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“Una epidemia es un fenómeno social que tiene algunos aspectos médicos”
Rudolf Virchow
Hay que distinguir claramente entre lo que es la pandemia como enfermedad de lo que son las respuestas sociales y políticas para procesarla. Uno de los principales clivajes que generaron las respuestas políticas a este fenómeno tiene que ver con el dilema entre la vida o la libertad, esta última asociada a las libertades individuales.
En un principio, cuando se desató la pandemia, que obligó a paralizar la economía mundial y los Estados nacionales establecieron diversos grados de aislamiento y distanciamiento social, se llegó a imaginar la posibilidad de una especie de reseteo de la humanidad que desplegó imaginarios sobre una futura normalidad pospandémica de una sociedad más justa con cuidado del medio ambiente. Pero hoy, a medio año de transcurridas estas medidas, el futuro no parece tan promisorio.
Comportamientos y representaciones en una sociedad fragmentada
La emergencia de movimientos y movilizaciones anticuarentena en las principales ciudades del mundo occidental en reclamo de libertades individuales indica que el sentido comunitario está debilitado. Se trata de un debilitamiento del lazo social que es previo a la pandemia y que reconoce su génesis en la profundización de la lógica del capital financiero. La cultura del capital financiero implica a nivel societal un darwinismo con ganadores y perdedores que son excluidos. La llegada del coronavirus se da en dicho marco, caracterizado por sociedades fragmentadas, en algunos casos de carácter dual con un sector formal incluido y otro excluido de los beneficios, consumos y derechos de la globalización neoliberal. Las consecuencias son aún más graves entonces en las economías primarizadas subdesarrolladas.
Si al comienzo de la gestión de la pandemia resultó eficaz la cuarentena estricta para asignar recursos y equipamiento sanitario, en este panorama de apertura progresiva no parece muy efectivo apelar a la responsabilidad individual ya que se torna un mensaje difuso, sobre todo teniendo en cuenta un contexto como el que se describe y en el que las necesidades básicas insatisfechas obligan a salir. Además no pueden subestimarse los procesos de negación que hacen naturalizar la cifra de muertos y contagios diarios como si fueran un indicador económico.
La crisis puso de manifiesto la importancia de la fuerza de trabajo como motor de la economía, el rol orientador y asignador de recursos del Estado en el procesamiento de la enfermedad, un sistema de salud público fuerte y un sistema científico nacional. Sin embargo las exigencias de las ganancias en este sistema económico ponen en riesgo a los trabajadores a la vez que no hay reconocimiento salariales acordes. Mientras el personal sanitario está exhausto como lo mencionan recientemente varios comunicados de instituciones médicas, los discursos negacionistas hacen cuerpo, se proyectan chivos expiatorios, se despliegan teorías conspirativas y la evidencia científica parece no importar.
La libertad entendida como posibilidad de elección implica que el actor debe ser consciente de las posibilidades alternativas. Como señala Marshall Berman (2003) desde el punto de vista de la lógica del capital “cada minuto parado es un minuto perdido; no se les ocurre que haya otros puntos de vista posibles (…) es simplemente natural que cuando un capitalista mira a un trabajador solo vea una cosa” (p.38).
Queda a la vista que la pandemia llega sobre una sociedad previamente fragmentada, de competencia feroz que socava los vínculos de solidaridad necesarios para que la comunidad pueda afrontar y superar la emergencia. Un mundo de entornos cada vez más competitivos y la exigencia de que cada uno sea empresario de sí mismo, fomentan el individualismo, la lucha de todos contra todos. Cabe preguntarse si eso incluso no va en contra del ser social mismo, ya que el individuo aislado, libre e independiente no existe más que en el personaje de Robinson Crusoe. Como una paradoja, a la par del despliegue de las libertades individuales se da una mayor interdependencia producto de la profundización de la división del trabajo. Pero en el marco del darwinismo social y la ideología dominante se ve al otro como un obstáculo o un medio para mis fines. La ficción de liberarse de los otros como un ideal de soledad. Este empresario de sí mismo, utiliza además su libertad de manera paradójica, como dice Byung-Chul Han, para autoesclavizarse en pos del rendimiento, de la mayor eficiencia posible. Hasta qué punto en la sociedad consumista actual invadida de estímulos y exigencias, el sujeto realmente puede actuar según sus deseos y necesidades, o por el contrario, es una carrera constante por adecuarse a aquellas exigencias.
Los vínculos y las libertades en un estado de anomia
Señala Emilio Durkheim que las sociedades actuales se caracterizan por el estado de anomia, básicamente la ausencia de normas, de un poder moral superior, encarnado en la sociedad o instituciones de ella, que sea capaz de fijar límites a los deseos exaltados que el progreso económico desregulado genera. En las sociedades asiáticas, como la china en particular, el Estado desarrolló una ingeniería social al que comparan con algunos aspectos de la serie de ciencia ficción Black Mirror, o incluso tildado de “pesadilla orwelliana”. Se trata del sistema de crédito social, técnicas de vigilancia que premian y/o castigan las conductas de las personas en pos de generar “ciudadanos confiables”. Se vale del desarrollo tecnológico que permite el control de cada individuo, lo que resultó eficaz para contener la pandemia y la vez potenciar dicho sistema. Es difícil pensar en un sistema así en sociedades como la nuestra donde en nombre de la libertad individual se pone en peligro a la comunidad, pero al mismo tiempo dicho orden pone en juego la calidad democrática. Esto último también puede plantearse respecto a los datos privados que manejan las grandes corporaciones tecnológicas que son capaces de influir en los comportamientos y decisiones políticas.
No es claro hacia dónde se dirigen los cambios, las crisis se supone que son de carácter excepcional, o más bien cabe preguntarse si esos cambios posibilitados por la crisis del coronavirus van hacia un permanente estado de transición en una especie de situación experimental. No es una novedad tampoco que “todo lo sólido se desvanece en el aire” como característica de la modernidad capitalista, pero sí puede establecerse una aceleración de tendencias y procesos que se acumulan en un cambio cualitativo. Una contemporaneidad definida por la incertidumbre, el caos, la instantaneidad, lo efímero y volátil. Se acelera la presencia de lo virtual como mediación de los vínculos y de la experiencia, con burbujas controladas y aisladas en las redes sociales, y se reconfigura lo real. Todorov plantea que “si se pudiera educar a un ser humano en el aislamiento, éste ni podría juzgar nada, ni siquiera a él mismo: le faltaría un espejo para verse” (p. 39). Esta situación inédita del aislamiento y el distanciamiento no implica estar sin los otros, sino estar de otra manera, y ello dejará consecuencias.
Si algo caracteriza a los procesos económico sociales es el dinamismo, el movimiento, el conflicto, que determinan la contingencia del devenir histórico. Para finalizar, hay que decir que los comportamientos están definidos por las representaciones sociales, las cuales están construidas sobre la legitimidad del discurso de las instituciones, en un contexto donde se ponen en cuestión.
Lecturas de referencia:
Avaro, Dante, Berchi, Mauro, Stropparo, Pablo (2020) Entre barbijos. Reflexiones acerca de la libertad en la pandemia. Fundación Apolo.
Byung Chul Han (2015) Psicopolitica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Herder
Berman, Marshall (2003) Aventuras marxistas. Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires.
Durkheim, Emile (2004) La división del trabajo social. Buenos Aires, Ediciones Libertador.
Daniel Feierstein: tiempoar.com.ar / elcohetealaluna.com
Paula Canelo: eldestapeweb.com
Todorov, Tzvetan (2008) La vida en común. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, Buenos Aires.
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