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A poco más de 20 días de las elecciones del 16 de abril, la antipolítica está ganando la batalla en Neuquén.
La fragmentación, los proyectos individuales, los cargos públicos como objetivo, la ausencia de conducción, debate y propuestas; la pérdida de pudor que representa cierto “realismo” de algunos dirigentes, rasgos todos que han caracterizado hasta aquí el proceso electoral, parecen darle la razón al “son todos iguales”, endilgado a los políticos por las clases dominantes y sus medios de comunicación para convencer a la ciudadanía de que ya no vale la pena resistir o cambiar lo que no está bien.
Y, como ya se sabe, si la política se devalúa y amenaza con dejar de ser el principal instrumento de transformación de una sociedad a todas luces injusta y sin otro destino aparente que el lucro de los poderosos, esa sociedad está en problemas.
Preocupa lo que ocurre en Neuquén y más aún pensar que este cuadro de situación podría ser indicativo de que el fenómeno no es solo local sino también nacional.
Preocupa también por las jóvenes generaciones, que no conocieron otra forma de hacer política. Que no vivieron un país donde las utopías estaban al alcance de la mano y donde el desprendimiento, la generosidad y la entrega hasta de la propia vida eran moneda corriente.
La Argentina conoció algo mejor y sus sueños fueron algo más que aceptar lo que sea para no quedarse sin un cargo. Al cumplirse 47 años del golpe que instaló la dictadura genocida, esa que vino también a terminar con la política, y a meses de cumplirse 40 años de la recuperación de la democracia, el bien más preciado que supo conquistar esta sociedad, es bueno tener presente que no todo fue siempre así y que el destino del país puede ser otro.
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