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Si se parte del supuesto de que los individuos que comparten posiciones similares en la estructura social tienen intereses en común, la denominada grieta entre los argentinos podría definirse como un reflejo deformado a nivel del conflicto político de las desigualdades económico sociales. Es deformado porque no es una representación lineal de dichas desigualdades, con lo cual se tiende a crear antagonismos que benefician a unos pocos. Se trata de una construcción para influir en beneficio de determinados intereses.
Hasta qué punto la denominada grieta atraviesa a los argentinos o tan solo es un fenómeno de minorías activas, puede observarse tanto en los resultados electorales como en las manifestaciones públicas. La polarización política se expresa entonces en los resultados de las últimas elecciones, en la radicalización de los posicionamientos de algunos actores y en las manifestaciones públicas.
Históricamente la irrupción del primer peronismo y luego del kirchnerismo significó el intento de conformar una voluntad nacional aglutinando una mayoría en pos de consolidar un país integrado. Como hecho político que aspiró al desarrollo nacional, poniendo en cuestión el lugar asignado de subordinación económica en la división internacional del trabajo, le valió como contraparte una estrategia opositora desde afuera y desde adentro en términos de desestabilización, desinformación y división. En ese marco la grieta se constituye como estrategia política de división de las mayorías y funciona como un obstáculo para la concreción del interés general.
La cuestión del status
Decía Arturo Jauretche que “a través de la Unión Democrática, la gente del ‘medio pelo’ ha tenido por un tiempo la ilusión del mismo status con la clase alta”. El antiperonismo se transforma así en la gran pauta simbólica y de comportamiento que unifica al grupo. Es por ello que, como señala el autor en el libro El medio pelo en la sociedad argentina, “Perón o Peronismo no son más que nombres ocasionales, pretextos; el antiperonismo es tan hecho social como el peronismo: mientras aquél es el nombre que tiene la integración de toda la sociedad argentina en una nueva configuración, éste expresa la resistencia a la misma”. En un sentido similar, Alejandro Grimson expresa su tesis en ¿Qué es el peronismo?: “no existe el peronismo tal como lo conocemos sin el antiperonismo. El peronismo-antiperonismo es una configuración relacional, un modo de división, un lenguaje y una forma de conflicto. El antiperonismo estuvo presente en el nacimiento del peronismo y viceversa. Ni uno ni otro deben leerse en términos de izquierda-derecha”.
Estas citas tienen el valor de mostrar la genealogía de la denominada grieta y sus fundamentos. En la configuración de la sociedad argentina el racismo y el clasismo son parte de las identidades políticas. La cuestión de pertenecer a un estrato social superior o el desclasamiento son dos caras de la misma moneda. Sobre esa base se construye tal como sucedió en años recientes con la mayoría que le permitió a Cambiemos llegar al gobierno. Escenario que sigue operando como estrategia para impedir construir una mayoría al gobierno actual en función de implementar medidas para el desarrollo del país y del interés general. Lo aspiracional es enmascarado en el discurso de la meritocracia que pone el eje en el individuo, en el esfuerzo o capacidad personal. Se coloca en el lugar del individuo hechos sociales, efectos de las estructuras. No se trata de desmerecer las trayectorias individuales sino de contextualizarlas.
En ese sentido, podemos tomar como ejemplo lo sucedido con el proyecto oficial de expropiación de la empresa Vicentin. Más allá del debate técnico jurídico acerca de la medida, es evidente el manejo de la agenda por parte de los medios concentrados de comunicación tendiente a poner el intereses particular de un grupo empresario como el interés general en nombre de la propiedad privada. Tras asociar la libertad individual con la propiedad privada, y a ésta de manera indistinta con la posesión de cualquier bien individual, la tarea de desvirtuar la intervención del Estado en un sentido estratégico para dirigir un proceso de desarrollo queda hecha. Lo mismo sucedió en años anteriores con la discusión en torno a los derechos de exportación sobre la soja, la expropiación de YPF y la disputa con los fondos buitres.
En esta misma senda parece encontrarse la iniciativa por el impuesto extraordinario por única vez a las grandes fortunas personales. La grieta encuentra así su efectividad plena como estrategia política del poder económico al impedir conformar mayorías para llevar adelante políticas progresivas.
La agenda de la antipolítica
Se establecen los límites de lo que se puede o no discutir: la práctica sistemática de los sectores dominantes de nuestro país que extraen riqueza de los recursos humanos y naturales argentinos, y que luego fugan a paraísos fiscales del exterior sin generar un circulo virtuoso de reinversión de utilidades, nunca se pone en discusión. Sí se pone en discusión, por el contrario, la pesada carga impositiva del Estado pero no en un sentido progresivo, o la conducta individual de algún político, sindicalista o dirigente social. Al mismo tiempo los temas instalados vinculados a corrupción, hechos de espionaje, “rosca política”, “costo político”, como así también debates individuales con y entre periodistas, parecen estar alejados de los problemas de la vida cotidiana de la mayoría.
Dicha agenda prepara el terrero para el surgimiento de la antipolítica, un hecho claramente político. Si la democracia empieza a percibirse tan solo como un procedimiento formal materializado en un conjunto de instituciones sin impactos positivos en la calidad de vida, comienza a desvalorizarse. No está por fuera de este hecho un fenómeno que no es propio de la Argentina, que es la descreencia o desconfianza en el discurso de las instituciones, incluso las científicas. Fenómeno que en estos tiempos se está profundizando con la situación generalizada de incertidumbre producto de la pandemia y la crisis económica. Con el quiebre de los lazos sociales que trae ello asociado, el lugar de la verdad y la legitimidad lo empiezan a disputar otros actores e instituciones. Emergen así políticos “outsiders”, el terraplanismo económico, los “antivacunas”, el evangelismo, como así también explicaciones conspirativas de la más diversa índole que ocupan un lugar protagónico en el discurso.
Parece no importar que los hechos desmientan ciertas creencias o teorías. Todo se transforma en una disputa de interpretaciones entre actores con distinto poder. Sería peligroso que estas expresiones comiencen a canalizarse políticamente y puedan derivar en fenómenos autoritarios. La profundización del debate en torno a los temas que propone la grieta es una encerrona en ese sentido, que puede derivar en ampliar el fenómeno de la antipolítica o el “son todos lo mismo”. De esa manera se beneficia el poder real sin ver afectados sus intereses.
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