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Columnistas
13/08/2020

75 años de la era nuclear y el turbocapitalismo

75 años de la era nuclear y el turbocapitalismo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
(Imagen: gentileza).

Tras las bombas de agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaky, los éxitos científicos pacíficos dejaron de lado desventajas dramáticas para especies no humanas y para el equilibrio del planeta. Las incertidumbres fabricadas, incluido el covid19, son parte de una era que fue de la mano de un capitalismo desbocado.

Gabriel Rafart *

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Los días 6 y 9 de agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaky estallaron las únicas bombas utilizadas hasta la actualidad en conflictos bélicos. Estos dos novedosos dispositivos explosivos provocaron cerca del 10 % del total de bajas civiles que tuvo Japón con los masivos y devastadores bombardeos llevadas a cabo por la aviación norteamericana. Solo podemos imaginar una parte de ese potencial destructivo con las imágenes de la onda expansiva de la explosión ocurrida recientemente en el puerto de Beirut. 

El 15 de agosto se produjo el final de la segunda guerra mundial con la rendición incondicional de Japón. Aquellos episodios no solo tuvieron la pretensión del cierre de una época, también del nacimiento de una nueva era que debió cargar sobre sus espaldas enormes crueldades. Ciertamente 1914-1945 fueron años de guerras totales, genocidios y destrucción de gran parte del patrimonio cultural y urbano de la civilización, también de una porción considerable de nuestra naturaleza viva. Los eventos nucleares parecían coronar el final de ese tiempo, aunque en los hechos entramos en una era de barbarie diferente, aquella que se sostiene en la nueva ilusión de que con ciertos avances tecno-científicos es posible que el planeta definitivamente se rinda ante la especie humana.

Después de que la Unión Soviética construyó su primera bomba en 1949, la destrucción mutua asegurada entre las emergentes potencias mundiales marcó el horizonte de casi medio siglo con la guerra fría. A la década siguiente de los estallidos de agosto de 1945 una nueva generación de armas nucleares con la primera bomba de hidrógeno agregó algo más que un capítulo terror. Hoy, diez estados de desigual poder cuentan con estos dispositivos. Igual que 450 reactores para la generación de energía repartidos en el mundo, además de otros 60 en construcción. Hasta la fecha una decena de esos reactores han tenido problemas de distinta magnitud que afectaron las vidas de miles de humanos y enormes porciones de nuestra diversidad. Los más recordados son Chernobyl y Fukushima.  

El tiempo actual de incertidumbres fabricadas es parte de nuestra era nuclear. Cuenta la herencia de la modernización e industrialización que hizo posible la presente sociedad del riesgo global. La actual pandemia del covid19 es un capítulo más de todo ello, en este caso afectando a la condición humana. Pero esa condición humana que desde hace setenta y cinco años nos habla de los éxitos científicos pacíficos de la era nuclear, dejó de lado las dramáticas desventajas que trajo para las otras especies no humanas y el equilibrio del mismo planeta. Una era nuclear que fue de la mano de capitalismo desbocado, que algunos autores han llamado turbocapitalismo, por su velocidad.  

Hoy el turbocapitalismo ha interrumpido su velocidad. La circulación de bienes y personas, aunque no tanto de los capitales financieros, está en su ritmo más bajo de toda su reciente historia. Ello se debe a las en general responsables medidas protectoras que han aplicado los estados frente a la expansión de la pandemia. Su contracara está en quienes insisten a rajatabla en volver a la “normalidad” prepandemia que solo propone restablecer aquella fórmula que la era nuclear aceleró para beneficios de unos pocos y destrucción de muchos, pero por sobre todo del planeta del que vivimos.

Cuando hacemos un inventario de esa era resulta muy difícil estar en el bando de los optimistas: dramáticos cambios climáticos, reducción de la capa de ozono, escasez y contaminación de los reservorios de agua dulce, pérdida de calidad del aire que respiramos, avances de la deforestación y consecuente desertificación, acumulación de basuras y sustancias tóxicas, degradación del espacio habitable. Todo ello sin mencionar la destrucción de nuestra biodiversidad con la dramática disminución de los hábitats para las especies animales y vegetales que son el capital vivo de nuestro planeta.

Sin duda la era nuclear incrementó el potencial de un nuevo antropocentrismo, ese que nos habla de humanos únicos y superiores al resto de la naturaleza, que nos adjudica una misión predatoria sobre las otras especies y la tierra que nos da la vida.

La era nuclear, el posicionamiento de la humanidad y el turbocapitalismo deben ser contenidos por la salud de todos y del planeta. Para los argentinos, de tanto en tanto deberíamos regresar a nuestra Constitución y a su artículo 41 que nos dice que “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo”.



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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