La Argentina se asoma al abismo de la mano de los que golpeados por una crisis económica y social sin tregua, abrazaron el discurso y las promesas de un falso profeta. Están enojados y se identifican con él, con su rabia y su violencia apenas contenida. Acaso no comparten en el fondo sus planteos, que llevarían al país y a ellos mismos a un enorme retroceso. Tienen motivos valederos pero están equivocados.

En este cuadro, es posible apreciar lo que ocurrió pero difícil imaginar lo que puede llegar a ocurrir.

Estafados por el “cambio” que prometió Macri y defraudados en sus esperanzas por el Frente de Todos, desquiciados por la pandemia y atormentados por la inflación, muchos argentinos terminaron siendo ganados por la antipolítica.

Para ellos, la culpa de todo no la tienen los poderosos que mueven los hilos detrás de escena. No son los que “la juntan con pala” y los medios tóxicos que les pertenecen; tampoco la aristocracia judicial, ni los que manejan el estofado allá en el imperio, los responsables son los políticos, “la casta”. Sienten que hay que desalojarlos de un plumazo para que todo sea mejor. Para eso nada mejor que levantar a un iluminado en apariencia tan indignado como ellos, que promete romperlo todo.

Son todos los que no pueden disfrutar medianamente de los beneficios de esta democracia. Sobre todo jóvenes que integran en mayor medida el 40 por ciento de la población sumergida en la pobreza. Pero no únicamente.

Entre ellos hay falta de memoria histórica por su limitada experiencia de vida pero también amnesia selectiva inducida por los poderosos.

Con un padrón compuesto por un 30 por ciento de jóvenes menores de 30 años, es explicable tanta desmemoria. Ellos no conocieron la dictadura y no vivieron los ‘90 en adultez. Emergieron a la política sobre el final de kirchnerismo y vivieron, eso sí, el despojo criminal del macrismo y la desilusión del gobierno actual.

Otros, sin embargo, otros, acaso con algunos años más, no aprenden. Son víctimas de sus propios prejuicios y presas fáciles de la intoxicación mediática que además de la mentira y la ocultación agitó deliberadamente el odio discordia.

No ya Juntos por el Cambio -en buena medida responsable de este desmadre-, que se había puesto la servilleta convencido de que le tocaba su turno y ahora tiene que optar por moderar su discurso o doblar la apuesta frente a un desaforado.

Ni tampoco el gobierno nacional, que deberá recomponer mínimamente los ingresos de la población para apostar a recuperar a los desilusionados que se quedaron en su casa y darle una nueva oportunidad al campo popular.

Es la democracia la que la tiene difícil en la Argentina, aunque no sea imposible enderezar la nave y salir airosos de este duro desafío.