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03/09/2023

Sueño

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La sensatez y la solvencia en el manejo del Estado están muy bien, pero ¿cuál es el futuro deseable que viene a a ofrecer el campo popular?

Héctor Mauriño

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En una sociedad con más del 40 por ciento de la población en la economía informal, donde ser asalariado formal es casi un privilegio, una pregunta que surge espontánea después del resultado de las PASO es si el campo popular no tiene un diagnóstico desactualizado de la realidad socioeconómica del país.

Dilucidar este interrogante es crucial para definir un proyecto de cara a un eventual gobierno a partir del 10 de diciembre, y también para elaborar una estrategia acertada de la campaña electoral que queda por delante.

La irrupción de los “libertarios” no es sólo una de las consecuencias de la desigualdad en la distribución de la riqueza, que se profundizó con el macrismo y no se pudo recuperar con el gobierno actual, sino que también es hija de la grieta fogoneada por los medios concentrados y por de una oposición implacable, que en buena medida le impidió gobernar a la administración actual.

Esa desigualdad no solo afecta a los desocupados, que están en la pobreza aunque contenidos por el Estado, sino especialmente a la gran cantidad de trabajadores informales, la mayoría jóvenes, pero no unicamente, que ven drásticamente reducidos sus derechos y sus ingresos, y terminan cuestionando a la política y a la democracia.

Contribuyeron enormemente a este estado de cosas los medios de la derecha, que no dieron tregua en sus críticas a todo lo que hacía el gobierno, ocultando los logros y acudiendo a la mentira cuando lo estimaba necesario para “limar” a la gestión y a las figuras del campo popular, fundamentalmente a Cristina Kirchner.

Fueron ellos los que alimentaron la grieta haciendo responsable al gobierno y a la denominada “clase política” de todos los males habidos y por haber. Y además de sembrar el rechazo a la política y a los políticos, también exaltaron la figura de Milei con el doble propósito de desgastar al gobierno por un lado y correr por derecha a la oposición de JxC por el otro. No se dieron cuenta que todo eso se volvería también contra sus propios intereses: Juntos por el Cambio, que ya se sentía ganador, perdió ante La Libertad Avanza.

Mientras tanto, si todos los políticos son malos, corruptos y culpables de fracaso nacional, no es extraño que la porción sumergida de la población los identifique como la “casta”. Es patético, pero si Macri los engañó y el gobierno actual los defraudó, no es extraño que esa porción de la población esté dispuesta a votar por sus verdugos.

Los que apuestan al hombre de la motosierra, creen que no tienen nada que perder y no alcanzan a ver que eso es falso porque perderán lo poco que tienen. Por un lado, quieren vengarse con su voto y por otro van detrás de una utopía irrealizable, que no es tal sino una verdadera distopía a la que apuntan por lo que tienen en común con su destemplado líder: la rabia, la violencia apenas contenida.

El tema es ahora cuáles son los resortes que debe tocar el candidato del campo popular para lograr un triunfo sobre una propuesta conocida y fracasada, que viene a destruir lo que queda del estado de bienestar y a hundir el país en la barbarie y el enfrentamiento entre argentinos.

Se trata de un revulsivo que no sólo no va a llevar el país hacia un horizonte de crecimiento con mayor igualdad, sino que viene a eliminar los pocos derechos que les quedan a los que ya tienen pocos, y a arrastrar al resto al empobrecimiento material y cultural.

Ante la inconsistencia intelectual y moral de la candidata de JxC y el desequilibrio psíquico del falso profeta “libertario”, el candidato del campo popular aparece con las condiciones de un gran estadista. Eso es bueno para la fuerza propia y para el sector del electorado que se maneja con más racionalidad, pero no alcanza para convencer a los defraudados, a los enojados y a los que quieren hacer de hombres-bomba llevándose puestos a los demás.

¿Cuál es la utopía que tiene para ofrecer el campo popular, colocado como está en desventaja con un candidato que carga sobre sus espaldas con el peso de pertenecer a un gobierno que no cumplió con las expectativas y arrastrado por una inflación devastadora. Hay valentía, capacidad y entrega. Pero parece que esas condiciones no alcanzan.

¿Debe el candidato despegarse totalmente del gobierno al que sigue perteneciendo? ¿O por el contrario debe reivindicar los aspectos positivos de la gestión?

Si no se puede despegar, debe ser claro en mostrar lo que se alcanzó en relación al país que dejó el macrismo, y advertir que eso también se puede perder de la mano de quienes vienen a ejecutar un ajuste drástico y están dispuestos a aplicar la represión para lograrlo.

No es verdad que el gobierno actual lo haya hecho todo mal. En 2021, después de la pandemia, el país creció casi un 11% y en 2022 un 5 %, contra una caída del 2,2% en 2019 y un 2,6% en 2018 los dos últimos años de Macri.

Fue el gobierno que más escuelas, viviendas y obra pública realizó desde los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Defendió y extendió la educación y la salud públicas. Bajó la desocupación de dos dígitos al 6 por ciento; estableció el aporte solidario a las grandes fortunas con el que se financio entre otras cosas el gasoducto Néstor Kirchner.

Creó miles de nuevas pymes; llevó adelante una política regional e internacional acorde con la defensa de los intereses nacionales, saneó YPF y Aerolíneas. Eso y más, y todo eso y mucho más se puede perder.

El gran pecado del gobierno fue no mejorar el ingreso de los trabajadores, para lo cual había que enfrentar a los poderosos para que no se quedaran con toda la riqueza generada mientras una mayoría se empobrecía. Y también no frenar la inflación, que se disparó producto de la falta de dólares heredada de Macri y de un mala renegociación con el FMI.

Si alguien en el gobierno actual pensó que el odio expresado contra el campo popular por el poder real y los sectores medios que le rinden pleitesía, se debía al estilo confrontativo Cristina con los sectores de poder real, y consecuentemente se cuidó muy bien de enfrentarlos, se equivocó gravemente. La moderación se tomó por debilidad y el ensañamiento fue mayor aún, y el intento de no enfrentarse con nadie terminó en el desencanto de los propios.

El peronismo revive cuando se atreve a desafiar a los poderosos. Ese peronismo no atrasa. Tiene siempre buen diagnóstico. Eso quedó claro por contraposición al menemismo, cuando después de la catástrofe del 2001 llegaron los Kirchner y le arrebataron una porción de la plusvalía a la clase dominante. No hay Paz social ni desarrollo para la Argentina sin afectar los intereses de los que se la llevan “en pala”.

Pero no es solamente con racionalidad que se puede enfrentar al emergente emocional de los que están indignados contra la política y contra esta democracia que no los tiene en cuenta. No alcanza con decir cosas sensatas ni tampoco con criticar las insensatez del adversario.

Hay que ofrecer un futuro deseable, una idea de país en el que todos vuelvan a estar mejor. “Vengo a ofrecerles un sueño”, dijo alguno. La sensatez, la experiencia en el manejo y la administración del Estado, están muy bien, pero ¿cuál es el sueño que venimos a ofrecer?

29/07/2016

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