Columnistas
12/09/2016

Medios, dispositivos y vida cotidiana

La aldea global en la era audiovisual

La aldea global en la era audiovisual | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Basta ojear los diarios o hacer zapping para advertir que la política y la existencia diaria se cocinan en la misma olla, la de la construcción mediática. Nuevas tecnologías, aparato infocomunicacional y el fin de las relaciones interpersonales.

Sergio Fernández Novoa *

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Estamos rodeados por la parafernalia electrónica y digital. El mundo, hasta hace poco vasto y lleno de misterios, se convirtió en una aldea que se intercomunica en tiempo real. Dentro de un paisaje cultural hegemónico (y por lo tanto cada vez más homogéneo), la espectacularización de la noticia, naturalizando la imagen mediática, nos muestra que la realidad (lo que es y lo que debe ser) no es otra cosa que lo que vemos por televisión y a través de Internet.

Según el escritor británico John Berger, el mundo contemporáneo “es un espacio sin horizonte. No hay continuidad entre las acciones, ni pausas, ni atajos, ni líneas, ni pasado, ni futuro. Vemos sólo el clamor de un presente desigual y fragmentario. Está lleno de sorpresas y sensaciones, pero en lugar alguno aparecen sus consecuencias o sus resultados”.

Nuestra identidad es atravesada por los dispositivos infocomunicacionales, por el avance tecnológico (en continua expansión) y por la concentración en la propiedad de las empresas de la comunicaciónen un planeta dominado por los grandes productores de contenidos audiovisuales. Desde las noticias hasta el cine, desde la música hasta todo tipo de información que circula por la red.

Ahí están Google, Apple, Facebook, FOX, HBO y Netflix disputándose el mercado global. Y la construcción de sentido.

Estamos rodeados por multimedios y dispositivos para alojar ese torrente incansable de contenidos audiovisuales. En un celular tenemos la hora, calculadora, radio, correo electrónico, cámara fotográfica, buscador en Internet, TV, juegos... y hasta teléfono. En una computadora (cada vez más liviana, pequeña, transportable) y hasta en un reloj de muñeca, también.

No todo tiene que ver con la información y el entretenimiento. Ni siquiera lo más importante. Esta misma semana, Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central, anunció que se podrán depositar cheques desde el celular y abrir cuentas digitales. El nuevo paradigma tecnológico impacta sobre todos los aspectos de la vida cotidiana: desde los afectos y la intimidad hasta las finanzas personales y el trabajo.

Mando a distancia

Nunca la comunicación ha sido tan ágil, rápida y fácil. Sin levantarnos de la cama podemos saber lo que sucede en África, hablar por teléfono con un maorí, entrar en una sala de chat o discutir qué DT queremos para nuestro equipo de fútbol. Pero también trabajar, realizar pagos y transferencias (módicas o millonarias) y generar todo tipo de acciones que impactan sobre la economía real.

Audición, visión y habla, junto a la transmisión de datos marchan aunados por la convergencia digital. Sólo faltan el olor y el contacto epidérmico, el tacto. Esta transformación ya no está restringida a los sectores pudientes. Hoy es relativamente más accesible un dispositivo que el pan y el empleo.

Imaginar cómo será el ser humano en un siglo es un ejercicio estimulante, aunque impredecible. Lo que está claro es que sus rasgos (intelectuales, culturales y hasta físicos) poco tendrán en común con los de sus antepasados del siglo XX.

La lógica del lucro

En la sociedad actual describimos que la información y la cultura están inmersas en la lógica del lucro. Todo lo que en ella se produce se convierte en mercancía. La comunicación se adecua a la práctica de un capitalismo basado en la acumulación financiera, donde la economía está cada vez más interconectada de forma electrónica.

América Latina se inserta en este nuevo orden mundial con niveles alarmantes de situaciones monopólicas. El ejemplo más patente, por sus consecuencias en la vida cotidiana, es la centralización del manejo informativo.

En la mayoría de los países de la región, los cuatro grupos infocomunicacionales más grandes controlan, en promedio, el 80% de los mercados. Es así desde hace más de dos décadas. Estos grupos devinieron en conglomerados empresariales con enorme influencia en la política, la economía, la cultura, el deporte y en el derrotero de la comunidad en general.

