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Columnistas
09/04/2020

Los virus no hacen revoluciones

Los virus no hacen revoluciones  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El mundo post-pandemia ¿no será el mismo? Por ahora China vende una receta autoritaria de control de la enfermedad; EE.UU. se convence de que su aparato económico, militar y cultural seguirá reinando; y Europa hace de bombero y espera asistencia. El resto es observador del tablero global y Sudamérica tiene una ventaja.

Agustín Mozzoni *

Los virus no hacen revoluciones. La perversidad y la voracidad del capitalismo aparentemente asediado por un microorganismo de 120 nanómetros, no pueden permitirnos el lujo de obnubilarnos ante los autoritarismos y las falsas recetas. 

El mundo entero se encuentra atravesado por el fantasma de un virus, y muchas son las teorías que se instalan a partir de su irrupción en el “ordenado desorden” de la aldea global. 

Diferentes teóricos comparan la actual situación con las guerras mundiales y con el 11-S, algunos otros con la “gripe española” y algunos más conspiradores piensan en “guerras biológicas”.

Quizá todo ello, o quizás parte de cada una de las hipótesis pueda acercarse a la verdad, pero lo más interesante radica en estudiar qué mundo nos dejará la pandemia, que herramientas dejará a los Estados, qué clase de Estados, qué clase de sociedades y qué cambios podremos observar.

El mundo post-coronavirus ¿no será el mismo?

Europa tiene un gran problema en la post-pandemia. Al igual que sucedió con la crisis del Lehman Brothers hace más de una década, los países europeos quedarán con las secuelas de problemas que surgen fuera de su continente por mucho más tiempo que los demás.

La crisis de las hipotecas que comenzó en los Estados Unidos en 2008, arrastró a Europa hacia consecuencias sociales y económicas mucho peores de las que padeció Nueva York. Y en sintonía, el Coronavirus surgido en la ciudad de Wuhan lleva a gran parte de Europa hacia consecuencias políticas, sociales y económicas más profundas que el resto.

China promociona su película, publica cifras de superación, imágenes de normalidad, muestra sus ciudades digitales y sus tiempos record de construcción, y presume de su presunta capacidad de respuesta y de control social. En Europa, muy por el contrario, los medios difunden que los hospitales “seleccionan” a quiénes les dejan el respirador y a quiénes se lo sacan. De un lado el “éxito”, y del otro, el “fracaso”.   

En ese orden, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han afirma en una columna publicada en el diario El País de España que “Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa”.

En su tesis sostiene que parte del éxito se encuentra en que los “Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes”. También apuesta a que la solución se encuentra en la fuertemente instalada vigilancia digital.

Se vende la ausencia de libertades y los regímenes autoritarios y dictatoriales como receta exitosa para la sociedad. Un Leviatán extremadamente poderoso, celoso y controlador, es la garantía de la supervivencia.  

Occidente se está volcando a tomar decisiones autoritarias que refuerzan su poder de policía para exigir el cumplimiento de las decisiones adoptadas, y la dirigencia está presumiendo de su buena intencionalidad, supuestamente porque en Occidente las personas son más renuentes y menos obedientes.

El repliegue del capitalismo, convidado por el permiso social al autoritarismo, parece levantarse bajo la idea de que, en situaciones especiales, la ligera interrupción de algunas libertades puede ser la solución a los problemas. 

Thomas Malthus sostenía en su “Ensayo sobre los principios de la población” que su preocupación surgía “en relación al avance de la humanidad hacia la felicidad”. En ese sentido, planteaba que si el crecimiento de la población no era proporcional con el crecimiento de los medios de subsistencia, la humanidad encontraría más de un problema. 

Las tesis de Malthus no tienen validez en la actualidad, ni la han tenido nunca, pero pocas veces ha quedado tan en evidencia la lucha por los medios de subsistencia, ante un virus que no distingue naciones, colores ni sexos. 

Cada nación se las arregla con sus recursos, pero los recursos son insuficientes para cada nación. China vende con relativo éxito su autoritarismo y el avance de su medicina; los líderes de Estados Unidos no abandonan su comodidad y pretenden sostener que su arrogancia continuará reinando gracias a su robusto aparato económico, cultural y militar; y Europa continuará haciendo de bombero de los problemas ajenos en su propio territorio, a la espera de asistencia. 

Entretanto, el resto del mundo continuará como observador del tablero global, sin energía, sin fuerza y sin posibilidades para salir a perturbar a los que mandan. El resto está preocupado en administrar de la mejor forma los recursos que dispone. En eso, el gobierno argentino está a la vanguardia.  

Las reacciones nacionalistas para contener el virus no pueden sostenerse en el tiempo mientras la interdependencia compleja sobre la que se mueve el sistema internacional continúe manteniendo el statu quo global. 

Sudamérica tiene una ventaja, y esa ventaja es el aislamiento histórico por el hecho de formar parte de la periferia mundial. Eso que supuso ser a lo largo de la historia una buena explicación a “nuestro fracaso”, se convierte hoy, al igual que en la Segunda Guerra Mundial, en la mejor de nuestras virtudes, y de donde se deberán obtener los máximos beneficios.  



(*) Lic. Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales
29/07/2016

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