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23/06/2021

La guerra de todas las guerras

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Se cumplió ayer un nuevo aniversario del inicio de “Operación Barbarroja”, el proyecto de Hitler para invadir el territorio ruso en 1941. Alemania destinó una enorme cantidad de recursos y pensó que terminaba la campaña en no más de 14 semanas.

Gabriel Rafart *

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Hace ochenta años, el 22 de junio de 1941, Hitler daba la orden de abrir un nuevo frente de guerra invadiendo el territorio ruso. A partir de aquella decisión, el corazón de la Segunda Guerra Mundial estuvo en lo sucedido en el amplio espacio de la Europa Soviética gobernada entonces por Stalin. Más de tres millones de soldados, seiscientos mil vehículos terrestres motorizados, entre los que se contaban enormes divisiones de tanques y artillería móvil, junto a varios miles de naves aéreas y una logística que seguía recurriendo a más de medio millón de caballos, fueron los enormes recursos que la Alemania agresora destinó a la maniobra que los estrategas alemanes venían preparando desde hacía años. Se bautizó a la “Operación Barbarroja”, rescatando de la historia a un olvidado emperador del siglo XII de una Alemania que no existía como tal. Los hombres y materiales utilizados en la campaña rusa prácticamente quintuplicaron los disponibles para el artero ataque de septiembre de 1939 sobre Polonia y, al año siguiente, se volcaron para doblegar la voluntad guerrera de Francia, Bélgica y los Países Bajos.

Después de ese 22 de junio Alemania ya no será la misma. Exprimirá sus propios recursos humanos y los materiales de los países ocupados para sostener una guerra que había planeado finalizar en un plazo de entre once y catorce semanas. La campaña militar sobre franceses y sus aliados occidentales había durado solo seis semanas. La confianza de esas rápidas victorias fue uno de los alicientes para enfrentarse de una vez por todas con el verdadero enemigo de la Alemania nazi. Los generales de Hitler sostenían que Rusia era “un coloso con los pies de barros”. De allí el desmedido desprecio por los rusos. Es cierto que en el Estado Mayor alemán hubo alguna reticencia por lanzarse a la lucha, aunque la principal diferencia estaba en el manejo del tiempo y la necesidad de incrementar los recursos para asegurar una exitosa campaña militar.

La guerra desatada en la Rusia soviética fue la madre de todas las guerras de la modernidad reaccionaria que encarnaba el ideario hitleriano. También del siglo XX. Cuatro años de contienda dejaron niveles de destrucción a una escala desconocida hasta entonces. Fue parte de un tiempo excepcional, que el gran historiador británico Eric Hobsbawm llamó la era de las catástrofes. Esta se había iniciada con la primera gran conflagración desatada en 1914. Otros historiadores recurrirán al término de barbarie para calificar la ferocidad con la que se combatió, igual de cómo se trasvasaron los límites de una lucha que adquirió un drama impensado sobre la población civil. En Rusia no solo se suprimió la “ley de la guerra”, que en cierta medida pareció desarrollarse en el frente occidental. La barbarie estaba en la misma concepción de una contienda destinada a la eliminación física de numerosos pueblos afincados en los territorios de Europa y Asia para procurar su definitivo reemplazo. Antes de la invasión a Rusia, Polonia había sido el primer laboratorio de aquella voluntad exterminadora. La guerra fue contra un mundo que esa Alemania nazi consideraba infrahumano. El componente bolchevique entraba dentro de ese universo, además del judío. El país gobernado por los bolcheviques era fundamentalmente un enemigo ideológico y racial.

Durante muchos años la historiografía de tiempos de la Guerra Fría menospreció lo ocurrido en el frente oriental. Las grandes batallas ocurridas en Rusia fueron presentadas como escenario de extrema brutalidad exclusivo para alemanes y bolcheviques que tenían en común el desprecio por la vida humana y civilización. Aún más, se señalaba las “buenas guerras” llevadas a cabo por las democracias occidentales y la otra propia de los totalitarismos. Italia, Normandía y la liberación de París, eran el camino de la civilización. Del otro lado estaba la arrolladora y destructiva avanzada alemana sobre Moscú y más tarde los actos de canibalismo durante el largo sitio de Stalingrado. Hoy la mayor parte de los historiadores han puesto en su lugar estos eventos, señalando que la verdadera paradoja de aquella guerra es que fue la menospreciada Rusia totalitaria invadida, fue la que encontró los recursos para doblegar al hitlerismo, salvándose no solo a sí misma, logrando que las democracias de entonces también lograran mantenerse en pie. Asimismo, esa misma comunidad de historiadores ha logrado dimensionar el papel británico y norteamericano en la destrucción de la vida civil de Alemania con sus flotillas aéreas de bombarderos.



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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