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02/10/2016

“Resistir”

“Resistir” | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Foto: David Pablo Sánchez

Para Macri, el presidente de los ricos y privilegiados de este país, la pobreza de los “otros” no es una desgracia sino un objetivo para llevar adelante su plan al servicio de las minorías y el capital extranjero.

Héctor Mauriño

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Esta semana se supo que el gobierno cuyo presidente prometió en la campaña alcanzar en cuatro años un país con “pobreza cero”, logró en sólo nueve meses el récord inédito en la historia nacional de aumentarla en un 11%.

Los datos del Indec coinciden con los del Observatorio de la Universidad Católica Argentina y con los del Centro de Economía Política (CEPA): un 32,2% de los argentinos está por debajo del índice de pobreza.

Pero lo más significativo de los porcentajes conocidos esta semana es que fueron presentados de manera que quedara oculto lo principal: en noviembre del 2015, cuando Cristina Kirchner dejó el gobierno, había un 19% de pobreza, con lo cual queda claro que la administración Cambiemos le sumó el 11% restante.

Claro que ahora el presidente Macri trató de desentenderse de su ominoso récord, al señalar que las cifras dadas a conocer por el Indec “son el punto de partida sobre el cual quiero y acepto ser evaluado como presidente”. ¿Y el 11% acumulado entre noviembre y agosto, Mauricio?

El presidente no sólo oculta, también miente. Acaba de reconocer que "pobreza cero en cuatro años, es obvio que no se alcanza”. Ahora está claro que cuando dijo que iba por una Argentina con “pobreza cero” faltó a la verdad.

En realidad, es peor aún. Para el presidente de los ricos y privilegiados de este país, la pobreza de los “otros” no es una desgracia sino un requisito para llevar adelante su plan al servicio de las minorías y el capital extranjero. Está claro que no se equivocó, necesitaba que haya salarios bajos y muchos pobres.

El cinismo de este gobierno y de sus funcionarios; sus engañosas formulaciones políticas y sus tramposos eslóganes propagandísticos, son inéditos en la Argentina. Esta clase empresarial ya no exagera, como pudieron haber hecho algunos, sobre el crecimiento económico, el bienestar social o el avance del país. Pregona lo contrario a lo que persigue porque sabe, como dijo uno de sus precursores, que si dijera la verdad nadie lo votaría.

Además, esta administración de dueños y mayordomos hace política como el que más, pero con el deliberado objetivo de destruirla, para que nunca más nadie crea en ella como un instrumento de transformación de la realidad.

Esta semana también, después de 10 años de soberanía en materia de decisiones económicas, volvió al país la misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) para realizar una auditoría de la economía. Por cierto que encontró todo “muy bien” y cubrió de elogios las “correcciones” y “cambios” implementados por el gobierno de Macri, en sintonía con sus temerarias recomendaciones y los dictados del Consenso de Washington

Históricamente, cada vez que el FMI elogió las políticas económicas de algún gobierno, el país -y sobre todo la gente- estuvo en problemas. Todavía se resuenan lo elogios propinados al último gobierno de Menem, cuando las privatizaciones y el endeudamiento externo, que llevaron el país a la ruina, eran tomados como “modelo” por el organismo financiero internacional.

Desde luego, con una desocupación desbocada, la economía en recesión y la inflación por las nubes, sólo los burócratas de ese organismo, cuyo verdadero cometido es defender a los bancos y los intereses de los países ricos, pueden opinar que todo está bien.

Lo peor de esta restauración neoliberal que vivimos en el continente sudamericano es que “se cae hacia adelante”, como dice el dirigente de Podemos Juan Carlos Monedero.

Por ejemplo, si el FMI dice que hay que ajustar el gasto y eso acarrea, como es lógico, una mayor desocupación, luego no dirá que hay que volver atrás sino todo lo contrario: que hay que ir más allá y flexibilizar las leyes laborales.

Con políticas tan perversas, no es extraño que el cuadro de situación que vive el país y la región sea cada vez más grave.

