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Los actos presidenciales siempre nos hablan de rutinas y liturgias del poder estatal, además de informarnos mucho de quién ocupa la presidencia del país.
Alberto Fernández pasará a la historia como uno de los pocos presidentes que no pudo asistir a su primer del día de la Bandera en la ciudad de Rosario. Ocurrió este año, en el que se conmemora el bicentenario de la muerte de Manuel Belgrano. Es cierto que Fernández tampoco estuvo en uno de los balcones de la Casa Rosada para dirigirse el reciente 25 de Mayo a una plaza llena, o trasladarse al otro lado de la Plaza de Mayo hacia el Cabildo. En esta última fecha hizo un acto “confinado”, en uno de los salones de entrada a la Casa Rosada, con hombres y mujeres trabajadores representativos de servicios esenciales. Antes, el 2 de abril de este año, en la fecha de reivindicación de los derechos sobre Malvinas y en homenaje a los combatientes de la guerra de 1982, publicó un video en la red. Nada de presencialidad de masas para los actos conmemorativos.
El del reciente sábado 20 de junio se realizó en la residencia de Olivos. Se recurrió a las pantallas con conexiones virtuales para un selecto grupo de alumnos de cuarto grado que realizó la clásica jura a la bandera, y lo mismo hicieron integrantes de las fuerzas armadas. Hubo un discurso presidencial en el que además de recordar el lugar de Belgrano en la lucha por la independencia, Fernández dedicó una de sus líneas a lo que parecía estar a tono con lo que ocurriría horas más tarde con el banderazo convocado a favor del mundo de los negocios y la propiedad privada. El presidente afirmó que el creador de la bandera “murió con solo 50 años hundido en la pobreza y, si uno mirara hoy en día los conceptos de éxito, Belgrano no fue exitoso porque en el presente eso significa tener fortunas, pero la historia no hace exitosos a esos hombres, sino a los que como Belgrano dedicaron una vida en pos de la libertad de su pueblo".
Transcurrió algo más de medio año de la presidencia de Alberto Fernández con estos primeros actos. Todos muy lejos de la liturgia y movilización popular de base peronista. Estuvieron enmarcados en la etapa excepcional que brinda las acciones sanitarias contra la pandemia universal. Aún con ello es posible establecer cierta comparación con los primeros actos de la presidencia de hace cuatro años, cuando transcurría el primer semestre de Mauricio Macri como presidente.
La primera medida de la presidencia macrista fue despojar del sol amarillo al escudo del primer bicentenario de Mayo. Siguieron otros actos de actualización de cierto conservadurismo sin historia. Todos fueron reflejos de ignorancia presidencial hacia la historia. También de cierta nota infantil. Solo habría que recordar el acto del 20 de junio de 1016 en Rosario, que reforzó la nota infantil del macrismo al exigir a cientos de niños de escuela de primaria transformarse en el coro de un “¡Sí, se puede!”. Un llamado que suponía la verdadera utopía macrista. Ese llamado era parte de la economía de vocabulario que caracterizaba la voz de aquel presidente de hace exactamente cuatro años, y continuaba las consignas de campaña en una promesa por el cambio y pobreza cero. Más adelante, en otros actos Macri insistía en el legado europeo de los argentinos, siempre recurriendo a lugares del sentido común desinformado y negacionista, lugar también común de las elites blancas del continente. No hay que pasar por alto su voz frente al rey de España.
Recuérdese, además, que en ese 20 de junio de 2016 hubo un cerrado esquema que impidió la circulación de los asistentes hacia y dentro del espacio público de la plaza donde se levanta el monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario. Y aquellas personas que quisieron superar los cercamientos enfrentaron un férreo cerco policial. El macrismo recién llegado buscaba hacer del espacio simbólico público un lugar para lo privado presidencial.
Sin duda hay algo común a estos dos mundos presidenciales: ambos suponen pensar en la ilusión de la unanimidad, de un consenso que ya estaría dado. Aunque el punto de partida no resulta el mismo, porque los peronistas en el poder entienden que hay un conflicto entre los que muchos tienen y los que poco poseen. En cambio, en la experiencia del PRO gobernante hubo un enmascaramiento de la conflictividad con los discursos de la voluntad.
Los actos presidenciales resultan un ensayo para que la sociedad mire su pasado y proyecte algo de futuro. La voz del presidente ocupa un lugar central. Desde ya importa que las audiencias a las que le habla estén movilizadas en las plazas o en sus “domicilios”, confinadas o en las “redes”. Mientras el macrismo que recién se acomodaba en la presidencia no sabía ni tenía intenciones de movilizar, vallando la figura presidencial, recurría a un escaso vocabulario sin historia. Incluía ello una Plaza de Mayo también vallada, apenas un monumento, lugar para el turista, ámbito de paseo y no de permanencia, como era antes de 1945. En cambio, la presidencia de Fernández ofreció una clara señal de que las plazas deben estar para su ocupación. A su llegada, hace siete meses, lo primero que solicitó fue el retiro de los cercamientos de la histórica plaza. Lo que siguió es un vocabulario con historia.
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