Sus líneas editoriales se manifiestan a favor de los poderes fácticos que ellos mismos constituyen. Prueba de ello es el protagonismo de O’ Globo en la destitución de Dilma Roussef en Brasil o el de Clarín en el triunfo electoral de Macri primero y en ocultar las consecuencias de sus políticas después.

Lula, ex presidente de Brasil y líder del PT, resumió este nuevo escenario de manera descarnada: “Nunca me preocupé por la crítica, lo que me preocupa son las mentiras, la mala fe y la difamación de los medios más influyentes. Cuando los criticamos, dicen que los estamos atacando; cuando ellos nos atacan, eso es democracia”.

“Pululan verdades a medias y mentiras completas; la constante eliminación de los contextos que rodean las noticias, la especulación y la falta de seriedad para ratificar la veracidad de las noticias. Se le da crédito a Twitter y a cualquier bolazo”, resumió con su estilo llano Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay.

Para que Clarín en Argentina, Cisneros en Venezuela, O’Globo en Brasil, El Mercurio en Chile o Televisa en México pudieran construir tanto poder, tuvo que haber complicidades de los sucesivos gobiernos. Apoyo económico y muchos años de regulaciones permisivas posibilitaron que los medios grandes alcanzaran semejante tamaño y predominio. El Doctor Frankestein ya no domina a su criatura.

Algo habrá que hacer

Con este cuadro es muy difícil desarrollar una política libre que permita profundizar la democracia. Los formadores de opinión, agenda y tematización cuentan con enormes ventajas a la hora de la disputa por el sentido, situación que utilizan en apoyo de sus beneficios, que por lo general van a contramano del interés de las mayorías.

“La derecha, en Bolivia y en América Latina, se atrincheró en algunos medios de comunicación”, advirtió hace un tiempo atrás el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera. Hoy esa misma derecha, en Brasil y Argentina, usó ese trampolín mediático para llegar al gobierno.

“Insisten con esta imagen de periodistas buenos perseguidos por políticos corruptos que abusan del poder. Por un instante imagínese que puede ser lo contrario, periodistas corruptos que abusan del poder persiguiendo a políticos honestos", advirtió el presidente ecuatoriano Rafael Correa, otro demonizado por los medios concentrados.

Intentos como la ley de Responsabilidad Social para la Radio y la Televisión venezolana y la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual argentina, fueron signos positivos de un nuevo camino. Pero no alcanzó. Se entendieron como el final de la película cuando apenas era el comienzo. No logró modificar el cuadro de hegemonía mediática.

Hoy, con el neoliberalismo y los sectores más corruptos de la política en la conducción de los mayores países de la región la tarea resultará más difícil.

Palabras más, palabras menos

Resolver estas cuestiones implica preguntarnos por la matriz que la genera ¿Estamos dispuestos a sacrificar la intercomunicación personal? ¿Debemos resignarnos a la progresiva desaparición de la comunicación cara a cara? ¿Queremos comunidades deshumanizadas que sacrifiquen la interacción y el afecto en el altar de los dispositivos audiovisuales?

Rehenes de las nuevas tecnologías, sin todos esos aparatos tenemos dificultad para dialogar con el prójimo. 

Nuestros abuelos ponían las sillas en la vereda, e incluso en la calle, donde permanecían horas hablando, jugando a las cartas con sus vecinos, tomando mate. Hoy la ansiedad dificulta el diálogo, ya que preferimos la comunicación virtual sobre la corporal.

El cuerpo se transforma en territorio del silencio. Son los “adornos” los que “hablan”: la apariencia según los patrones de la cultura televisiva, el perfil de Facebook, el fin de la intimidad, la necesidad de ser una pequeña celebridad en las redes sociales.

Es aquí donde obtuvo ventaja, a esta altura decisiva, el complejo tecno-comunicacional. Para ellos, que persiguen el lucro y su maximización permanente, tanto la deshumanización que acompaña la omnipresencia de los dispositivos como el aislamiento y el control de la información, vienen como anillo al dedo. 



(*) Periodista. Ex Vicepresidente de Télam y ex presidente del Consejo Mundial de Agencias de Noticias y de la Unión Latinoamericana de Agencias de Noticias.
29/07/2016

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