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Las declaraciones del ex presidente Duhalde, en las que aseguró que el año próximo no habrá elecciones sino golpe de Estado y su llamado a cambiar políticas “que no sirven para nada” por otras que busquen el “consenso”, en clara alusión al accionar del gobierno nacional, podrían ser tenidas por un delirio como el mismo insinuó después pero tienen gravedad institucional.
Duhalde es un ex presidente haya sido interino o no, y de sus dichos queda claro que tiene una visión pesimista del futuro del actual gobierno argentino y de las democracias de América del Sur.
Sin decirlo textualmente insinúa claramente que esto no se sostiene y que el país acabará como Bolivia con un golpe militar policial, como Brasil, con un gobierno cívico militar, o como Ecuador, con un presidente que traiciona y se entrega a los poderes fácticos y a Estados Unidos.
Si bien es cierto que, seguramente asustado por la repercusión negativa de sus dichos, el ex presidente admitió después que sufrió “un desenganche de la realidad”, que el suyo fue un "comportamiento psicótico” y que se le “escapó la tortuga”, está claro que piensa lo que piensa y que en todo caso lo malo para él fue expresarlo sin ambages.
Está claro también que las palabras de Duhalde coinciden demasiado con el deseo profundo de la derecha antidemocrática argentina, que no puede aceptar que perdió las elecciones y trabaja contra el gobierno en todos los frentes, haciendo suyo una suerte de vale todo que incluye explotar con fines perversos la catastrófica pandemia de Covid 19.
A un nivel, los dichos de Duhalde no son diferentes a los de algunos de los lunáticos que se han visto en todas las marchas anticuarentena. Sujetos acaso desestabilizados emocionalmente que mezclan todo pero que tiene el común denominador del individualismo, la antipolítica y el odio a lo popular.
El tema es que Duhalde es un ex presidente y sus dichos no podían tener la misma repercusión que los de un delirante anónimo. Por eso, se lo haya propuesto o no, fueron objetivamente desestabilizadores y como los de los anti-todo, sean de a pie o viajen en autos de alta gama, llevan agua para el molino de la derecha.
Pero contra lo que podría esperarse las opiniones de Duhalde, luego corregidas por él mismo, han tenido un efecto saludable: el de un revulsivo contra los intentos destituyentes y los fantasmas de un golpe.
Sin embargo, la invocación de Duhalde a un supuesto golpe militar suena en la Argentina fuera de época porque en el país genocidas y golpistas han sido condenados por la historia y castigados por la justicia.
El “Nunca más” tuvo en la Argentina un papel refundador de la democracia y es, tal vez, el más amplio y profundo de los consensos alcanzados por esta sociedad. Por otra parte, los militares de hoy están muy lejos de ser los de ayer, nacieron y se formaron en democracia y la sociedad en su conjunto les asigna un rol muy diferente del que tuvo en los 60 y los 70 del siglo pasado.
Actualmente, por ejemplo, participan activamente de la lucha encarada por el Estado contra la pandemia. Eso aunque sigue pendiente en el país una reforma integral del rol de las fuerzas armadas a la luz de los desafíos que plantea el siglo XXI, la defensa de los recursos naturales, la reconstrucción de aspectos estratégicos de la industria nacional, etcétera.
No obstante todo lo dicho, no se puede ignorar que en el continente existe un plan para restablecer totalmente la hegemonía estadounidense después de una década de gobiernos populares y ante la amenaza estratégica que significa para Washington la emergencia de China como principal potencia económica del mundo.
Pero hoy día la intervención de las fuerzas armadas en la política interna suena anacrónico. Los condicionamientos a los gobiernos democráticos como el de la Argentina o llegado al extremo los golpes institucionales ya no se hacen a punta de fusil sino a través de los medios concentrados, las fake news de los ejércitos de trolls y low fare de la justicia cómplice.
Todo esto existe en la Argentina y en buen medida fue esa combinación de poderes fácticos la que llevó a Macri al gobierno y la que intentaba su reelección con apoyo de la embajada de Estados Unidos, el FMI que le financió la campaña.
Sin la ingeniería política de Cristina Fernández de Kirchner tal vez otro gallo le hubiera cantado a la derecha. Solo que, ya se sabe, la apuesta de los sectores nacionales y populares fue exitosa y hoy gobierna el Frente de Todos.
Esto es lo que no pueden tolerar los sectores más ultras del Pro y el gorilismo reverdecido de la UCR, por eso juegan al vale todo en medio de la pandemia, y se oponen a todos y cada uno de los proyectos del presidente Alberto Fernández, desde la expropiación de esa gran estafa al país que fue Vicentin, hasta la reforma judicial que afecta la impunidad de Macri y sus cómplices,
Pero por fortuna la derecha alta gama y los lunáticos que, a sabiendas o no, la apoyan, chillan y se movilizan pero no dejan de ser una minoría, como los muestran todas las encuestas y se vio una vez más el jueves frente al Congreso con la media sanción a la Reforma Judicial.
Por eso las palabras de Duhalde, su desvarío o su mala fe, han provocado un amplio repudio, del gobierno, las fuerzas armadas, los organismos de defensa de los derechos humanos y hasta de algunos miembros de la oposición, que gracias al nunca más, ya no pueden defender lo indefendible.
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