Buenos Aires. Quien piense lo contrario, probablemente se equivoque, y para constatarlo basta con revisar la historia de las elecciones intermedias y los rulos que muchos se hicieron previo a terminar colapsando contra una pared.

A vuelo de pájaro podemos decir que del 48,6% del Frente para la Victoria en el ballotage del 2015 a nivel nacional, al 48.2% de 2019 que le dio el triunfo a Alberto Fernández, hubo también una cierta tendencia de conservación del voto. Del mismo modo que lo hizo Cambiemos, pero con el sobresalto de haber logrado 51,4% en 2015, y apenas alcanzar el 40% en 2019.

Si damos paso a las elecciones intermedias, encontramos que el PRO, Cambiemos o Juntos por el Cambio en 2017 se redujo a un 41,7%, a un 40,2% en el 2019 y a un 41.5% en las P.A.S.O de 2021.

En el actual oficialismo los altibajos son más marcados porque las alianzas incorporan y eliminan segmentos elección tras elección. En 2015, el Frente Renovador (hoy parte del Frente de Todos), había logrado un 22% de los votos, mientras que en 2017 un 5,7%. Su baja performance resulta lógica debido a que se votaban categorías distintas y no había una representación distrital completa.

En 2017, con Cristina Fernández de Kirchner como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires, Unidad Ciudadana lograba a nivel nacional un 21% de los votos, mientras que el complemento nacional llegaba por parte del Partido Justicialista (no incorporado al kirchnerismo) con un 13,7%. Si nos permitimos la suma sin entrar en las variables del caso, el kirchnerismo + el PJ + el FR en 2017 lograron un 39,4% de los votos.

En las primarias del domingo 12 de septiembre el Frente de Todos obtuvo un 31% de los votos. Perdió un buen caudal de votos en relación a las elecciones mencionadas, en dos años de un desgaste difícil de comparar.

Lo catastrófico, si se quiere hablar en términos tremendistas, es la baja en la participación para las elecciones primarias del domingo previo. En 2019 votó un 80,24% de los electores habilitados, mientras que en 2021 lo hizo un 66,21%.

¿Alcanza eso para explicar porque el Frente de Todos alcanzó el 31% de los votos? Tal vez no. Pero es una variable necesaria a tener en cuenta. También lo es el hecho de que los partidos de izquierda hayan crecido en diferentes provincias del país.

El gobierno perdió, pero no todas las provincias pueden adjudicar las derrotas de sus candidatos a los efectos de la administración de la pandemia, ni el desgaste del ejecutivo. En Río Negro y en Neuquén, de hecho, el Frente de Todos terminó debajo de los oficialismos provinciales.

En términos analíticos, resulta un tanto vago pretender comparar el resultado de las primarias legislativas de la Argentina con las supuestas derrotas generalizadas de los oficialismos a nivel mundial producto de la administración de la pandemia por parte de los ejecutivos. Pero más absurdo sería hacerlo desde Río Negro o desde Neuquén.

Ni una cosa, ni la otra. No se puede generalizar la idea de las derrotas de los gobiernos en el mundo. Desde el comienzo de la pandemia se postergaron elecciones en 78 países. A la hora de votar, en el caso de las elecciones presidenciales, los más perjudicados fueron Netanyahu de Israel y Trump de EEUU. Ninguna de las dos derrotas se pueden explicar por si solas por la pandemia.

De las 126 elecciones que se desarrollaron a nivel mundial, un altísimo porcentaje de los oficialismos logró contener o conservar el poder. Los resultados adversos los tuvieron personajes como Bolsonaro, el golpismo boliviano, Piñera en Chile, o Boris Johnson en Reino Unido, ente otros a los que podemos sumar a Ángela Merkel o Emmanuel Macron. Para aseverar esa línea de argumentación habría que evaluar qué fue lo que pasó en el mundo en otros momentos.

En 2016, por ejemplo, año tomado como punto de quiebre, hubo derrotas que se recordarán por siempre. El primer ministro David Cameron en Reino Unido pierde la elección del BREXIT, los demócratas de Obama pierden en manos de Trump, en Taiwán, en una elección histórica triunfa la oposición. En Filipinas venció en las elecciones Rodrigo Duterte, que pasó del total desconocimiento a lograr en tres meses convertirse en presidente y llevar adelante su plan de ejecuciones y persecuciones en el país. Y podríamos mencionar otros como el ascenso de los lituanos campesino al poder o el colapso del bipartidismo en Austria, que en las elecciones de 2016 sus dos mayores fuerzas quedaron en cuarto y quinto lugar. ¿Alguien se tomó el trabajo para sostener libremente la justificación de que por la pandemia los oficialismos pierden?

Esos analistas, periodistas o pensadores, no podrán comprender nunca como un fenómeno como Donald Trump pudo gobernar Estados Unidos, como un Bolsonaro pudo llegar a gobernar Brasil o como un golpe de Estado pudo ser efectivo en Bolivia. O actualizan sus esquemas de pensamiento, o permanecerán siempre en el asombro de los cambios que la sociedad viene realizando en el siglo XXI.

Las elecciones Argentinas del 12 de septiembre no son tan simples de comparar, se tratan de elecciones internas, simultáneas y abiertas, que definen los partidos aptos para participar de las verdaderas elecciones legislativas.

Se trata de un país culturalmente muy aferrado a las conducciones presidenciales y ejecutivas. Ni los diputados, ni los senadores, ni los concejales gobiernan. No lo hacen, no lo hicieron y no lo harán.

Sin embargo, es claro que resulta necesario encender las alarmas y tratar de comprender lo que sucede, pero sin el vicio de caer en el desánimo. Mucho se escribió y mucho es lo que se dice. Pretender comprender el mundo actual con categorías analíticas de hace 40 años, va a dar siempre como resultado la no comprensión del mundo.

Pero la Argentina no está viviendo esa crisis de radicalización. Sería obtuso negar ciertos eventos que anticipan riesgos en los esquemas de representatividad, negar productos, fenómenos políticos o discursos que pueden convencer a más de un consumidor.

Sin embargo, también es cierto que una práctica constante, aunque no permanente en las elecciones intermedias, ha sido la de los votos contrarios a los ejecutivos. O por demandas, o por descontentos, o por los desgastes lógicos, y hasta por el propio peso de lo que se puede comprender como una práctica cultural de los electores. No hay análisis que pueda permitir suponer que una elección intermedia desfavorable signifique un cambio de gobierno en las elecciones presidenciales.

Alimentar esa imagen futura, o conjeturar con esa idea es tarea obligada para los poderes concentrados, los medios poderosos y los sectores de la oposición. Hacerlo desde el campo nacional y popular puede ser el resultado de la pereza intelectual, de la carencia de compromiso o del desorden ideológico.



(*) Lic. Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales
29/07/2016

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