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Este antiguo fondo de mar convertido por el plegamiento de los Andes en pradera de dinosaurios, luego en País de los Manzanos, en olvidado territorio nacional y ahora último en provincia de nombre capicúa, tiene suerte: llevaba un tesoro oculto en sus entrañas, un cuerno de la abundancia que podría justificar el mito de la Ciudad de los Césares, aunque todavía no alcance para garantizar la felicidad de sus paisanos.
La existencia de Vaca Muerta, la gigantesca formación geológica que ocupa buena parte del subsuelo de Neuquén y a la que se atribuyen reservas de gas por 200 años y de petróleo por 100, se confirmó en 2011, bajo el primer gobierno de Jorge Sapag.
Se venía hablando del tema y se conoció un informe de la secretaría de Energía de Estados Unidos que daba cuenta de la existencia del enorme reservorio (los yanquis siempre saben lo que pasa en el patio de atrás).
“Tata Dios se puso la camiseta de la provincia", clamó por entonces un Sapag eufórico, candidato a la reelección, y dejó sentado que "la identidad de Neuquén es energética" y que no se puede "renegar de esa naturaleza" (tal vez le hubiera gustado decir que la camiseta de Tatita es también la del MPN).
Desde entonces tuvieron que transcurrir casi dos años para que el tema, en el que nadie creía demasiado ni daba mucha importancia, llegara a la agenda pública nacional. No sorprende: no solo “el campo”, cualquier porteño que se precie solo registra el país agroexportador.
Fue Cristina Kirchner quien tomó la estratégica decisión de recuperar el control de YPF, hasta entonces en manos de la comercializadora de combustibles española Repsol -que la vació sin contemplaciones- para volver a ponerla al servicio del país.
El 3 de mayo de 2012 la cámara de Diputados de la Nación convirtió en ley el proyecto de Cristina que declaró “de utilidad pública” el autoabastecimiento de hidrocarburos y dispuso la expropiación del 51% de las acciones de YPF e YPF Gas.
En el tiempo previo a la nacionalización, Sapag tuvo un papel destacado en poner el tema Vaca Muerta sobre el tapete. Pero solo se plegó a último momento, cuando ya era inevitable, a la decisión de expropiar la empresa nacional en manos del capital extranjero.
La introducción no es ociosa porque si algo queda claro a esta altura es que sin aquella corajuda decisión de Cristina la Vaca Lechera que tienen Neuquén y la Argentina y que ya apunta a producir el 70 % del gas y del petróleo del país, hoy no sería argentina ni tampoco neuquina.
Ni siquiera seria posible, 10 años después de aquella proeza, un paso tan importante de cara a lograr el autoabastecimiento en gas y la soberanía energética como el del gasoducto Néstor Kirchner, cuya licitación lanzó esta semana el presidente Alberto Fernández en medio de un escenario barrido por un viento patagónico que amenazaba con dejarlo ciego (se sabe que para algunos el Sur termina en Avellaneda, pero el protocolo presidencial ¿no mira el pronóstico meteorológico?).
Tampoco, hay que decirlo, se podría concretar el proyecto del gasoducto sin el Plan Gas.Ar, que multiplicó la producción de gas y sin el aporte extraordinario a las grandes Fortunas, que el gobierno de Alberto estableció y que el MPN votó en contra, a pesar de que el desarrollo gasífero estaba entre las asignaciones específicas de los fondos que se iban a recaudar.
El gasoducto apunta a achicar el déficit energético, que al principio de año se estimaba en unos 3.600 millones de dólares, pero que a partir de la guerra de Rusia contra la OTAN, que hizo subir el precio de los combustibles, no para de crecer.
Es importante tener en cuenta estos datos porque sin políticas que privilegien el interés nacional y repartan más equitativamente las cargas, como la nacionalización de YPF y el aporte extraordinario a las grandes fortunas, el país y con él la provincia pierden el rumbo.
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