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Informe Especial
03/06/2018

Vivir sin servicios

Vivir sin servicios | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El día a día de las familias que no acceden al gas natural, la luz eléctrica y el agua corriente en la capital neuquina. La odisea de comprar una garrafa a 400 pesos. Una normalidad en la que viven en forma obligada unas 12.000 familias (primera entrega).

Carlos Marcel *

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En la ciudad de Neuquén, unas 12.000 familias no tienen acceso al gas natural. El número es estimativo y surge de los datos relevados por organizaciones sociales y gubernamentales.

La capital provincial tiene 46 “asentamientos” o “tomas”. Los nombres devienen en eufemismos de lo que antes se conocía como “villas miseria”. En ellas viven 7.550 familias, según los relevamientos que poseen concejales de la oposición en el Concejo Deliberante y organizaciones sociales como la Confederación de Trabajadores por la Economía Popular (CTEP). Ninguna de ellas tiene conexión a la red de gas natural.

Tampoco lo tienen las 2.500 familias que la municipalidad reconoce como viviendas únicas en barrios regularizados como Cuenca XVI y las 127 hectáreas, a las que incluyó en la tarifa social.

Se llega a un total de 12.000 familias, si a las anteriores se le agregan las situaciones que no se alcanzan a relevar y que podrían incluso aumentar ese número, por ejemplo en la meseta.

En la toma 7 de mayo viven 1.400 familias, amuchadas en tan solo 28 manzanas. Nadie tiene gas natural allí. Su población es la más numerosa del total de familias que viven en esa precaria situación en toda la ciudad.

“Pusieron los postes de luz en la campaña electoral del año pasado pero los de CALF se fueron cuando terminó y la obra quedó ahí parada” suelta Soledad Urrutia, referente de la CTEP en el lugar. Lo dice con cierta naturalidad, como si fuese algo cercano a la normalidad.

Esa normalidad inaceptable para una ciudad urbanizada del siglo XXI y que es moneda corriente para quienes viven en los sectores más empobrecidos de la capital. El célebre párrafo inicial de “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens, se aplica a la perfección. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada”, comenzaba el escritor inglés.

La mención a la cercanía geográfica con el segundo yacimiento de gas del mundo es inevitable, como así también a la riqueza de nuestros ríos y la producción de la energía eléctrica que consume gran parte del país y que le es extraña a miles, acá nomás.

Gabi tiene 42 años y vive en la toma 7 de mayo desde hace 4 años, junto a seis de sus 8 hijos y una nieta. “Pagué 15.000 pesos por esta casa que tenía las paredes levantadas pero no tenía bien el techo. En la lluvia grande del 2014, que acá se rompieron todas las calles, se abrieron grandes zanjones, se nos quemó la heladera, el televisor y el lavarropas. Al ser sola, yo, no sabía nada de techos, de acá adentro se veía lindo el techo, pero se llovió todo y tuve que hacerlo entero”, cuenta la mujer, mamá de familia numerosa.

Ella llegó a Neuquén desde San Rafael, Mendoza. Vino porque acá “la cosa iba a estar mejor, iba a haber más trabajo, eso me decía mi mamá”. Eso fue hace 13 años. Primero compró, por 500 pesos, un “adelanto” en Gran Neuquén norte. O sea, un terreno ocupado, con la tierra sin yuyos, sin ninguna construcción. “No teníamos pared ni nada, era nylon, todo nylon”, describió.

Pero ese terreno tenía tenencia a nombre de otra persona y se vio obligada a mudarse a su casa actual. A la lluvia se le sumó un incendio –el año pasado- en el que perdió todo lo que tenía, salvo el televisor “que se churrasqueó un poco en la parte de atrás, pero que anda bien”.

Entre las cosas valiosas que perdió estaban los papeles de su tenencia, así que “hice de vuelta todos los papeles y me dieron el ocupacional”.

El “ocupacional” es también un papel. Algunas familias tienen certificado de ocupación que provee un plan nacional llamado “Registro Nacional de Barrios Populares”. Los certificados se retiran en la Anses pero el municipio capitalino no interviene con nada. Ni con personal ni con recursos, a pesar de ser del mismo signo político que el gobierno nacional.

Por tal razón y por lo que el concejal Marcelo Zúñiga considera un incumplimiento de la Carta Orgánica municipal, le hizo un pedido de informes que el intendente aún no contesta.

