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En la escena hay un puñado de niñas y niños de entre 8 y 9 años. Algunos son chilenos. La mayoría, hijos de peones rurales. Toman clases en una escuela, a metros de la confluencia donde nace el río Negro. En las chacras que la circundan está terminando la cosecha de manzanas. Los días son apacibles. El otoño tiñe la tierra de rojo y amarillo.
De pronto, como un telón que cae para cambiar de acto, aparece el horror. Un camión del ejército llega hasta el establecimiento. Un grupo de militares y policías de la Comisaría Cuarta de Cipolletti, portando armas largas, irrumpe en el edificio. Destruyen todo lo que está a su paso: muebles, paredes, cielorrasos. Buscan armas y "proclamas subversivas, material revolucionario".
"Fue realmente sorpresivo. Yo estaba en el salón y un alumno me dice que hay soldados afuera. Miré por la ventana y vi el revuelo que hacían en el patio, que estaba lleno de hojas. Recuerdo que vino un niño y gritaba 'carabineros, carabineros, nos vienen a matar a todos', y me apretaba tanto el brazo que me dejó marcas", cuenta 45 años después Stella Sosa, una de las docentes que junto a Elena Oviedo, ya fallecida, estaban dando clases ese día.
"Quedamos destruidos. No teníamos capacidad de reacción así que me acuerdo que ordenamos a los chicos, les dijimos que contaran lo que había pasado en la escuela y nos fuimos", agrega Stella, que tenía entonces veinticuatro años. Al poco tiempo se fue a vivir a Buenos Aires. Regresó por primera vez el viernes pasado, para participar de la Señalización de la escuela como Sitio de Memoria, Verdad y Justicia, una actividad organizada por la Red de Derechos Humanos de Cipolletti, en el marco del proyecto "Huellas de la Memoria".
"Nunca más pude volver. Es la primera vez que vengo. No me animaba", dice Stella a con la voz tomada por la emoción. Ahora vive en El Bolsón. Por un hecho fortuito estaba en Roca cuando fue convocada a participar del acto. Y se animó a volver.
Ya en el acto, sus ex alumnos, aquellos niños y niñas que hoy tienen más de 50 años, se acercan a saludarla. Se abrazan, se dicen cosas. Algunos, lloran. La mayoría había perdido el vínculo. No sabían si estaban vivos.
"Es un día muy emocionante, de reencontrarnos con los compañeros y ver que hoy nos encontramos en condiciones de poder decir la Escuela 50 resiste", dice Nely, una ex alumna, y levanta el puño.
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La irrupción del ejército en la Escuela Primaria rural Nº 50 Antonio Martín Brieva de Cipolletti ocurrió en la mañana del 25 de marzo de 1976, un día después del golpe de Estado. En esos años, el director de la escuela era Luis Genga, un maestro que era además el secretario general del gremio de docentes rionegrinos, la Unter, y secretario de Cultura de la Ctera.
La integrante de la Asamblea por los Derechos Humanos de Neuquén, Noemí Labrune, cuenta que conoció a Luis cuando se radicó en el Valle junto a su familia. "Descubrimos que esta era la escuela de los peones de la fruticultura, de los que habían venido de Chile, algunos perseguidos", afirma Labrune, y agrega que "cuando uno venía acá no podía distinguir quién era maestro, quién era vecino, quién venía a trabajar y quién venía a aprender. Estaba todo mezclado".
Luis vivía entonces en una casita aledaña a la escuela que le habían dado en comodato. El día del ataque estaba regresando de un viaje. Supo que los militares "entraron 'a saco'. No allanaron la escuela porque no tenían ninguna orden judicial para entrar. Creo que me buscaban, pero más que buscarme a mí, buscaban a la Unter", cuenta a .
Debido a su actividad sindical, en su casa se realizaban muchas reuniones, sacaban proclamas. Es por eso que Luis considera que "fueron a buscar a esa persona y a la institución que representaba esa persona. Pero se equivocaron porque fueron en horario escolar, con chicos adentro, con maestras. Entraron vandálicamente. Eso no fue una pequeña equivocación, fue un error que lo estaban fomentando desde arriba", asegura.
Tras el ataque, se guareció unos días en Neuquén. El 24 de marzo habían asesinado al secretario general adjunto de la Ctera, Francisco Arancibia. Sabía que su vida también estaba en riesgo.
A los pocos días se presentó en la escuela. En los meses siguientes vio cómo la cosa fue empeorando. "La situación iba cada vez peor, por los compañeros que íbamos perdiendo en Ctera y por las cosas que pasaban en Río Negro. Cada dos por tres teníamos conocimiento que había habido algún apriete, alguna persecución. Hasta que en septiembre nos tocó".
