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Columnistas
17/06/2020

Lincoln y el doble rostro de la democracia norteamericana

Lincoln y el doble rostro de la democracia norteamericana  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Al igual que tantos hombres políticos de su época, el expresidente de EE.UU. vivía en una tierra nueva dispuesta a inventar una Nación. Era un país que producía fanatismo, en un tiempo histórico en el que podían convivir los auténticos demócratas de la igualdad con los nacionalistas y militaristas. Un país no muy distinto al de hoy.

Gabriel Rafart *

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Hay demasiadas leyendas sobre el legado político de Abraham Lincoln. Todas lo llevan a un panteón heroico, el de los grandes hombres que han dado la vida por la democracia y la igualdad. Se considera que sus ideas y logros, están en el ejercicio de una presidencia extraordinaria para un país desgarrado por una cruel guerra civil y en lucha contra una institución inmoral. De allí que la figura de Lincoln se realza por haber impulsado la Enmienda XIII, un dispositivo constitucional que resultó el mayor acto de reparación ofrecido por la “democracia americana” frente a tantos castigos físicos y morales con que se destruyeron durante dos siglos la vida y las espaldas de millones de esclavos negros. 

Asimismo, cierta mitología política dice que Lincoln habría reconocido necesario y justo el intercambio entre esa Enmienda constitucional y las vidas de medio millón de hombres que fueron arrasadas en los campos de batalla de la guerra civil entre el norte y el sur. Esta idea forma parte de uno de los diálogos mejor logrado de los minutos finales de “Lincoln”, película dirigida por Steven Spielberg que cuenta con la gran actuación de Daniel Day Lewis personificando a Lincoln. También, en ese film aparece un enorme líder político preocupado por restablecer la unidad de una nación desgarrada. Spielberg retrata a un Lincoln tan humano, como patriota, demócrata y antiesclavista. 

¿Lincoln siempre fue el demócrata que se afirma? ¿Igual convicción a favor de la igualdad de toda la humanidad? Sin duda hay un Lincoln que habla a favor de la igualdad universal: “Descartemos todos los equívocos sobre que este hombre y el otro hombre, esta raza y la otra raza son inferiores y por lo tanto deben colocarse en una posición inferior”. Para luego decirnos que debemos “ponernos de pie y declarar que todos los hombres fueron creados iguales”. Estas son algunas de las líneas de su discurso del 10 de julio de 1858 pronunciado en Chicago, cuando aún no ha llegado a la presidencia del país. 

Confrontemos a este Lincoln con el de dos meses más tarde, al hablar en Charleston: “Afirmo que no estoy y nunca he estado a favor de provocar en alguna forma la igualdad social y política de la raza blanca y la raza negra”. Remata esta posición diciendo que “yo como cualquier otro hombre estoy a favor de que la posición superior le sea asignada a la raza blanca”. ¿Cuál de los dos es el Lincoln auténtico? Sin dudas, los dos, ya que es la voz de un político profesional que busca votos. Esos discursos tan antagónicos pueden estar justificado por quien se propone alcanzar la presidencia de un país, donde una de sus partes acepta la “peculiar institución” de la esclavitud, mientras la otra estaba ganada por la negrofobia. Lincoln inaugura la voz del político de una democracia electoral, lejos de la democracia de la igualdad.  

El Lincoln de la historia es presentado tantas veces como el hombre de una nación rota, que a pesar de todo contaría con suficientes reservas morales. Esas mismas fuentes habrían inspirado a Thomas Jefferson, quien también es expuesto por la tradición política norteamericana como un demócrata cabal, siendo un hombre de la aristocracia sureña propietario de esclavos. 

No hay duda que Lincoln, igual que tantos hombres políticos de su época, vivía en una tierra nueva dispuesta a inventar una nación. A la par, el país de Jefferson y Lincoln producía fanatismo. Hablamos de una historia temprana donde podían convivir los auténticos demócratas de la igualdad con los nacionalistas y militaristas, de la misma manera que los milenaristas religiosos con los supremacistas blancos. Un país no muy distinto al de hoy. 

Aquella norteamérica produjo un Lincoln que fue tanto víctima como inflamador de radicalizaciones. Todo dentro del molde de un político profesional que prometía ser moderado, ya que se sabía sirviendo a ese primer Partido Republicano que cobijaba tanto a los demócratas reformistas, que se proponían representar al hombre librado a su talento, como a los conservadores reaccionarios de las aristocracias del dinero y patrocinantes de una nueva esclavitud asalariada. Aquel Lincoln tuvo que lidiar con todo ellos.  Y esa sería la auténtica alma del americano promedio. Había mucho de ese modelo la biografía de Lincoln quien encarnaba a un hombre hecho por el mismo, como cualquier norteamericano que salía de la pobreza y se elevaba socialmente. Por supuesto que Lincoln no resultó el primer político norteamericano de su tiempo que tuvo origen humilde. Tampoco quien supo explotar esta situación para beneficio de su carrera política profesional. 

Queda el Lincoln de la tragedia frente a una nación de una libertad que cabalgo entre la desunión del país y el sometimiento a una de sus partes a la esclavitud. Ciertamente, como señaló el autor de “La Tradición Política norteamericana” Richard Hofstadter Lincoln, representaba los mitos del “drama en que un gran hombre lleva en hombros el tormento y las cargas morales de un pueblo pecador y desatinado, sufre por él y lo redime en santas virtudes”. El asesinato de Lincoln es una entrega a ese pueblo pecador. En ese trágico final está la historia de una élite que nunca supo lidiar cabalmente por una democracia de iguales. Y es sabido que los Estados Unidos de hoy siguen perdiendo muchas de sus batallas por la igualdad. Igual que con la democracia. 



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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