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Con el fin de los Estados de bienestar y del capitalismo fordista de pleno empleo en el que se sustentaba, se dio paso a la financiarización de la economía en el marco de la globalización neoliberal. La lucha por recortar costos, reducir tiempos muertos, controlar a los trabajadores y eliminar competidores es la fuente del cambio tecnológico constante en el capitalismo. Allí se inscriben todas las innovaciones en los procesos productivos que caracterizan a la cuarta revolución industrial o industria 4.0, tal como se denominó en el Foro de Davos de 2016. Ello impacta en la organización social, en los nuevos entornos y tipos de trabajo, en las representaciones, en las solidaridades, y en las relaciones de dominación.
De aquel contexto histórico, en el que las clases sociales lograban una cierta cohesión en torno a objetivos comunes de la mano de la articulación del Estado, se reconfiguró un nuevo régimen de desigualdades múltiples que reemplaza al régimen de desigualdades de clase. Hay que destacar, como señala Thomas Piketty, que la reducción de la desigualdad en el marco de aquel capitalismo de bienestar de posguerra fue una excepción a la regla del capitalismo. Según analiza François Dubet en “La época de las pasiones tristes”, al decaer aquella sociedad industrial se pasa de la perspectiva de la desigualdad en torno a las posiciones sociales, a las desigualdades múltiples. Estas se multiplican y diversifican, y se experimentan como una prueba individual del valor propio. Las micro desigualdades se tornan así más significativas y aumenta la tendencia a evaluarse respecto de quienes están más cerca o próximos de uno mismo.
En el régimen de las clases sociales el sujeto se vinculaba a un destino, a un conjunto de instituciones, representaciones, modos de vida y significaciones comunes, que eran incluso motivo de orgullo para los individuos inmersos en un colectivo mayor, y otorgaban dignidad y capacidad de resistencia frente a las injusticias. En este sentido, dentro del paradigma industrial de las grandes plantas de manufactura con producción en línea fordista donde se juntaban grandes cantidades de trabajadores, se forjaba una identidad. En general las desigualdades se explicaban todas en torno a la posición en la estructura de clases. Por el contrario, en el régimen de las desigualdades múltiples, la experiencia individual está disociada de los grandes relatos que explican las causas, designan adversarios, y dan a su vez perspectiva y contención.
En este marco emerge una economía moral de la indignación con el de al lado o el que está inmediatamente más abajo en la posición social. Se trata de un juego de comparaciones y diferenciación en una multiplicidad de criterios, que se acentúa con los más cercanos y en función de las cuales se sienten más o menos favorecidos. Algunos de esos criterios pueden ser, por ejemplo, el lugar de residencia, el empleo, los ingresos, los bienes que se poseen, el género, la edad y los ingresos. Así se explica el rechazo hacia los pobres, a los que reciben algún tipo de ayuda estatal, a las minorías sexuales y étnicas, a los jóvenes de barrios populares, o a los extranjeros, como formas de liberarse del sentimiento de ser despreciado. Se trata de un resentimiento que también esta motorizado por el miedo al desclasamiento, a perder el rango en las posiciones sociales que ya no se adquieren para siempre. Dicho miedo está fundado en la creencia en la meritocracia como criterio de justicia que es la principal creencia para aceptar las desigualdades como responsabilidad únicamente individual.
Pero a pesar de las promesas de la meritocracia, por más esfuerzo personal que se ponga en juego, no hay en la actualidad mecanismos de recompensa. No hay un horizonte de movilización social ascendente como sí existía la posibilidad en la sociedad industrial con un Estado de bienestar que proporcionaba una cierta planificación económica, consagraba derechos sociales, servicios públicos y transferencias. Los partidos, movimientos y sindicatos articulaban las luchas por el derecho a la salud, la educación, el descanso o las jubilaciones dignas. Con la individualización de las experiencias cada cual es militante de sí mismo, y las tensiones que emergen a veces no encuentran mecanismos de resolución.
La crisis de representación y la canalización del conflicto
La representación política que se constituyó en torno al régimen de clases donde los partidos de izquierda o nacional populares representaban a las clases trabajadoras, y los de derecha a los sectores burgueses, tiende a desaparecer con las transformaciones históricas mencionadas. Los partidos o sindicatos no escapan así a la crisis de las instituciones que afecta su capacidad de representación.
Asistimos a la multiplicación de las perspectivas de los yoes, de los relatos individuales, en los que todos pueden verse identificados, pero parece que cuesta pensar la realidad como colectivo, como sujeto inmerso en un todo mayor. Las frustraciones relativas se viven como injusticias individuales. Cabe plantearse cómo se pueden llegar a procesar políticamente una multiplicidad de individuos que se sienten humillados, despreciados y frustrados. Se producen estallidos espontáneos cotidianamente, sea en el espacio de excelencia de expresión emocional hoy en día, que es el virtual de las redes sociales, o en el encuentro físico en el espacio público.
Puede mencionarse como ejemplo lo que muestra la serie Mr. Robot en la que una pequeña vanguardia poseedora de un alto saber técnico, los denominados hacktivistas, es el sujeto motor contra las injusticias. Mediante su acción, concertada desde el anonimato en la clandestinidad, se desata una situación crítica de caos económico y anomia, en la que la sociedad estalla en una revuelta. Este estallido colectivo se asemeja a una liberación catártica que no es conducida por una organización política. De hecho algo similar puede advertirse en el aclamado film The Joker, donde se agrega la cuestión de las patologías de salud mental, un hecho social de esta época. Una especie de mixtura de frustraciones contenidas que estallan de golpe motorizadas por el acontecimiento, pero dirigidas hacia el vacío, sin ningún objeto. Dubet señala que "ya no hay nada entre el sentimiento de injusticia y las fuerzas políticas y sociales". En este vacío se expresan las iras y la desconfianza hacia la democracia. Se pregunta entonces "¿cómo dar una solución política al régimen de desigualdades múltiples?".
Vivimos en un sistema de dominación cada vez más abstracto, impersonal, desterritorializado y descentralizado, en el que, tanto los movimientos sociales como los gobiernos locales, parecieran no poder oponerse a su lógica global y expansiva. Si no hay contra qué y con quién oponerse y construir una alternativa, pueden proliferar los discursos de odio que encarnan algunos fenómenos políticos que canalizan mejor las frustraciones y el sentir popular, pero no alternativas constructivas por una sociedad mejor. Podría decirse que el feminismo o el ambientalismo representan la gestación de un movimiento progresivo por la conquista de mayor igualdad de derechos, pero cuesta imaginarse que puedan articular detrás de sí la representación contra las distintas formas de opresión. Un panorama en el que la cultura del capital financiero se impone a escala planetaria, un poder incorporado en la propia subjetividad y un sistema de dominación cada vez más difuso, plantean los desafíos de fondo para los proyectos alternativos de Estado y sociedad.
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