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A una semana de las elecciones municipales de Neuquén, sólo una cosa parece segura, la batalla principal se libra entre dos fuerzas, la que se encolumna por un lado con el Pro, el quiroguismo sin Quiroga y el radicalismo, y por el otro con el Movimiento Popular Neuquino, que puja por recuperar el control después de un largo paréntesis de dos décadas.
Los trascendidos sobre los encuestas le otorgan una ventaja ajustada a uno u otro sector, según cuál de ellos encargó la consulta. Pero a esta altura de los acontecimientos, con los incontables fallidos cometidos por las consultoras en elecciones realizadas en distintos puntos del país, no hace falta decir que el final es abierto.
Como se sabe también, la presa en disputa es la ciudad más grande de la provincia y de la Patagonia, con aproximadamente un 40 por ciento del padrón electoral neuquino.
El hecho de que en los últimos veinte años la capital provincial haya sido gobernada por la oposición, no obedece a una fatalidad sino que forma parte del proceso de pérdida progresiva de hegemonía política del MPN.
Un proceso político que se va dando con la pérdida del gobierno en algunas las ciudades y con una performance cada vez más ajustada en la cosecha de votos y que termina por dar paso, entre otras cosas a las colectoras, convertidas en una suerte de muleta sin la cual el partido provincial ya no puede alcanzar la mayoría.
La otra parte de este fenómeno es la forma en que el MPN ha logrado conservar la gobernabilidad -o sea la otra muleta-, y consiste en captar voluntades en la Legislatura. Un fenómeno que en su conjunto podría ser definido como la mercantilización de la política.
Pero en la actualidad el gobierno del MPN atraviesa una etapa de bonanza producto del auge de Vaca Muerta -lo opuesto a la crisis económica y social desatada por el macrismo-, y ahora el que está enfrente no es Quiroga, es por eso que el partido que fundaron Felipe y Elías Sapag se ha permitido soñar otra vez con volver a sentar sus reales en la ciudad.
Justamente por eso es el enorme festival de colectoras y el despliegue publicitario abrumador que hemos visto estos días y seguiremos vendo hasta el próximo sábado, día previo a las elecciones municipales.
Esta apuesta tiene uno de sus puntos más fuertes en la figura del gobernador Omar Gutiérrez, quien aparece en toda la campaña como el garante del futuro, hipotético, gobierno de Mariano Gaido.
El mensaje es más o menos así: ‘la ciudad puede ser tan próspera y tan bien administrada como la provincia, no se lo pierdan’.
Pero bien sabe el electorado que esto no es totalmente cierto. A pesar de lo ingentes recursos que se obtienen por el desarrollo del petróleo y el gas no convencionales, Neuquén tiene una economía frágil porque sigue sin diversificar su matriz productiva.
Por lo demás, su prosperidad puede relativizarse de un plumazo, como acaba de demostrarlo el congelamiento del precio del gas y del petróleo decidido en artículo mortis por el gobierno fracasado de Mauricio Macri.
Desde el punto de vista de Cambiemos, hay un intento por parte del candidato y más tibiamente del intendente Quiroga de convencer a los sectores medios, beneficiarios principales del modelo desarrollado hasta aquí en la ciudad, de que Bermúdez va a ser la continuidad.
Pero todo el mundo sabe que Quiroga y Bermúdez no se toleran mutuamente y que si el intendente actual ha consentido aparecer ante las cámaras al lado de Bermúdez es para evitarse un daño mayor, porque al dejar a su secretario de Coordinación librado a su suerte hasta cierto punto lo perjudicaría a sí mismo en su carrera por una banca de senador.
Sin contar con que desataría una inmediata represalia por parte del gobierno de Cambiemos, que está liquidado pero aún puede hacer daño, que afectaría sus últimos meses de gestión y le impediría retirarse como el ‘mejor intendente en la historia de Neuquén’.
Una mirada que bien puede relativizarse porque a pesar de que la gestión de Quiroga ha sido largamente superior a las de los últimos virreyes del MPN y aunque ha concretado, solo o en concurso con gobiernos provinciales y nacionales, numerosas obras, no ha podido o no se ha empeñado lo suficiente como para dejar una ciudad socialmente más integrada.
Así, por ejemplo, no ha solucionado dos de los problemas más graves de la ciudad, el de la tierra y la vivienda, y el del transporte.
Es un dato de la realidad que en Neuquén reina la arbitrariedad del negocio inmobiliario en desmedro de una división de la tierra con criterio social.
Por otra parte la obra del metrobús es vistosa pero no soluciona el grave problema de transporte que tiene la gente de menos recursos y eso le termina complicando la vida a todo el mundo porque la proliferación de automóviles convierte la ciudad en un caos.
Además de la pelea de fondo, en las elecciones municipales está en disputa el tercero y cuarto lugar.
Por un lado está Sobisch, que representa a los sectores más atrasados de la política local, no necesariamente a los más carentes de recursos pero sí a los más atávicos políticamente, aquellos que se identifican con una derecha autoritaria y con algunos ribetes fascistas.
Sobisch tiene recursos, como se puede observar en su profusa publicidad de campaña. Y lo suyo no es recuperar la intendencia como tampoco fue en la elección anterior llegar una vez más a la gobernación. Por el contrario, se trata de una venganza contra sus antiguos socios del partido y del gobierno, porque no le han dado lo que cree que le corresponde.
Por último, está Zúñiga, que aparece como lo nuevo generacionalmente, como un espacio más propicio para los jóvenes y las mujeres.
A diferencia de todos los demás, el Frente de Todos de la capital carece de recursos, pero eso no le ha impedido la posibilidad de hacer política, de hablar y convencer a la gente, como al parecer hizo y hace Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires.
Podrá salir tercero o cuarto, pero es seguro que de esa forma está construyendo de cara al futuro.
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