Todo esto lo deberían saber de sobra muchos argentinos, que vivieron el inicuo proceso que desembocó en la hecatombe del 2001. Pero el goteo corrosivo de los medios concentrados, que horada conciencias y auspicia la amnesia, impidió que muchos lo tuvieran presente al momento de votar.

Mientras los gerentes con cara de piedra hunden el país con el sólo propósito de aumentar su plusvalía y sin reparar que pueden estar cavando su propia fosa, la CGT intenta una vez más mantener la actitud componedora que viene adoptando hace 10 meses.

Después de lanzar un paro general sin fecha, algo que por sí mismo constituye una claudicación, la nueva conducción de la central obrera y el gobierno radical-macrista firmaron estos días un acta acuerdo en la que las autoridades se comprometen vagamente a dar respuesta a los reclamos sindicales.

Con honrosas excepciones, la dirigencia gremial parece empeñada en seguir dando crédito a un gobierno que tiene como principal objetivo bajar el sueldo a los trabajadores.

Han transcurrido 10 largos meses de políticas antipopulares y antiargentinas, pero el sindicalismo sigue dando vueltas sin tomar una decisión en defensa de los sectores agredidos por el gobierno, que no son otros que los que supuestamente representan.

Lo que ocurre es que tanto para el gremialismo moyanista como para la dirigencia peronista que enfrentó al Frente para la Victoria, la embestida del gobierno contra las conquistas del kirchnerismo fueron vistas como el “trabajo sucio”, el mal necesario para sacar del medio a un “competidor” poderoso que los dejaba fuera del gran juego de la política nacional.

Lo que no parecen advertir unos y otros es que están escupiendo para arriba y que cuando quieran reaccionar será tarde. Ya se vio suficientemente en los ’90 que con una desocupación de dos dígitos no hay lucha por el salario sino por el trabajo. Y en ese contexto, el gremialismo se debilita y la vanguardia de la lucha pasa a las organizaciones sociales y los grupos de desocupados organizados.

En su mezquindad, algunos dirigentes de la CGT parecen no darse cuenta de que su mezquina venganza resultará un búmeran.

Con una ofensiva tan a fondo como la que está llevando adelante el macrismo contra los sectores asalariados, nadie que no se ponga al frente de la resistencia al modelo tiene asegurada representatividad alguna.

Algo parecido a lo que ocurrió con la dirigencia gremial sucedió con el peronismo colaboracionista. Los Massa, los Bossio, los Urtubey, pensaron que el gobierno de Cambiemos iba a plantar una cuña entre el peronismo y el FpV, y que merced a ello, a corto o mediano plazo se quedarían con el movimiento popular.

Nada más lejos de la realidad. Cuando la tortilla se dé vuelta -y en la Argentina sobran testimonios históricos de que siempre se da vuelta- no habrá blandos ni “sensatos” que valgan; la gente se encolumnará detrás de los opositores consecuentes.

No cabe ninguna duda de que la restauración conservadora es un fenómeno continental. Como no cabe tampoco duda de que hay un concierto tácito o explícito entre los administradores del veneno neoliberal y sus mandantes de Estados Unidos.

Esta semana, durante su discurso ante la asamblea legislativa ecuatoriana, Cristina Kirchner puso el eje precisamente en ese problema.

No le podemos echar la culpa a la derecha por lo que es inherente a su naturaleza, dijo palabra más palabra menos. Y agregó: más bien deberíamos reflexionar sobre “¿qué hemos hecho mal los que teníamos que hacer las cosas bien, para que pase esto?”.

Es verdad, el campo popular se debe esta reflexión.

Mientras tanto, y como el injusto modelo neoliberal no es ineluctable y la lucha de los pueblos tiene avances y retrocesos, convendría tener presente lo que decía Juan Gelman en medio de la más oscura dictadura que asoló el país: “No hay que irse ni quedarse, hay que resistir, re-sis-tir”.

29/07/2016

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