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Entre los múltiples fenómenos antes desconocidos que generó en el mundo la pandemia del coronavirus, uno de ellos es el de sectores de ciertas sociedades que niegan los peligros de la enfermedad, aún ante la evidencia de una mortandad sin precedentes en gran cantidad de países. Las evidencias públicas más explícitas de tal comportamiento tienen lugar en Estados Unidos y en Brasil, gobernados por sendos presidentes negacionistas.
El primero de esos países, principal hiperpotencia mundial, se convirtió desde hace dos semanas en el que tiene mayor cantidad de contagios y de muertos en todo el planeta. El segundo, el país más grande y poblado de Sudamérica es asimismo el más afectado.
Los grupos negacionistas en Estados Unidos expresan su apoyo a las posiciones del presidente Donald Trump, contrario al confinamiento de la población como forma de evitar la propagación. Idéntica es la situación en Brasil, donde el mandatario Jair Bolsonaro se opone a la cuarentena general y solo la admite para “grupos de riesgo”. Los seguidores de ambos se expresan fuertemente en las redes sociales y también en marchas callejeras.
En territorio estadounidense el fenómeno dio lugar recientemente a protestas en estados como Michigan, Virgina, Carolina del Sur, Kentucky y Ohio, en contra de los gobiernos locales que dispusieron el aislamiento social. En varios casos, algunos de los manifestantes eran extremistas que portaban armas automáticas y chalecos antibalas.
Contra gobernadores norteamericanos
El pasado jueves 16, alrededor de 3.000 individuos se manifestaron en automóvil en Lansing, la capital del estado de Michigan, desafiando el decreto de confinamiento emitido por la gobernadora Gretchen Whitmer. La marcha fue organizada por una coalición de grupos de ultraderecha llamados "Residentes de Michigan contra la cuarentena excesiva", y causó un gran embotellamiento en el centro de la ciudad.
El mencionado estado es uno de los más importantes del país en industria manufacturera. Su capital es Lansing pero la ciudad más grande y emblemática es Detroit, donde están ubicadas algunas de las fábricas automotrices que dominan el mercado mundial, y además el estado es el segundo mayor productor de hierro en el país.
Tras la marcha en automóviles, cientos de individuos se congregaron delante del edificio de la gobernación de Michigan, mostrando carteles de "Fin al confinamiento", "Queremos trabajar" y "Vivir libres o morir". Mientras muchos exhibían sus armas de forma impune, decenas de manifestantes proferían ataques contra la gobernadora. “¡Enciérrenla!”, gritaban en medio de insultos.
Un día antes, el miércoles, varias decenas de opositores a las medidas de cuarentena se reunieron en Richmond, sede gubernamental del estado de Virginia. Protestaban contra la extensión hasta el 8 de mayo de un decreto de emergencia sanitaria que cerró muchos negocios y prohibió las reuniones de más de 10 personas para prevenir el coronavirus.
La semana pasada también se realizaron diversas protestas de grupos negacionistas en Ohio, Carolina del Sur y Kentucky, mientras que para el fin de semana se convocaron otras similares en ciudades como Concord (estado de New Hampshire) y Austin (Texas). Por lo general el lugar de concentración es frente a los capitolios estatales (sedes de los gobiernos de cada estado) o las residencias oficiales de los mandatarios locales.
Medios periodísticos internacionales informaron que muchos manifestantes aseguran no tener “absolutamente nada de miedo” de contagiarse el Covid-19. En ocasiones los negacionistas del coronavirus se juntan con otros extremistas: los opositores a las vacunas.
En lugares como Oklahoma, Texas y Virginia, tanto partidarios Trump como opositores a las vacunas, apologistas de las armas y otros adherentes a causas ultraderechistas, se han juntado como forma de rechazar las medidas para contener la propagación del coronavirus.
Algunas protestas han sido pequeñas, promovidas por grupos aparecidos en Facebook en los últimos tiempos y cuyos organizadores a veces son difíciles de identificar. Otras están respaldados políticamente y financiados por grupos ligados a conocidos multimillonarios que son aportantes de campañas electorales, muchos de ellos vinculados con Trump.
Brasil: política y religión
En Brasil, a medida que aumentan los casos y las muertes por coronavirus, el presidente Bolsonaro mantiene su actitud desafiante contra la enfermedad y, políticamente, contra los gobernadores de la casi totalidad de los estados del país, que son de muy distintas orientaciones políticas entre sí pero se han unido para establecer la cuarentena.
Este fin de semana, el jefe de Estado volvió a violar las recomendaciones sanitarias de distanciamiento social en medio de la pandemia que en el país ya se cobró más de 2.400 vidas, y participó en la capital, Brasilia, de dos de las varias manifestaciones que se hicieron a su favor en diferentes ciudades.
El sábado bajó por la rampa de la casa de gobierno (Palacio del Planalto) y saludó a sus seguidores tomando la menos de decenas de ellos. No solo no hizo nada por dispersar la aglomeración sino que, por el contrario, incitó al tumulto.
Ayer domingo, en otra de las marchas bolsonaristas en la capital, estuvo alejado varios metros de los miles de participantes que se concentraron pero convalidó un llamado a un golpe de Estado encabezado por las fuerzas armadas.
Los fanáticos llevaban carteles y gritaban consignas tales como “intervención militar con Bolsonaro” contra los poderes Legislativo y Judicial, que fueron precisamente los que derrocaron a la presidenta Dilma Rousseff y encarcelaron al líder Lula Da Silva hasta permitir el triunfo del actual mandatario en elecciones fraudulentas.
Marcha bolsonarista en Brasilia, ayer domingo. |
El pasado jueves, después de varias semanas de enfrentamiento, el gobernante ultraderechista echó al ministro de Salud, Luis Enrique Mandetta. Este último era de su misma tendencia ideológica pero impulsaba las medidas de aislamiento que se están aplicando en la mayor parte del mundo.
La aceptación de Bolsonaro en buena parte de la población, que constituye su principal capital político, tiene un sustento fundamental en las iglesias evangélicas. Estas son instituciones con muy fuerte poder económico, que tienen sólido arraigo en sectores populares, y son manejadas por pastores multimillonarios también sostenedores de una postura negacionista que se legitiman ante los fieles por sus dogmas religiosos.
El mandatario, al comenzar la expansión del virus en su país, calificó a la enfermedad como “un resfriadinho” (un pequeño resfrío), o como una “gripecinha” (gripecita, gripe de poca importancia). Al principio también afirmó que a los brasileños no les pasaría nada porque pueden sumergirse en aguas de desecho y “no les agarra nada”.
A principios de este mes, el domingo 5, visitó una concurrida zona comercial de la capital, Brasilia, donde hizo un llamado a todos los brasileños, excepto a los de edad avanzada, para que volvieran al trabajo. Luego insistió en que una píldora contra la malaria -la hidroxicloroquina-, curaría a quienes se enferman del Covid-19. “Dios es brasileño”, le dijo a una multitud de seguidores. “La cura está ahí”, afirmó.
En la mencionada jornada protagonizó un “ayuno religioso nacional” junto a pastores evangélicos, y cientos de sus seguidores rompieron el aislamiento social dispuesto por el gobernador del estado de San Pablo para manifestarse en contra del aislamiento social.
En la ciudad más poblada del país y que concentra el mayor número de casos por el coronavirus, los negacionistas seguidores de Bolsonaro ondearon, como siempre, la bandera nacional y lucieron sus camisetas verdes y amarillas.
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