El artículo 31 de esa Carta establece que “la municipalidad promoverá el acceso a una vivienda digna arbitrando, con los gobiernos provincial y nacional (…) planificará y ejecutará las políticas de vivienda, su infraestructura de servicios y equipamiento social, procurando los mecanismos para la financiación y la participación de los interesados, superando las condiciones de hacinamiento, promiscuidad, insalubridad e inseguridad”. En tal sentido, el edil pidió que se “informe con detalle y precisión que programas e instrumentos tiene para cumplir” con ese artículo.

Gabi, como el resto de las 1.400 familias que viven en la “7 de mayo” no tiene gas natural, ni luz eléctrica provista por la cooperativa CALF, ni agua corriente provista por el EPAS.

La luz es un enjambre de cables que surcan el cielo del barrio tornando en selva la estepa patagónica; y el agua serpentea por el piso, a través de múltiples mangueras con forma de mapa de rutas argentinas.

“Hace poco estuvimos más de una semana sin luz, porque se cortaron unos cables allá en la cuenca (el barrio Cuenca XV), se cayó un poste y los vecinos no podían enganchar los cables”, contó.

“La instalación eléctrica de la casa la hemos hecho nosotros. Las chicas (sus hijas) miraban por youtube y yo intuía ‘esto debe ir así’. El otro día, cuando se quedó pegada la térmica y no teníamos luz, se me quemó de nuevo la heladera. Ya quemé dos heladeras y un lavarropas”. Está “colgada” de la luz, como todos los demás.

Describió, sin una cuota de resignación, que se calefaccionan como pueden. “Esos días sin luz eran difíciles porque estábamos obligados a calefaccionarnos con la estufa a leña, o con la cocina, y es carísimo. Con el caloventor andamos más o menos. Para lo demás, gasto una garrafa por semana”, narró.

A la garrafa “la uso para cocinar y para calentarme. Uso el horno de la cocina. Para bañarnos, cuando la luz anda bien, tengo un termo eléctrico. Cuando la luz no anda bien, caliento una olla y la echo al tanque del termo eléctrico. Cada uno se baña con ese tanquecito que tiene 15 litros, no hay otra manera de bañarse con agua caliente. Somos siete en tres ambientes. En la pieza se arreglan todas las mujercitas”.

Cada garrafa debe comprarla en el barrio, salvo aquellos meses, que no son todos, en los que recibe un bono de gas. Un bono de gas es un ticket para comprar una garrafa.

Luego de ello, comprarla le cuesta 400 pesos, muy lejos de los 216 pesos del precio oficial de referencia, que solo se consigue en el puesto de venta oficial ubicado en el barrio Parque Industrial. Hasta ese lugar solo llegan los que tienen auto, que no es su caso, ni el de muchos ahí.

Organizarse entre todos los vecinos tampoco es viable porque para que ello suceda, a todos se les debería terminar la garrafa al mismo tiempo y eso no sucede jamás. Casi nadie tiene dos. Cuando la garrafa se acaba, hay que salir de raje a comprar otra, porque el frío arrecia.

Para dormir se abrigan, porque a la noche no se puede dejar nada prendido, debido a que si se prende el caloventor se calientan los cables. “A la noche, que una por ahí se queda despierta un rato, va mirando los cables y deja un rato más el caloventor prendido”.

Se ven los cables.

Dice que se despierta mucho de noche. “Te despertás con frío. Sí. Me despierto varias veces. Me enfermo más que ellos porque me despierto para ver como están. Me levanto para ver si se les ha caído la frazada, para ver si están bien.

Dijo que quiere que “vuelva Cristina. Cambio mucho todo. Cocino para siete personas todos los días. Acá en el barrio un kilo de pan sale 40 pesos y un kilo de carne sale 200, así que yo es raro que vaya a comprar carne”.

Cuando habla de la expresidenta recuerda sus mejores momentos. Le agradece haber accedido a una pensión, con la que pudo comprarles ropa a sus hijos, y hasta camas.

A su lado, una familia de inmigrantes bolivianos vive una historia parecida, en la que el concepto de normalidad está corrido por completo. Por la noche, en las calles de la toma 7 de mayo, reina una oscuridad incompleta, sin paz. No es una oscuridad total, tiene un reflejo que no es poético. Hasta el barrio llegan las luces de la gran ciudad, que les recuerda a cada instante la lejanía de estar tan cerca.



(*) Conductor del programa “La Palangana” de FM Mix.
29/07/2016

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