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Ya se ha dicho que no se debería decir cualquier cosa en nombre de la libertad de expresión. Sobre todo, expresiones que sean en realidad difamaciones con el fin de excluir de la vida pública y política a una persona o partido. Tampoco que se mienta atentando contra la voluntad popular y menos aún, en nombre de la libertad de expresión, mentir, tergiversar y difamar para extorsionar empresarios a cambio de más difamación. Y, peor aún si todas estas prácticas se convalidad con investigaciones judiciales reñidas con el debido proceso.
La trampa es querer ponerle un freno a tamaña tropelía discutiendo límites a la libertad de expresión. Antes de volver a discutir el derecho a expresarse libremente hay que discutir el que esté vigente el derecho de expresión de una sola voz desde el imperio del monopolio mediático.
Era tan importante que exista una sola voz para perseguir a gobiernos y referentes populares que, en Latinoamérica, sinérgicamente, gobiernos de empresarios y el poder económico fortalecieron la concentración de medios con la cual perpetraron la persecución política más grande que se recuerde en democracia. Esa persecución, convalidada con un sector de la justicia, concluyó con líderes políticos procesados, encarcelados y destituidos, en el caso de Evo Morales en Bolivia, a la fuerza.
Fue tan obscena e inescrupulosa la operación que las barbaridades que se tramitaban desde la colonizada justicia eran convalidadas por los grupos mediáticos y sus animadores, y las infamias descabelladas de dichos medios eran convalidadas por esa justicia cooptada.
Como verá usted la cosa es bastante más seria que el que se diga o no lo que se quiere. Y nos distraemos si nos quedamos en la discusión de la Libertad de Expresión.
Por su carácter de concentración de la palabra en la opinión publicada, los grandes medios disimulan su responsabilidad ante la gran audiencia. Y cometen, con el mismo fin, el de socavar toda construcción de gobiernos y partidos populares, pecados cada vez más imperdonables. Decidieron conspirar contra toda campaña sanitaria para combatir la Pandemia del COVID19. Se sirvieron, como Facebook, de las adhesiones a teorías simplistas que refuerzan pulsiones de odio y no tan solo. Confluyeron perfectamente en una ensalada a servir mediáticamente terraplanistas, racistas, meritócratas, antiperonistas, aristócratas de medio pelo y delincuentes de la salud. La oferta perfecta mediática y por redes tiene un único destino, ir en contra de un gobierno popular que lógicamente rechaza la cuadratura del planeta, el racismo, la meritocracia, la aristocracia que se sirve del pueblo trabajador y todo seudo medicamento que no tenga comprobación científica.
En definitiva, estamos ante un poder económico antidemocrático que, desde una de sus fundamentales herramientas, el manejo de la opinión publicada circulante, generaron golpes de estado, persiguieron e hicieron encarcelar a dirigentes y luchadores populares, propiciaron hechos represivos que costaron vidas, estigmatizaron la pobreza, demonizaron a pueblos originarios, desindustrializaron economías, fugaron fondos prestados y recomendaron no vacunarse, tomar lavandina y quemar barbijos.
Hay que discutir la posición dominante en la que se encuentran los gigantes tecnológicos en las redes y los grupos mediáticos. Ya lo están haciendo países que se autodenominan del primer mundo. Necesitamos la vacuna contra la infodemia. Tuvimos la patente de una de las mejores leyes de Comunicación Audiovisual, destruida por Mauricio Macri en su proteína más importante, la antimonopólica. Será momento de meternos otra vez en el laboratorio para una nueva vacuna para garantizar la salud de la comunicación y del acceso a la información.
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