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Columnistas
19/02/2021

Neoliberalismo, poder y vidas que no importan

Neoliberalismo, poder y vidas que no importan | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

En este marco pandémico podemos establecer una tensión entre la exigencia de cumplimiento de una serie de prácticas y normativas para cuidar de la vida de los demás y la propia, y los efectos en las relaciones sociales.

Sacha Pujó *

 

 "Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano"

George Orwell

 

A medida que en todo el mundo a raíz de la pandemia se han incorporado nuevas prácticas a la vida cotidiana, tales como, la entrega de datos personales para poder movilizarse, el uso obligatorio de mascarillas, el distanciamiento social y la demarcación espacial, los rastreos de persona, los testeos masivos y controles de temperatura corporal, así como la profundización del trabajo y relaciones sociales virtuales, por mencionar algunas, cabe preguntarse cuáles serán los efectos de dichos dispositivos en términos de relación de poder y los mecanismos de dominación.

La vida biológica de los individuos y la especie, y su entrecruzamiento con lo histórico-social se constituye como objeto del poder. Michel Foucault trazó la genealogía de este fenómeno en el tratamiento de la aparición histórica del problema político de la población, que caracteriza el surgimiento de la biopolítica como tecnología de poder. Según el autor, se trata de la constitución de la población como objeto de un saber, de conocimiento, de dominio, de técnicas de gobierno, ancladas en prácticas e instituciones. Es decir, el desarrollo de toda una serie de aparatos específicos en paralelo al desarrollo de un conjunto de saberes que permiten gestionar a las multitudes.La biopolítica se expresa como organización y administración de la calidad de vida. La medicina, la economía política y las estadísticas, pueden mencionarse como exponentes de tecnologías biopolíticas productoras de información sobre las poblaciones, cristalizadas en la regulación demográfica, las tasas de mortalidad y natalidad, la expectativa de vida, la salud pública, la planificación familiar, la sexualidad, el tipo de vida, o los movimientos migratorios, por mencionar algunos fenómenos a nivel de gestión de población. Foucault analizó el tratamiento de la epidemia de viruela en el siglo XVIII respecto a cómo se desarrolló una serie de técnicas, una aprehensión racional del fenómeno con efectos prácticos en el manejo de la población. Es el despliegue de una nueva economía de poder dada por la posibilidad de establecer probabilidades, coeficientes de morbilidad y mortalidad, establecer los riesgos y parámetros de normalidad, de lograr, en fin, equilibrios en un conjunto de procesos que es menester manejar. Ya se puede de hecho observar el desarrollo de un proceso similar respecto del COVID.

Según el autor hay que entender que el poder no es solo represión, sino que se ejerce de forma positiva, según la formula “hacer vivir y dejar morir”. El biopoder tiene dos planos analíticos: por una parte, como se mencionó, una tecnología de poder a nivel de la especie, la biopolítica, y por otra parte, una anatomopolítica del cuerpo en la que mediante la disciplina se normaliza, uniformiza y aumenta la productividad. Los cuerpos son una realidad social histórica donde se inscriben las normas. Son el territorio donde el poder produce, clasifica, separa, jerarquiza, y divide a las individuos. Hay cuerpos que son cualificados y saludables, en tanto fuerza de trabajo, para generar la mayor eficiencia y productividad en pos de aumentar el capital, y otros son sencillamente descartados o condenados a la marginalidad por la indiferencia. El neoliberalismo profundizó esta situación dando lugar a una sociedad dual con incluidos y excluidos. La vida de estos últimos es poco o nada valoradas, ubicados en los límites de la legalidad soportan la violencia institucional.

El conocimiento producido sirve para anticipar el comportamiento del sujeto, hacerlo predecible, para regularlo, incluso a un nivel en el que el sujeto mismo internaliza ese saber y se autogobierna. En este esquema la vigilancia externa física se va tornando menos necesaria, y se sustituye por la vigilancia interna como introyección de los mecanismos de dominación. El poder no se ejerce solo mediante la violencia externa sino que sus mecanismos son incorporados y cuentan con el asentimiento de la población. El poder se reproduce en nuestras propias acciones y prácticas. Lo paradójico es que la conquista de libertades fue de la mano del reforzamiento del control sobre las personas. Una figura ideal es el sujeto autónomo empresario de sí que se explota a sí mismo, “el alma cárcel del cuerpo”.

