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Las declaraciones de Javier Milei y su compinche el operador financiero Ramiro Marra, que provocaron una fuerte corrida cambiaria, letal para el salario y los ahorros de los argentinos, pusieron en evidencia la inescrupulosidad de quien se presenta como un adalid de la libertad y del cambio, y no es otra cosa que un Caballo de Trolla de los intereses concentrados que conspiran contra la democracia y el bienestar de los argentinos.
Los dichos de Milei fueron cuestionados por todo el arco político, desde Juntos por el Cambio a Unión por la Patria; por economistas de todos los pelajes; por entidades tan disímiles como las asociaciones de bancos y la CGT. Todos ellos le enrostraron una total falta de responsabilidad por tratarse de un candidato presidencial, para colmo de males aunque por escaso margen el más votado en las primarias.
Pero hay motivos para pensar que tales juicios son demasiado benignos y que Milei, economista de profesión, ligado a grandes empresas y financiado por capitales concentrados foráneos, no puede ignorar -al igual que su socio, el asesor financiero Marra-, las consecuencias de sus dichos. Lo más probable es que sus incendiarias declaraciones fueran deliberadas y tuvieran el oculto propósito de causar daño al gobierno y al candidato oficialista. Algo que, dicho sea de paso, suele ocurrir cuando los candidatos retroceden en intención de voto o ven amenazada su delantera.
Tal actitud muestra claramente también lo desaprensivo y cruel de la embestida devaluatoria de Milei, por las graves consecuencias que reporta su actitud no solo sobre sus adversarios políticos sino también sobre el conjunto de la sociedad a la que, para mayor desvergüenza dice querer defender de las “castas”.
En realidad, lo ocurrido con Milei deja al descubierto lo contrario a lo que predica: tanto él como Marra pertenecen a una verdadera casta, la que defiende los intereses del capital concentrado a expensas del bienestar de la gran mayoría de los argentinos.
Cómo no podía ser de otra forma, la operación Milei-Marra provocó la reacción de Sergio Massa, quien ordenó una redada en las cuevas financieras donde se lucra con el dólar ilegal. El resultado fue revelador: estas cuevas no solo lucran con la divisa ilegal sino que constituyen verdaderas organizaciones criminales dedicadas a falsificar documentos, evadir y fugar divisas. Son el instrumento necesario para una burguesía sobreexplotadora, evasora y fugadora.
Más sorprendente aún fue la constatación que las diversas cuevas operan de manera coordinada entre sí, ya que se reveló que las corridas estaban acordadas por calendario entre ellas, con lo que quedó claro que constituyen una verdadera mafia dedicada a lucrar con el empobrecimiento y la inestabilidad del país.
Cualquiera puede preguntarse a esta altura, cómo es posible que estos mecanismos delictivos hayan convivido tanto tiempo con la sociedad sin que el Estado actuara en autodefensa, cuando cuenta con recursos como la AFI, la Policía Federal y los estamentos judiciales. Es evidente que estas organizaciones aprovecharon la debilidad endémica de los sucesivos gobiernos nacionales o, peor aún, contaron en algunos casos con su tolerancia o complicidad.
Tanto más incomprensible resulta que esto viniera ocurriendo durante un gobierno popular, cuyo contrato social es precisamente defender los intereses de ese sector. Con la decisión adoptada esta semana, así como con otras adoptadas antes para mejorar el ingreso de los de abajo, Massa ha venido a romper ese statu quo. Es que, a pesar de las cosas que hizo bien, el actual gobierno arrastra un pecado de origen: pensar que la forma de superar la “grieta” es no pelearse con nadie, sobre con los poderosos.
Por si hiciera falta, esta idea ha quedado desvirtuada una vez más. Es imposible construir una Argentina mejor sin tocar los intereses de los que se benefician de tanta desigualdad. Ya lo dijo Perón: “para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos”. La “grieta” es un invento de la prensa canalla para atarle las manos al campo popular.
Sólo tocando los intereses de los que se benefician de esta Argentina desigual es posible construir un país mejor. Milei no es lo nuevo sino el resultado de una mutación de lo viejo después de su último fracaso: una derecha más brutal y más atávica que promete romperlo todo de un plumazo para que impere el dios mercado. No por nada Macri lo apoya.
Los falsos libertarios no son ingenuos ni extraviados, son simuladores que se aprovechan de la bronca legítima de unos cuantos. Más allá de su falsa indignación defienden intereses indefendibles.
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