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- Me explota el corazón.
- ¿Qué le pasa? ¿Se siente mal?
- Il cuore, il cuore…
- Venga, apóyese en mí que le acerco una silla…
- Sentarse nunca, rendirse jamás… ¡Sí, se puede! ¡Sí, se puede! Sí, se puede no sentarse…
- ¿Y ahora salta? ¿No era que se sentía mal?
- ¿Mal? ¿Usted es de los que cree que estamos mal? ¡Mamma mía!
- Me asustó. Pensé que se había descompensado.
- ¿Sabe qué pasa? Son días de emociones fuertes.
- Eso parece.
- Y la emoción es como un golpeador compulsivo que no puede dejar de pegarle a su hermana.
- ¿No tiene una comparación más sana?
- Sí, claro. Tengo la de la mujer que se revienta toda la guita con la tarjeta del marido y nos hace cada día más pobres. Pero ya la usamos el otro día y no nos gusta repetirnos.
- Sí, lo escuché.
- O la del alcohólico que se chupa todo y no nos deja bajar la inflación. ¿Esta buena esa, no?
- ¿Es usted el que le escribe los discursos al presidente?
- ¿Cómo se le ocurre? Mauricio tiene luz propia.
- Ha hecho comparaciones poco felices, le digo.
- Felices están los argentinos.
- ¿Le parece?
- Creo que usted es de los amigos que está esquiando en los Alpes suizos. No se olvide de ir a votar el domingo, que lo damos vuelta, lo damo’.
- Pero yo veo a la gente triste, preocupada.
- ¿Por qué no le dice a su esposa la psicóloga que le dé un Alplax?
- Es otro comentario poco feliz.
- Afloje con el periodismo opodesestabilizador, querido. Mire que cuando la demos vuelta se va a tener que meter el sitio ese en el que escribe en el cu…
- Ya, ya, ya. No hace falta ser grosero. Además suena amenazante.
- ¿Cómo se llama el sitio?
- Va Con Firma.
- Bueno, le va a quedar la firma en el oje…
-¡¿Es necesario?!
- Nosotros a los argentinos le decimos siempre la verdad. Y sin eufemismos. Por eso llenamos las plazas de todo país.
- Lo noto demasiado eufórico.
- ¿Y cómo voy a estar? Llenamos la 9 de Julio, llenamos la Facultad de Derecho, llenamos la Argentina de marchas y piquetes. Hasta en Chile y Ecuador salen a las calles para apoyar a Mauricio.
- No salen por eso, precisamente.
- ¿Tiene un pañuelo?
- ¿Qué le pasa? ¿Va a llorar, ahora?
- No, son los gases lacrimógenos.
- De la represión, querrá decir.
- Pamplinas. Son los honores de los países hermanos para saludar a Mauricio, el nuevo líder de las masas finas argentinas.
- Parece la publicidad de una panadería.
- Usted ríase todo lo que quiera que el domingo volamos las urnas.
- Las metáforas no son su fuerte.
- Mauricio es nuestro Bolsonaro, nuestro Lenin Moreno, nuestro Piñera…
- ¿Por lo de “volamos”, dice?
- ¡Al populismo no le viene nada bien, viejo! ¿Qué pretenden? Nafta gratis, subte gratis, Amazonas gratis… ¿Eso quieren? Díganlo de una vez y listo.
- Acá encontré un pañuelo. Deje ese que agarró, está sucio.
- No me venga con pequeñeces cuando nuestra América está en llamas.
- Ya lo creo.
- Y no vamos a hacer nada para apagarla.
- Es preocupante.
- Usted qué pretende, ¿la paz de los cementerios?
- ¿Y usted?
- Los cementerios. La Argentina es como un cementerio donde cada vez que se difunde una encuesta a favor de la contra, nace un nicho a la baja del dólar, una lápida al desempleo, un panteón al hambre.
- Así no van a ganar las elecciones.
- Ya se lo dije: lo damos vuelta, lo damo’.
- Sí, ya lo escuché.
- Y acuérdese de lo que le digo.
- ¿Qué cosa?
- La Argentina es una Ferrari corriendo una picada por la avenida Rivadavia.
- ¿Y eso que significa?
- Que si no ganamos el domingo, volcamos.
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