La experiencia sociológica que representó el encierro masivo a nivel mundial también es condición de posibilidad para el despliegue de saberes sobre la población: la acción de gobierno de hecho se identifica con la “conducción de la conducta”. En este marco los Estados y las grandes corporaciones tecnológicas recogen, procesan y analizan datos sobre los patrones de comportamiento. Dichos datos son la fuente para que las conductas estén incluso cada vez más autoreguladas con la internalización progresiva de todos los saberes que las nuevas tecnologías producen. Los datos permiten gestionar a la población, esto es, adecuar su rendimiento, sus consumos, sus expectativas.

En este marco pandémico podemos establecer una tensión entre la exigencia de cumplimiento de una serie de prácticas y normativas para cuidar de la vida de los demás y la propia, y los efectos en las relaciones sociales. Al menos podemos preguntarnos sobre dichos efectos en materia de gobierno de población y los vínculos sociales. Un planteo que no caiga en una polarización extrema entre el reclamo de la libertad individual de contagiarse y contagiar al otro, y una aceptación acrítica de todos las consecuencias que trae aparejado el procesamiento de la pandemia. Cuántos de los procedimientos que surgen en la excepción quedarán incorporados como normalidad detrás de la legitimidad que da el cuidado de la vida. Pueden recordarse, por ejemplo, todas las restricciones y controles que se incorporaron luego de los sucesos de septiembre de 2001 en EEUU, que permitieron al menos en ese país hacer un control sobre la población en nombre de la seguridad nacional.

Sin embargo, hay vidas que pareciera que valen más que otras, si se tiene en cuenta la producción y distribución de vacunas como espejo de la división internacional del trabajo en la globalización neoliberal. Aumenta la desigualdad entre los países desarrollados y los atrasados, y al interior de cada nación entre ricos y pobres. Este contexto facilitó el despliegue de la tecnovigilancia en pos de salvar vidas, pero las grandes empresas tecnológicas y farmacéuticas aumentaron sus riquezas, al tiempo que la gran mayoría se ve perjudicada por procesos de desposesión.

Mientras que desde los medios concentrados, los partidos y referentes neoliberales se postula el derecho a las libertades individuales, de hacer “lo que a cada uno se le cante”, hay procesos instituyentes en las subjetividades que quedan por fuera de la agenda política. La polarización mediática entre posturas extremas que son funcionales, no debería anular la posibilidad de plantear estas cuestiones. En última instancia, como sostiene DidierFassin, quién debe vivir y en nombre de qué es una cuestión política. Los mecanismos de control y vigilancia se expanden en las instituciones tradicionales y se trasladan a las calles, todos se vuelven sospechosos. La desconfianza y sospecha hacia el otro es una construcción social. El que queda excluido del sistema es el responsable absoluto de su devenir, porque no lo merece, porque no es un emprendedor exitoso. Frente a esto qué lugar queda para la vida política.

El desencantamiento de la política

¿Es posible reencantar la política? Podemos retomar la pregunta que se hace Fassin en un tiempo en que la gente ya no se reconoce en la forma que se hace política en la actualidad. Las instituciones de la democracia están en crisis hace bastante tiempo para dar respuesta a problemáticas reales urgentes. La concentración del capital y el poder de decisión en pocas manos se profundiza, la desigualdad aumenta más allá de las promesas meritocráticas y el esfuerzo no es recompensado. Las instituciones como el parlamento o la justicia en su contenido actual no están funcionando como contrapeso del poder concentrado. Esto da lugar a la emergencia de peligrosos discursos y movimientos neofascistas. La política real debería poder plantear la cuestión del poder porque hace a los fundamentos de la vida. La política gobierna vidas, se manifiesta en cuerpos y procede de elecciones de índole moral. Lo político es la acción humana colectiva, la toma de decisiones sobre cómo vivir, y aquí se plantea qué es lo que podemos decidir sobre nuestras vidas.

 

Referencias bibliográficas

-Fassin, Didier (2018) Por una repolitización del mundo: Las vidas descartables como desafío del siglo XXI. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Siglo XXI.

-Foucault, Michel (2006) Seguridad, territorio, población: Curso en el College de France: 1977-1978. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

-López, Cristina (2016) "Hacer vivir, dejar morir" en la era de la gubernamentalidad. Acerca de la actualidad y de los alcances del enfoque foucaultiano de la biopolítica. Disponible aquí

-Tejeda González, José Luis (2011) Biopolítica, control y dominación. Disponible aquí.



(*) Magister en Políticas Públicas -FLACSO-
Lic. en Sociología -UBA-

29/07/2016

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