En septiembre de 1976 Luis Genga fue secuestrado por las fuerzas armadas, torturado y puesto en cautiverio en el centro clandestino de detención de Neuquén conocido como La Escuelita. Tiempo después fue liberado y se exilió junto a su compañera, Silvia Botinelli, hasta la vuelta a la democracia.
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La crisis del sector frutícola y el progresivo loteo de las chacras del Alto Valle han transformado el paisaje que rodea a la escuela. Una cancha de minigolf se extiende en un predio donde alguna vez hubo frutales. Hacia sur, una empresa de servicios petroleros guarda su parque automotor. Más cerca del río pasta una tropilla.
La reconfiguración productiva de la zona ha impactado también en la población que va a la escuela. Ahora, la mayoría de los 134 alumnos que componen la matrícula provienen de los asentamientos que han proliferado en cercanías de la escuela. Solo unos pocos provienen de las chacras que aún quedan en pie.
"Ha cambiado mucho la población estudiantil desde sus inicios hasta estos días", dice a la directora, Alejandra Mora. "Tenemos una población de origen mapuche, la comunidad paraguaya también es muy importante y van algunos chicos de la comunidad boliviana", detalla.
"Es una escuela que queremos proyectarla como intercultural" porque "para nosotros es un privilegio que hayan niños y niñas con diferentes ascendencias", indica.
En el mástil que hay frente al edificio, la única bandera que flamea es la Whipala.
"Por ser una escuela rural tenemos un espacio destinado a la huerta y a un vivero y aprovechando que es un poco nuestro quehacer cotidiano los niños y niñas plantaron memoria", relata Alejandra, acerca de su participación en la campaña nacional Plantemos Memoria realizada el 24 de Marzo pasado.
En las semanas previas a la Señalización, toda la comunidad educativa participó de actividades relacionadas a la construcción de la Memoria. Los trabajos de los niños y niñas estuvieron exhibidos durante el acto, donde también cantaron una canción y colgaron banderines de colores y fotos de ex alumnos.
Durante la vigencia de las medidas de aislamiento por la pandemia "estuvimos presentes trabajando en el comedor del Labraña, íbamos a los barrios a repartir módulos porque sabíamos que era imposible que se acerquen las familias", agrega la directora.
"Hace un par de años estuvimos luchando activamente por los semáforos, a raíz de la pérdida de un papá, que sufrió un accidente en la ruta cuando iba a dejar a su hijo a la escuela. Entonces esta historia de lucha tiene una continuidad y es un hilo conductor porque siempre se nos presentan motivos para estar en la calle y con toda la comunidad, peleando por la educación pública", concluye.
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Luis llega a la escuela donde fue director 45 años atrás, para participar del acto de Señalización. Viste un conjunto de lino marrón y está acompañado de su esposa y de una de sus tres hijas, que viajó toda la noche desde Buenos Aires para participar. Allí lo reciben sus ex alumnos con afecto. Algunos, con asombro al saberlo vivo.
Luego de descubrir la placa, Luis, a sus 82 años, toma el micrófono y dice estar "bajo emoción violenta". Lo sacuden los recuerdos y el afecto de quienes fueron sus alumnos, esos niños de 8 o 9 años, que ahora tienen más de 50.
"Hoy es un día de cosecha", dice, y aclara que no va a hablar de sucesos ya conocidos, como su secuestro o su exilio sino que "quiero hablar de un futuro promisorio para todos los vecinos de esta escuela".
"Ese futuro promisorio que estoy anunciando es que aquí, señalado como Sitio de la Memoria, va a ser un lugar donde alimentaremos todos los días, cada vez que pasemos, cada vez que traigamos gente a la escuela, vamos a recordar que aquí sucedieron hechos que por mucho tiempo fueron callados, silenciados, ocultados. Hoy los hemos puesto a la vista de todos y para siempre", expresa.
Cuando le toca hablar, la ex maestra Stella dice que quiere dejar un mensaje "ahora que estamos en democracia". Señala que "para que realmente esta democracia sea viva le tenemos que dar contenido. Tenemos que tener empatía, solidaridad y llenarla de participación, de prácticas participativas que van más allá de votar en una elección" porque "cuando uno participa se compromete, se organiza y así vamos a poder construir desde abajo la democracia y poder soñar nuevamente el sueño de una sociedad mejor que la que tenemos".
Al finalizar los discursos, aquellos pequeños sobrevivientes devenidos en hombres y mujeres se acercan adonde están Luis y Stella, y los rodean para sacarse una foto. Después se toman de las manos formando una ronda como las que arman los niños en los recreos de las escuelas. Caminan unos pasos hacia el centro del círculo y se cierran en un abrazo que muchos pensaron jamás se volverían a dar.
Por Laura D'Amico
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