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El gobierno nacional se encamina a cumplir su primer año reafirmado en su capacidad para gestionar la grave crisis heredada del macrismo y el colapso social y económico provocado por la peor pandemia que enfrenta el mundo en los últimos 100 años.
A pesar de las dificultades el balance es positivo. Comienzan asomar signos de reactivación económica y el gobierno muestra solvencia para enfrentar los desafíos que le presentan un establishment que da la espalda a los intereses de las mayorías y una oposición destituyente y antidemocrática.
Mientras tanto, la administración de Alberto Fernández comienza a retomar su agenda previa a la pandemia: reducción de la pobreza, redistribución de la riqueza, recuperación del mercado interno y el salario, ampliación de derechos.
Tras la exitosa renegociación de la deuda externa en dólares, el gobierno se encamina a un acuerdo con el FMI favorable para el país, que deje de lado el ajuste, y asegure condiciones para el crecimiento, la defensa del mercado interno, el salario y las decisiones económicas soberanas.
El freno a la fuerte presión devaluatoria, la recuperación de la fórmula de movilidad más conveniente para los jubilados, un proyecto de presupuesto que pone el eje en el crecimiento y la distribución, y ahora último el impulso a la contribución extraordinaria a las grandes fortunas y al debate sobre el aborto, son todas señales claras de que el gobierno mantiene la iniciativa y más allá de dificultades y tropiezos impone su propia agenda.
La reforma judicial, la investigación del espionaje ilegal, los medicamentos gratuitos para los jubilados, juntamente con el enorme esfuerzo realizado por el Estado para paliar las consecuencias de la grave pandemia entre los sectores de menores recursos, los trabajadores formales y las empresas, son todos aspectos de un accionar que por encima de todo cuida a la gente y al país.
Alberto Fernández está demostrando que es posible avanzar con su propia receta, contraria a la profundización de la grieta que inventaron y sostienen los poderes fácticos y la derecha política, pero sin hacer concesiones en cuanto a sus objetivos.
Todo esto sin dejar de mantener la cohesión de la fuerza propia, que incluye expresiones disímiles pero convergentes del campo popular, y cuya unidad es condición necesaria para avanzar contra la restauración conservadora respaldada a nivel continental por Estados Unidos.
En los últimos días, no sólo hubo motivos para un mayor optimismo sino también para celebrar. La recuperación de la democracia en Bolivia, una buena noticia para el continente y la Argentina, está ligada a un logro personal del presidente argentino, que por encima de cualquier cálculo mezquino apostó a la solidaridad con un pueblo hermano.
El otro motivo de celebración es la derrota en las elecciones estadounidenses de Donald Trump, un racista violento y mentiroso que impulsó una nueva ola neoliberal en América Latina y le hizo daño a la Argentina financiando la fallida reelección de su émulo local, Mauricio Macri.
Si como todo parece indicarlo, en pocos meses el país cuenta con las vacunas para el Covid 19, las condiciones estarán dadas para un rápido despegue económico, que permita crecer al mismo tiempo que la población sumergida en la pobreza recupera trabajo y las condiciones de vida dignas.
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