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La pregunta que cualquiera podría formularse después de las elecciones del domingo pasado, en las que el MPN recuperó el control de la principal ciudad de la provincia luego de 20 años, es si ha consolidado su hegemonía política de manera duradera o se trata de una inflexión positiva que no cambia la crisis de fondo que atraviesa ese partido desde hace décadas.
Este año el MPN no sólo recuperó la capital sino que conservó Chos Malal, San Martín, Junín y Rincón de los Sauces; ganó en Zapala y está bien colocado de cara a las elecciones en Villa La Angostura.
Quitando Cutral Co, la presa más reacia a volver al redil, el MPN parece estar dejando atrás un panorama que lo acompañó durante años y que fue interpretado como síntoma claro de su decadencia política: mientras conservaba el gobierno en la provincia perdía el control de las principales ciudades.
Ese fenómeno fue acompañado por la gradual pérdida de la mayoría como partido, que se expresó en una cosecha cada vez menor de votos y llevó al MPN a recurrir al mecanismo de las colectoras, un recurso si bien del todo legal de escasa legitimidad política desde el punto de vista de la construcción de las mayorías.
Pero esos fueron los síntomas. El problema de fondo es más complejo.
El MPN tuvo un papel fundacional en la provincia. Creó la infraestructura, la educación y el sistema de salud. Además de fundar escuelas y hospitales, y de hacer rutas, logró bajar la mortalidad infantil a los niveles más bajos de América Latina; erradicó enfermedades endémicas y construyó viviendas, no sólo en la capital sino en los rincones más alejados de la provincia.
Su rol civilizador es indiscutible y en ese contexto nadie debería sorprenderse de que para muchos el MPN esté ligado a la identidad de Neuquén como provincia.
Pero hace ya varios años que el proyecto comenzó a encontrar un techo. El sistema de salud se saturó y pasó de atender la prevención a la emergencia. De la vivienda digna se pasó a las tomas de tierras toleradas como paliativo, de crear trabajo a las changas y de estas a los subsidios de desempleo.
Por otra parte, las recurrentes crisis nacionales impactaron severamente en la provincia. En su último gobierno, cuando ya golpeaba la crisis desatada por el menemismo y el precio del barril de petróleo había caído a 9 dólares, Felipe Sapag se vio obligado a bajar los sueldos a los empleados públicos.
En su gobierno y en el de Sobisch, que vivió el derrumbe de la convertibilidad, proliferaron los desocupados sostenidos con planes sociales en medio de una enorme precariedad económica.
Las malas políticas, sumadas a la incapacidad del partido provincial para encarar exitosamente una segunda etapa histórica, que conduzca al cambio de la matriz productiva para alcanzar el desarrollo y dejar atrás la dependencia del petróleo y el gas, quedó pendiente.
Neuquén es rica en hidrocarburos, en agua y en bellezas naturales, pero no es verdad que sea una isla como pretende en los hechos el partido gobernante. Las experiencias neoliberales que padeció la Argentina golpearon a la provincia fuertemente y las épocas de bonanza hicieron sentir sus beneficios también, como en todos lados. Sin contar con que el petróleo está ligado a un precio internacional.
Paralelamente, la oposición se ha mostrado conformista y con una gran incapacidad para asumir las transformaciones que la provincia demanda. Queda claro: en Neuquén es más cómodo ‘trabajar’ de oposición que intentar cambiar las cosas.
Ahora la provincia viene de una inflexión positiva en sus finanzas, producto de la explotación de Vaca Muerta y del precio exponencial –tal vez el más alto del mundo- del gas.
Pero la actual política petrolera no tiene racionalidad para el país. Forma parte de una concepción ajena al desarrollo y que sólo se plantea la posibilidad de exportar. Ayer, sólo productos agropecuarios hoy también gas, petróleo y minerales.
Este esquema ha provocado la destrucción de buena parte de la industria, un ejército de desocupados y hambre para casi un tercio de la población nacional.
Paralelamente Neuquén se ha convertido en un faro de atracción para quienes buscan trabajo y en medio de la grave crisis nacional la provincia ha conservado, bien que con una masa de subsidiados enorme, un relativo bienestar económico.
Pero esta provincia no podría hacerse cargo de la desocupación nacional, más tarde o más temprano ese esquema de isla feliz en un país que se hunde colapsa, entre otras cosas porque los argentinos no pueden sufragar indefinidamente tarifas dolarizadas de la energía.
Está claro que si el país quiere desarrollarse debe contar con reservas estratégicas de energía y mantener tarifas razonables para sostener la industria, proveer trabajo y abastecer a la población.
Eso no significa que Neuquén se va a perjudicar o va a renunciar a lo que le pertenece. Por el contrario, la provincia creció con el país durante la década en que los combustibles mantuvieron un precio interno asequible para la industria y los particulares.
Pretender lo contrario, alentar la existencia de un Neuquén rico en un país pobre, sería una ceguera similar a la que anima a muchos agroexportadores de la Pampa Húmeda.
Salvo que la dirigencia local entienda que esto es así y que Neuquén sólo se salvará con el país, los éxitos políticos puntuales como la recuperación de la capital pueden resultar efímeros y el hegemonismo de un partido con vocación de poder, una quimera.
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